ESPECTACULOS
Manuel Gonzalez Gil

“En la realidad no hay nada esperanzador”

El director adelanta cómo será su versión teatral de La naranja mecánica. Afirma que no es un cuento futurista y tiene una “actualidad espeluznante”.

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Paralelos. Cree que hay similitudes entre La naranja mecánica y la actualidad del mundo. | Grassi

Manuel González Gil dirige los ensayos de La naranja mecánica, la obra de teatro que escenifica la novela de Anthony Burgess, sobre la cual Stanley Kubrick hizo su intensa, polémica e icónica película protagonizada por Malcolm McDowell. Se estrenará el próximo viernes en El Método Kairós (El Salvador 4530), la figura central es el joven galán Franco Masini. El encara el rol del ultraviolento Alex, en un elenco que se completa con Toto Kirzner, Lionel Arostegui y Francisco González Gil, entre otros.

Alex, luego de cometer diversos y aberrantes delitos junto a su banda, los Drugos, es sometido al Método Ludovico, experimento estatal que combina, bajo tortura, condicionamientos con sustancias tóxicas. El ambiente, originalmente futurista, una suerte de cercana distopía creada por Burgess, guarda similitudes con el presente de la Argentina y del mundo.

—¿Qué antecedentes hay de la puesta en escena de “La naranja mecánica”?

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—Existió una adaptación muy fugaz para ocho jóvenes, en Broadway, una experiencia de strippers, física, más corporal. Luego hay una versión teatral [del propio Burgess, publicada en 1987], que tiene formato musical (formato que yo no estoy usando, aunque es una ópera, porque la música de Beethoven está empapando toda la obra y la ha transformado en una ópera teatral). Yo trabajé con esta versión, la novela y una versión mía. Con las tres cosas, quedó esta versión última que vamos a estrenar.

—La novela originalmente tiene un final esperanzador; el film, no. ¿Y la obra?

—Burgess la había escrito con un final feliz en su último capítulo. La edición de Estados Unidos, que tomó Kubrick, no tiene ese final, sino uno más inquietante, incierto. Pero si seguimos con la realidad, sabemos que no hay

nada esperanzador. Me gusta más la incertidumbre de la versión de Kubrick.

—¿Qué reflexión te merecen los poderes político, religioso y científico, que en “La naranja mecánica” someten al mundo?

—La [gran] escena de la obra es la siete, cuando se monta el show para la clase política y dirigente que va a votar la ley para que se aplique el Método Ludovico, primero a la población carcelaria, luego a toda la sociedad. Cada uno va privilegiando sus intereses. En medio de la batalla que se produce en torno a los intereses de cada sector, queda el ciudadano, nosotros.

—¿Qué opinás de los intentos de baja de edad de imputabilidad?

—Es una forma de no hacerse responsable. La naranja mecánica tiene una actualidad espeluznante. Por ejemplo, la política se va acomodando en función de las encuestas; el Gobierno no tiene ideología ni toma de posición. [En nuestra versión], la gente pide cambiar la letra del Himno Nacional: en vez de “Oíd, mortales, el grito sagrado: libertad, libertad, libertad”, prefiere “Oíd, mortales, el grito sagrado: seguridad, seguridad, seguridad”. [Los gobernantes] van viendo esto en las encuestas y en función de ellas consideran que toda norma es válida. El público va a tener una identificación con lo que está sucediendo. Esto no es un cuento futurista; hay una paradoja con claros contenidos de la realidad.

El sentido del castigo

Manuel González Gil reflexiona sobre el MeToo en nuestro país: “Siento que hay algo que está cambiando y es lo que más rescato. [Pero] cuando veo cómo se están manejando las temáticas, creo que a veces se cae en desproporciones. Sin embargo, lo que uno tiene que tener en claro es que se está cuidando la vida de la mujer; lo que estamos peleando es vida o muerte. No me asustan los excesos, si se trata de educar a una población masculina acerca de que nadie es propiedad de nadie. Todos sabíamos, no de violaciones, pero de determinadas situaciones que estaban rodeándonos, en todos los ambientes. Pero la gran diferencia es que, cuando hablamos de violación, violencia, no escuchar un no… a partir de ahí [el asunto] empieza a tener un tono delictual y hay que castigarlo”.

—Al menos Kubrick no plantea que el castigo al criminal lo reforme…

—El castigo no tiene sentido si se aplica en función del culpable; el castigo tiene sentido educativo para el resto de la población. Por ejemplo, los países que tienen una educación vial maravillosa son los que han castigado económicamente de forma brutal a los que alguna vez recibieron una multa. El castigo sirve solo como una referencia ética. Porque si nos dejan pensar por nosotros mismos, todos aplicamos el acelerador y vamos a 200. Para que tenga sentido el castigo, la población carcelaria tiene que ser un ejemplo. Es un tema importante y hay que tratarlo desde sus cimientos: desde la injusticia que este sistema económico propone. Yo pienso [el castigo] como un sistema educativo más que como algo que genere recuperación.