40 AñOS DE DEMOCRACIA
Especial - Diario PERFIL

Democracia de las cuatro décadas y frente a un reto inédito para el sistema político

La Argentina cumple cuarenta años desde la reinstauración del voto popular. Este tiempo pasado no ha estado exento de problemas y, sin embargo, el sistema ha sobrevivido, sostiene el autor. El fracaso económico de los diferentes gobiernos y la opacidad en el manejo de la cosa pública, entre otras razones, han provocado un desgaste en el electorado, que se volcó a una opción diferente y que abre un interrogante sobre el futuro cercano.

40 años democracia 20231209
40 años de democracia | CEDOC

La Argentina completa cuatro décadas ininterrumpidas en democracia. Sin dudas se trata de un logro considerable. Entre 1930 y 1983 hubo seis golpes de Estado y un creciente aumento de la violencia política, especialmente a partir de los años 60, hasta llegar a la última dictadura militar, responsable no solo de atroces violaciones de derechos humanos, sino también de haber generado un verdadero descalabro económico y lanzado al país a una absurda y delirante aventura militar, que terminó por sellar su suerte. Los últimos cuarenta años no han estado exentos de problemas. Sin embargo, la democracia ha mostrado una notable capacidad para sobrevivir en contextos sumamente adversos. Ha habido episodios de inestabilidad institucional, pero se pudieron resolver en el marco del régimen democrático. Desde el último alzamiento militar fallido, en 1990, las Fuerzas Armadas se encuentran bajo control de las autoridades civiles. Es indudable que en no pocas ocasiones algunos de los que ocuparon el Poder Ejecutivo tuvieron la vocación de gobernar de manera delegativa, como si los frenos y contrapesos no existieran. Afortunadamente, si tuvieron algún grado de éxito, fue efímero y en estos últimos años hemos visto al Poder Judicial poner freno en no pocas oportunidades a iniciativas cuestionables promovidas desde el Poder Ejecutivo. 

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La democracia –como sostiene Przeworski– es un sistema en el que los oficialismos pierden. Es decir, es un mecanismo de rendición de cuentas por parte de los gobernantes frente a la ciudadanía. Como tal, la democracia ha funcionado bien. La democracia representativa es también un sistema que apunta a garantizar las libertades individuales. Ello requiere que existan frenos y contrapesos, y fundamentalmente un Poder Judicial independiente. Aunque el funcionamiento de los frenos y contrapesos ha distado de ser el ideal, sería injusto afirmar que durante las últimas cuatro décadas la Argentina fue constantemente lo que Guilermo O’Donnell denominó una democracia delegativa, esto es, un régimen en el que el presidente hace lo que cree conveniente sin otra limitación que las relaciones crudas de poder y el límite de su período presidencial. 

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Pero desde ya, no todo es color de rosa y el saldo de estos cuarenta años no deja de ser agridulce. La promesa alfonsinista de dar de comer, de educar y curar ha quedado indudablemente incumplida. La Argentina es uno de los países de peor desempeño económico en la región. La instauración del régimen democrático no ha logrado mejorar las condiciones de vida de la población salvo por momentos puntuales que no pudieron ser sostenidos en el tiempo, como durante los primeros años de la convertibilidad o en el período inicial del kirchnerismo. En tanto régimen político, la democracia es básicamente un mecanismo de reglas que permite el cambio a través de medios pacíficos de quienes detentan el poder y que permite que quienes gobiernan no lo hagan de modo arbitrario. Pero ello no es garantía de buenos resultados en materia económica ni de mejora de las condiciones de vida de los ciudadanos. La cuestión es desde ya problemática porque, en la medida en que transcurren diversos gobiernos democráticos de distinto signo partidario que fracasan a la hora de atender las principales demandas ciudadanas, la convicción democrática comienza a erosionarse, la representación partidaria se debilita y surge más temprano o más tarde la tentación populista que, lejos de resolver los problemas, más bien tiende a agravarlos.

Ante el fracaso surge la tentación populista que, lejos de soluciones, trae aun más problemas

Basta con mirar la región y observar que desde que se inició la ola democratizadora, en el marco de la cual se produjo la transición democrática argentina en 1983, nos encontramos probablemente en el peor momento para la democracia en América Latina. Los niveles de satisfacción con la democracia son bajos a lo largo de la región y buena parte de la opinión pública considera que se gobierna en favor de unos pocos. Es por ello que no resulta sorpresivo que en los últimos años hayamos sido testigos de cambios profundos en la representación partidaria en distintos países de la región y del ascenso de líderes personalistas con discursos muchas veces mesiánicos, fenómenos que son caras de una misma moneda.

Es usual escuchar a dirigentes políticos referirse a diversos temas como una “deuda de la democracia”. ¿Cuáles son esas deudas? El fracaso económico es una de ellas, sin duda. Y junto a este, los elevados niveles de pobreza que esa incapacidad para gestionar de manera eficiente la economía han generado. 

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Las deudas de la democracia, empero, no se limitan al desempeño económico. La corrupción, la opacidad en el manejo de la cosa pública y el uso del aparato de inteligencia con fines puramente políticos han sido una falencia grave por parte de distintos gobiernos, sin importar el signo partidario. A su vez, no puede dejar de mencionarse el funcionamiento menos que óptimo que ostenta la democracia a nivel subnacional, un fenómeno que viola de manera flagrante lo que establece nuestra Constitución. En todas las provincias argentinas hay elecciones periódicas sin proscripciones ni restricciones a la participación, tal como sucede a nivel nacional. Sin embargo, en no pocos distritos las elecciones ocurren en un contexto de cancha inclinada en favor del partido de gobierno, fenómeno que limita severamente las chances de alternancia. Nuestra Constitución establece tres condiciones como contrapartida de las autonomías provinciales. Una de ellas es garantizar el sistema republicano de gobierno, una materia en la que varias provincias dejan bastante que desear. La coexistencia de niveles aceptables de democracia a nivel nacional con regímenes híbridos a nivel subnacional es un fenómeno que ha sido destacado por distintos académicos y analistas políticos. Ello se hizo particularmente visible durante la primera etapa de la pandemia del covid-19, cuando distintas autoridades provinciales aprovecharon las medidas de aislamiento para cometer toda serie de atropellos. Nuestra democracia ha acumulado así bastantes deudas para con la ciudadanía y para una porción considerable de la misma parece haber llegado el momento de pasar la factura. No es casual en este sentido que festejemos los cuarenta años de democracia en el contexto de una nueva crisis de representación partidaria, que guarda cierta semejanza con la ocurrida en 2001 en el contexto del derrumbe de la convertibilidad. Llegamos así a cuatro décadas de democracia con una experiencia absolutamente novedosa. Una figura surgida fuera del sistema de partidos, con una candidatura forjada en los estudios de televisión, que integra una fuerza política creada tan solo hace dos años, llega a la presidencia en el marco de la peor crisis económica de los últimos treinta años, con niveles de inflación inéditos en más de tres décadas. Se abre una experiencia inédita para la Argentina. El próximo presidente será el más débil en términos legislativos que probablemente haya habido en la historia argentina. A su vez, deberá enfrentar en su primer año de gobierno sanear la macroeconomía y realizar una serie de reformas que permitan no solo bajar los escandalosamente altos niveles de inflación que ostenta la Argentina, sino también sentar las bases del crecimiento que permitan honrar la incumplida promesa de mejorar a través de la democracia los niveles de vida de la población. Décadas de deudas acumuladas han llevado a la paradoja de celebrar el mayor período ininterrumpido de gobierno democrático bajo un gobierno que despierta muchos temores y suspicacias entre amplios segmentos de la población. Para algunos la democracia argentina está en riesgo. Para otros, entre quienes me encuentro, la democracia está a salvo, pero sí existe el riesgo de una crisis de gobernabilidad. Quienes consideran que la democracia argentina está en riesgo tal vez deberían hacer una profunda revisión para evaluar qué hicieron, en qué se equivocaron, para que llegáramos en estas condiciones a esta instancia. 

El próximo presidente será el más débil en términos legislativos

Así llega la Argentina a las cuatro décadas de democracia. Nuestra transición democrática, por los obvios vínculos culturales con España, se vio fuertemente influida por la transición española ocurrida en los años 70 del siglo pasado. De ahí la recurrencia con la que muchos de nuestros dirigentes vuelven una y otra vez a evocar los Pactos de la Moncloa. En la escena final de Solos en la madrugada, José Sacristán dice: “No podemos pasarnos los próximos cuarenta años hablando de los mismos temas de los últimos cuarenta años”. Ojalá sea así, de modo tal que cuando se cumplan ochenta años de gobiernos democráticos ininterrumpidos, nuestra ya no tan joven democracia haya corregido muchas de las falencias institucionales mencionadas y haya podido cumplir con la promesa de 1983 de dar de comer, curar y educar.