OPINIóN
Aniversario

El asesinato de los sacerdotes Palotinos

En la mañana del 4 de julio de 1976, en la iglesia de San Patricio, en el barrio porteño de Belgrano, son hallados los cuerpos sin vida.

Religión
Los cinco palotinos asesinados estaban consustanciados con la Teología de la Liberación, defendían los derechos humanos y hacían obra misional en Los Juríes, Santiago del Estero. | PIXABAY

El Concilio Vaticano II (1962-1965) y la reunión plenaria de la Conferencia Episcopal Latinoamericana en Medellín (1968) producen un cambio tan profundo como abrupto en América Latina y también en Argentina. En los sectores reformistas de una Iglesia que no olvida su controversia desde el siglo XIX con el liberalismo y el expansionismo protestante norteamericano, no van a ser ajenas a las luchas políticas libradas en el Tercer Mundo contra el imperialismo, por la independencia económica y el socialismo.

En la Iglesia católica argentina existen los tradicionalistas, que aprueban y colaboran con la política gubernamental; los renovadores, integrantes del Movimiento de Sacerdotes del Tercer Mundo y las comunidades eclesiales de base, a los que hay que sumar el clero castrense, que con sus 210 capellanes, es el más importante de América Latina.

“El país tiene una ideología tradicional y cuando alguien quiere imponer otro ideario diferente y extraño, la nación reacciona como un organismo con anticuerpos frente a los gérmenes generándose así la violencia, dice monseñor Pío Laghi. Pero nunca la violencia es justa y tampoco la justicia tiene que ser violenta; sin embargo, en ciertas situaciones la autodefensa exige tomar determinadas actitudes, en este caso habrá que respetar el derecho hasta donde se puede.”

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En la mañana del 4 de julio de 1976, en la iglesia de San Patricio, en el barrio porteño de Belgrano, son hallados los cuerpos sin vida de cinco sacerdotes palotinos

El conflicto supera el debate eclesial y se introduce en el campo de la política. Que los militares de la Casa Rosada se consideren defensores del ser nacional, occidental y cristiano y convoquen a la lucha contra quienes profesan ideas diferentes a las de ellos, como la del “marxismo apátrida”, otorga a la Iglesia católica un enorme protagonismo.

Prontamente, una iglesia vinculada con los sectores dominantes se convierte en uno de los protagonistas del cambio de las estructuras económicas y sociales. Los sacerdotes tercermundistas se multiplican en las villas miserias de Buenos Aires y en regiones pobres del interior, y adoptan una actitud crítica frente al capitalismo, por considerarlo un “sistema basado en la ganancia, la competencia y la propiedad privada de los medios de producción, como motores del progreso económico”, llegando, incluso, a justificar el uso de la violencia ante los enemigos políticos e ideológicos:

“El cristiano ha de esforzarse para que la humanidad haga desaparecer de su historia la guerra y la violencia. Pero no toda situación histórica está en grado de alcanzar su ideal evangélico y cristiano. Puede haber situaciones históricas en que la violencia esté justificada. La misma Iglesia ha asistido a tales situaciones y ha aceptado la legitimidad de la violencia. En tales casos la situación historia no se adecua al ideal evangélico y cristiano. Ello no significa que el cristiano, que usa de una violencia que cree justa, peque contra el Evangelio. Tales situaciones históricas se dan “en casos de tiranía evidente y prolongada, que atentase gravemente a los derechos de las perdonas y dañase peligrosamente el bien común del país” (Pablo VI, Encíclica Populorum progressio).

Por todos los medios disponibles no cejan en el intento de crear conciencia revolucionaria en los sectores populares: denuncian ante las autoridades la injusticia social y la represión política por medio de homilías, cartas abiertas, manifiestos, acompañan a trabajadores, estudiantes y habitantes de las villas llamadas de emergencia, en la defensa de sus reivindicaciones.

En este contexto, en la mañana del 4 de julio de 1976, en la iglesia de San Patricio, en el barrio porteño de Belgrano, son hallados los cuerpos sin vida de cinco sacerdotes palotinos, llamados así por ser seguidores del apostolado de Vicente Pallotti. Entre los sacerdotes figuran el padre Alfredo Leaden, nacido el 23 de mayo de 1919 en Buenos Aires, delegado de la Congregación Palotina Irlandesa; Pedro Eduardo Duffau, nacido el 13 de octubre de 1908 en Mercedes, director del colegio de San Vicente Palotti y Alfredo José Kelly, nacido el 5 de mayo de 1933 en Suipacha, párroco de San Patricio. Los seminaristas eran Salvador Barbeito, nacido el 1º de septiembre de 1951 en Pontevedra de 29 años, profesor de filosofía y psicología y rector del Colegio San Marón; y Emilio José Barletti, nacido el 22 de noviembre de 1952 en San Antonio de Areco, también profesor y estudiante de abogacía.

Se dice que el asesinato de los padres palotinos fue para vengar a veinte policías muertos en un atentado llevado a cabo unos días antes por los Montoneros 

Se dice que el asesinato de los padres palotinos fue para vengar a veinte policías muertos en un atentado llevado a cabo unos días antes por los Montoneros en las dependencias de la Superintendencia de Seguridad Federal, tal como lo dejaron escrito los asesinos en una pared:

“Estos zurdos murieron por ser adoctrinadores de mentes vírgenes y son Tercermundistas”

“Por los camaradas dinamitados en Seguridad Federal. Venceremos. ¡Viva la Patria!“

Los cinco palotinos asesinados estaban consustanciados con la Teología de la Liberación, defendían los derechos humanos y hacían obra misional en Los Juríes, Santiago del Estero, un pueblo originario ubicado a casi 300 kilómetros de la capital provincial. Como seminaristas y también estudiantes universitarios, modificaron ciertas costumbres, como negarse a tener cocinera, dejar de cobrar los casamientos, trabajar afuera, dar homilías con un ímpetu y contenido tercermundista que molestaban a algunos feligreses. Probablemente, resaltando los abusos sobre los obreros en las grandes empresas industriales, las condiciones de vida en las villas miseria de Buenos Aires, la desocupación, el bajo presupuesto destinado a la salud pública, la exclusión educativa en las zonas más pobres del interior.

La Iglesia transita los dos caminos que tiene por delante: la cercanía con los poderes de turno por un lado, y la participación en el movimiento de curas tercermundistas, por otro. Esta división se manifiesta en los debates en la asamblea episcopal sobre la llamada “Biblia Latinoamericana”; ante los pedidos de familiares y amigos de los desaparecidos; en la postura ante la visita de la Comisión Interamericana de los Derechos; en la respuesta al pedido de audiencia de las Madres de Plaza de Mayo (mayo 1981).

A los debates religiosos atravesados por la política, se suman las prácticas militantes: así como hay capellanes militares acusados de bendecir las armas de las tropas que combaten a los guerrilleros marxistas o avalar la tortura tanto para obtener confesiones de los prisioneros como para garantizar la conversión de los torturados antes de morir, o participar en secuestros y homicidios, también hay sacerdotes que predican la violencia y militan en las organizaciones guerrilleras.

Matar un hombre no es defender una doctrina.

Es matar un hombre.

Sebastián Castellion (1515-1563)

En los inicios de la década del 80, una vez derrotada la corriente renovadora eclesial, se pasa de una teología bélica a una teología de apaciguamiento y reconciliación. Lo que no impide que se siga acusando a la jerarquía eclesiástica de no haber hecho lo suficiente para amainar el horror, al revés de de otros países, Chile y Brasil, por ejemplo. Son varias las explicaciones al respecto: las que apelan a la guerra fría entre las dos grandes potencias de la época; al desconocimiento de las autoridades sobre la naturaleza y extensión de las violaciones perpetradas; a la antigua unión entre la Iglesia católica y las Fuerzas Armadas como pilares de la nacionalidad. No obstante, la Iglesia católica sigue siendo creíble en la sociedad argentina. Por un lado, porque ella misma fue una de las víctimas de un pasado que aún duele y por otro, porque sigue siendo una luz de esperanza frente a las necesidades de los más pobres y los más necesitados.