DOMINGO

Acerca de la escritura de 'Sobre el Cielo y la Tierra'

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La vida nos fue acercando de a poco. Seguramente estuvo la mano de Dios en ello. Quisimos forjar momentos y documentos que sean por siempre un documento indeleble de nuestro encuentro en fraternal sentimiento, que nos acerca al amor de Dios. Pensé en un texto acerca de la relación del hombre con el Creador, algo que emergiera de la meditación y análisis de la experiencia religiosa. No le entusiasmó la idea. 

Con el paso de las semanas, en un nuevo encuentro, de los que solíamos tener en la intimidad de su pequeño escritorio, me dijo: “Escribamos un libro de diálogos. Que refiera a Dios, pero también a todos los aspectos que hacen a lo humano. Las religiones, sus líderes, sus discípulos, la oración, la culpa, el fundamentalismo, la ciencia, el Holocausto, los años 70, el futuro de las religiones, etc.”.  

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Buscamos un periodista que nos formulara las preguntas difíciles que el hombre simple nos inquiriría, sin reservas, sin restricciones ni censuras. Asegurarnos que la voz del escéptico, el agnóstico, el desesperanzado, pudieran hallarse presentes ante nuestras cavilaciones. Convocamos a Diego Rosemberg, que realizó una excelente labor, muy ponderada por Bergoglio.

Nos reuníamos dos veces por mes, para dialogar sobre los distintos temas. Impuso que una vez nos reuniéramos en su escritorio y la siguiente en el Templo de mi comunidad, Benei Tikva. “No voy a aceptar que usted siempre tenga que cruzar la ciudad”. 

El silencio reinaba en nuestro derredor, el grabador almacenaba las palabras vertidas. Diego formulaba las preguntas. Nosotros buscábamos las respuestas.

Cada uno sufrió la pérdida de un ser querido durante la gestación del texto. Bergoglio a su hermano, Rosemberg a su madre, yo a mi suegro.

Recuerdo cuando dialogamos acerca de la muerte. Tenía delante de mis ojos la imagen de mi suegro en la etapa terminal de su enfermedad. Cuando Bergoglio enfatizó el hecho de “entregarse al Señor para poder morir”, el concepto aparentemente tan evidente comenzó a ser existencialmente comprensible para mí. El dolor del sufriente irremediable y el tono y la expresión de la frase de Bergoglio me permitieron percibir una arista oculta de tan difícil tema.

En una de las reuniones siguientes, Bergoglio le preguntó a Diego acerca de su madre. “Falleció”, fue la lacónica y doliente respuesta. Instintivamente, el hoy Papa bajó su cabeza en meditación y rezo.

Por siempre seguimos comentando con Diego su actitud. ¡Cuánta ejercitación sobre el alma habrá pasado en su ser, para alcanzar un reflejo empático tan profundo!

Presentamos el libro en el Seminario Rabínico Latinoamericano. Judíos y cristianos, creyentes y agnósticos, nos acompañaron entonces. El misterio de la existencia y la profunda búsqueda de respuestas aunaban a todos. El pequeño testimonio de un encuentro dialogal sincero de un maestro judío y un sacerdote católico había tomado forma y cuerpo. Nuestro humilde legado estaba ante nuestra vista. 

Sus renglones guardan nuestras palabras, pero entre ellos se halla mucho más. Aquello que sólo el lector sensible descubrirá al acompañar la labor de sus neuronas con el afectuoso palpitar de su corazón.


*Rector del Seminario Rabínico Latinoamericano M. T. Meyer. Rabino de la Comunidad Benei Tikva.