DOMINGO
Nacimiento y supervivencia del "relato"

Chávez sigue gobernando

Las elecciones del próximo domingo en Venezuela plantean el desafío de la continuidad del chavismo, sin la presencia de su líder. Una de las claves para comprender si el modelo está vigente es rastrear en las raíces de su pensamiento e ideología. Es uno de los elementos tratados en Chavismo sin Chávez, de Modesto Emilio Guerrero, periodista, escritor y conferencista, enfocado en temas políticos.

Del nacionalismo a la izquierda. El movimiento chavista comenzó con una visión más identificable con los movimientos de liberación nacional con toques marxistas.
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Esas sensaciones de época las reflejó empíricamente el comandante Hugo Chávez, una personificación histórica emergente de ese paso de una izquierda a otra. Sus expresiones contenían elementos primarios de conciencia sobre esa transición en 1992 cuando actuó, y luego cuando reflexionó mediante la palabra. Allí nace la utilidad de recordarlas.

En una entrevista biográfica de 1995 conocida como Habla el comandante, utilizó unas 45 páginas para relatar los motivos internacionales que explican su rebelión militar de 1992. “Esta izquierda que hoy no es de izquierda”, declaró con cierta angustia. También registró los sucesos de Chiapas, la guerra por las Malvinas, el desmembramiento de la URSS y la nueva geopolítica de bloques de los años ochenta: “Creo que estamos viviendo un tiempo de renacimiento de los nacionalismos bien entendidos. Eso puede observarse, por ejemplo, en los conflictos de Chechenia contra Rusia, etc. Es como el retorno de la historia”. Sin la obligación de valorar el contenido de sus opiniones de entonces, queremos rescatar la memoria de los hechos que daba contexto a sus acciones y expresiones, en un momento de cambio de la izquierda venezolana.

“Nuestra angustia –dijo– es que nosotros miramos hacia todas partes y vemos la formación de bloques y aquí no hay ningún bloque que se anuncie como una región geográfica y política donde haya una fortaleza que permita negociar, exigir un mínimo de autonomía.” (A. Blanco Muñoz: Habla el comandante, edición de IEE/Faces/UCV, Caracas 1998, páginas 45 a 10). Nuestra izquierda no podía escapar a las mutaciones de sus pares en el resto del continente y el mundo. Desde la década de 1980 las causas fueron similares aunque de efectos desiguales.

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Ese cambio de esencia iba en sentido contrario a su existencia. La izquierda venezolana pronto vería su desaparición ante “sus propios ojos”.

A los cantos del anochecer neoliberal de comienzos de los 90, bajo la condena a muerte al socialismo y la “Historia” en un solo golpe, la izquierda de Venezuela correspondió con migraciones masivas hacia la derecha. Esa conducta había sido anunciada varias veces. En 1976, Teodoro Petkoff publicó Proceso a la izquierda para renunciar a los restos de socialismo e izquierdismo de sus años sesentistas. Le siguió la tibia respuesta de Moisés Moleiro, del MIR, en La izquierda y su proceso, que resultó la legitimación inteligente y culta del régimen bipartidista.

En 1979, ambos coincidieron en el salvataje parlamentario al presidente corrupto y violento Carlos Andrés Pérez. Bajo ese signo cruzaron la década de 1980 casi todos los partidos de la izquierda venezolana nacida entre 1927 y 1960.

Ese año, cuando sus ilusiones yacían bajo los escombros del Muro de Berlín y de la democracia representativa criolla, los mismos personajes, sus partidos y algunos nuevos miembros de la izquierda como la Causa R, se postularon para gobernar dentro y con el enemigo del que habían sido víctimas, en muchos casos con cárcel, persecución y muerte.

Aquella izquierda quedó afectada por los cuatro costados entre 1989 y 1992. Lo que vino fue un producto desde sí misma, pero no elaborado teóricamente. Algo de eso retrata y analiza el camarada Roland Dénis en sus dos libros: Las tres repúblicas. Retrato de una transición desde otra política (Caracas, 2011) y Los fabricantes de la rebelión (Caracas 2001). Más bien significó una combinación nueva compuesta con desgajamientos de ella y algunas de sus tradiciones, pero sobredeterminada por la más original aparición política de esos años cruciales: el chavismo. Esta corriente conspirativa nacida en las Fuerzas Armadas, difusa al comienzo, fue definiéndose con el tiempo desde un nacionalismo militar crudo hasta uno sui generis bastante teñido de izquierda. Dos décadas después, no es la suma de las organizaciones preexistentes, sino un resultado original y contradictorio de sus transformaciones. Desde 1998 pasó a ser la fuerza ideológica y organizativa predominante de lo que se llama izquierda en Venezuela.

Lo conocido bajo esa etiqueta hasta 1992 tuvo tres destinos. Siete desprendimientos importantes de ella mutaron para nutrir el movimiento bolivariano; en realidad ocurrió un fenómeno desconocido en la historia del país. El chavismo absorbió de todas las corrientes, disolviendo la mayoría, incluso de algunas pequeñas representaciones que no eran de izquierda, pero se adaptaron para asimilarse a lo nuevo. Algo similar sólo se vio en la Cuba de 1959 a 1960, veinte años después en Nicaragua con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) y en mucho menor grado en el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula, en el Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) salvadoreño y en el Movimiento al Socialismo (MAS) de Evo Morales en Bolivia.
Tres o cuatro fuerzas que preservaron hasta donde pudieron sus identidades fueron el Partido Comunista de Venezuela, el Partido Socialista de los Trabajadores (PST, trotskista) y la corriente agrupada en torno a Carlos Lanz, aunque con políticas distintas.

El primero se negó hasta 1998 a pertenecer al campo bolivariano, luego de participar en 1995 en el gobierno que mantuvo presos a los comandantes rebeldes.

Por casi siete años, el PCV quedó aislado de lo nuevo, a pesar de su antigüedad y experiencia. Antagónico con eso, el PST su semanario La Chispa y la homóloga corriente sindical clasista que animaba defendieron a los militares bolivarianos desde 1992, aunque diferenciándose de su método “sustitucionista”, se relacionaron con el comandante Chávez desde el movimiento sindical a partir de 1994 y habilitaron una estrategia política con el propósito de potenciar un nuevo movimiento nacional de la izquierda revolucionaria. Ese fue el mensaje de la carta que le proponía al líder cautivo en la cárcel de Yare, crear un semanario político bajo el nombre de Por Ahora, para agrupar a lo mejor de la vanguardia nueva del país con lo mejor de la anterior. Chávez contestó entusiasta el 3 de octubre, pero no fue suficiente: su entorno de ese año tenía otros planes. El PST no ingresó al gobierno y mantuvo su independencia política ante el nuevo régimen.

El cuarto caso es el de la Liga Socialista, devenida de un brazo de la vieja guerrilla, pero dual en su relación con el chavismo: preservó el nombre, pero nutrió con decenas de cuadros nacionales al nuevo aparato gubernamental. Otras expresiones, como la agrupación Ruptura, dirigida por el legendario guerrillero Douglas Bravo, se diluyeron en el acontecimiento.

El tercer destino de la izquierda de 1992 fue el campo de la burguesía y la defensa de Washington; allí terminaron con sus desechos ideológicos los dirigentes centrales de la Causa Radical (Causa R), del Movimiento al Socialismo (MAS), del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), del Movimiento Electoral del Pueblo (MEP) y con peor destino, el pequeño grupo guerrillero de cuño maoísta Bandera Roja.

La izquierda salvó su destino incierto de 1992. Sin advertirlo, pasó de su débil estado de sobrevivencia residual a revitalizarse en un rozagante movimiento social y político, el más fuerte del continente, sólo comparable al PT de los 90 en Brasil. El chavismo fue su crisálida evolutiva entre su lívido estado de oruga y un futuro superior urgido de desarrollos nuevos frente a desafíos cada vez más peligrosos.

Desde entonces, izquierda, bolivarianismo o chavismo son sinónimos, aunque no iguales. El PSUV quiso ser su contenedor desde 2007, su identidad nacional e internacional, pero el curso del aparato electoralista y clientelar del Estado, vació al partido en menos de cinco años. Desde 2008 en adelante, la mayoría de la militancia de izquierda, que en Venezuela puede contabilizarse en alrededor de 300 mil activistas regulares, abandonó el PSUV como su mediación política. Aunque lo usan para votar y reelegir a Chávez, tienden a verlo más como “enemigo interno” que como su partido. Una definición crítica, más bien una condena bíblica, dicha por uno de sus fundadores, el extinto general de izquierda Alberto Rojas Müller, resultó antológica: “El PSUV es un nido de alacranes”. Así quedó.

1989, a dos muros de distancia

Entre la insurrección del llamado Caracazo, el 27 de febrero de 1989, y la demolición del Muro de Berlín, el 7 de noviembre de 1989, mediaron nueve meses de transformaciones políticas mundiales, sólo comparables a las que producen situaciones de guerra o de revoluciones. Venezuela fue tan sólo una manifestación de ese fenomeno internacional sobre las playas del Caribe oriental. En ambos lugares fueron derribadas murallas de poder y de creencias consagradas. Se abrieron situaciones nuevas. La diferencia de escala y formas no oculta su unidad esencial en el mismo proceso internacional.

La literatura para comprender los cambios geopolíticos desde 1989 es tan amplia como compleja, pero esas dos dificultades no anulan un conocimiento taxativo, indudable: el mundo, tal cual lo conocíamos, es otro desde entonces. Sus causas y determinaciones nacieron en las modificaciones que vivía el sistema mundial del capital desde mediados de la década de los 70, cuando comenzó la caída tendencial de la tasa media global de ganancia, la maquinaria capitalista comenzó a dislocarse y las potencias trasladaron otra vez, los costos hacia sus rincones más débiles, como lo habían hecho en ciclos anteriores. Y comenzó el descalabro sistémico estructural, mejor conocido como “crisis mundial del capitalismo”.

Lo previsto o analizado por Harvey o Mészáros, entre otros, comenzó a verificarse a escala de drama en las economías y estados-nación latinoamericanos, en el sudeste asiático, el mundo árabe y en Europa del Este incluida la ex URSS. Las rebeliones árabes y europeas de hoy son resonancias de lo mismo. Con la ex URSS también cayó la falsa creencia de las “dos economías” opuestas por sus naturalezas de clase, una en el “Este”, otra en “Occidente”. La historia real, tal cual lo había advertido décadas antes el marxista francés P. Naville, mostró que ninguna podía escapar a lo esencial: el dominio mundial del capital. A la integración progresiva y controlada de China y Vietnam a las reglas del capitalismo, siguieron sin remedio las otras. La Glasnot y la Perestroika fueron la intelectualización oficial de que la carrera se estaba perdiendo (Véase: David Harvey: El nuevo imperialismo, 1988; e István Mészáros: Más allá del capital, 1995). Del investigador francés François Chesnais tomamos este resumen publicado en la revista Herramienta: a partir de 1978, la burguesía mundial, conducida por sus componentes norteamericano y británico, emprendió, con cierto éxito, una modificación internacional en su beneficio, y por consiguiente, en el marco de prácticamente cada país, las relaciones políticas entre las clases. La burguesía mundial comenzó a desmantelar las instituciones y estatutos [...]. Thatcher en 1979 y Reagan en 1980 restituyeron al capital una libertad para desplazarse a su antojo y moverse sobre el plano internacional de un país o continente a otro, como no lo había conocido desde 1914. François Chesnais: Notas para una caracterización del capitalismo a finales del siglo XX, Herramienta, Buenos Aires, 1996. P. 26) Las consecuencias para América latina fueron inmediatas.

La entronización del neoliberalismo condujo al proceso que Harvey define como desposesión, que también podría llamarse expansión intensiva del capital. El peso específico de nuestros países en el mercado mundial y su sistema de Estado cayó por efecto de la traslación de la crisis capitalista de los años setenta durante las dos décadas siguientes. Es así como América latina, que para 1950 contribuía con el 14% al PBI mundial, para 1998, incluyendo a Brasil, representaba apenas el 8,8%. De igual manera, mientras en 1950 contribuía con el 12% en el comercio mundial, en 1998 lo hacía con el 3,5%. (Vladimir Aguilar Castro: El carácter de la ofensiva del capital y su influencia en la crisis hegemónica de Venezuela, con datos de Daniel Bensaid en Le nouveau désordre imperial. Revista Herramienta, Buenos Aires, abril de 2009). Venezuela fue una presa fácil debido a su irracional estructura de monoproducción primaria petrolera, subordinada a un precio internacional. En 1983, la economía y la política venezolanas saltaron de su modorra cuando los bancos entraron en colapso (“viernes negro” lo llamamos entonces) y el Estado decidió salvarlos.

Por primera vez en 22 años, el PBI comenzó a caer sin control, la inflación apareció como un fantasma desconocido para esa generación de venezolanos y el desempleo, que se había mantenido en un dígito desde 1968, pasó a dos hasta destruir el 26% de la mano de obra útil en 1998.