La glaciología será la ciencia del futuro y la nieve, un gran negocio. Lo sabe la NASA perfectamente, no porque haya sido pionera en las investigaciones en la materia –una vez más Rusia los aventajó, en el siglo XVIII- sino porque a fuerza de tecnología y empeño, la NASA es como la rata del horóscopo chino que llega después, pero siempre está lista para dar el gran salto.
Por eso, desde hace unos años lleva a cabo sigilosas observaciones aéreas, terrestres e incluso espaciales para relevar cuánta nieve –y sobre todo agua- tiene el planeta para ofrecernos. Habida cuenta de que los mantos de nieve y los glaciares concentran el 70% del agua consumible del globo.
Se amen o se aborrezcan, las nevadas de invierno son una fuente hídrica crucial. Por año, mil millones de personas beberán el agua de los deshielos, la utilizarán para regar sus cultivos o para generar energía.
Para saber con precisión si cada invierno nos dejará una pesadilla o una bendición, hidrólogos y glaciólogos trabajan conjuntamente para manejar el agua y la prevención de desastres. ¿Por dónde empiezan? Determinando cuánta agua contiene el manto de nieve.
Habitualmente, ese dato –denominado “equivalente de agua de nieve” (SWE por sus siglas en inglés) se reconstruye a partir de mediciones parciales recogidas en diferentes puntos y locaciones de la superficie terrestre.
Sin embargo, el as en la manga de la NASA es poder lanzar en 2022 una misión conjunta al espacio para trazar un mapa nevado global.
Por el momento, su principal socio en esta empresa será India. Con Indian Space Research Organisation (ISRO), el organismo indio de investigaciones espaciales. Ambos lanzarán NISAR, una misión espacial que estudiará la nieve de la superficie terrestre, entre otros cometidos.
Estos trabajos se completarán con los que provengan de SnowEx’s, un programa ya vigente que mide en macro la profundidad, densidad y temperatura de la nieve; y en micro, los tamaños y formas de los copos de nieve, que son tantos que se escurren entre los intentos de catalogación.
Como dendritas, columnas, cristales, espejos, prismas, rosetas y muchas fisonomías más, dicen los expertos que los copos blancos son tan diferentes entre sí que puede llevar horas encontrar dos exactamente iguales, incluso en la misma superficie.
Gracias a las imágenes provistas por los satélites Landsat, NASA informó por ejemplo, que de abril a noviembre, la cordillera de los Andes viene perdiendo 12% de masa de nieve cada 10 años, desde hace 3 décadas. El estudio de esos copos en forma integral –terrestre, hidrológica, espacial- tal vez podría inaugurar el camino de una recuperación.
Copos únicos y perfectos
Geométrica y simétricamente perfectos, los copos conforman un universo tan rico y variado que estudiarlos requiere un sinfín de instrumentos de precisión, según el terreno en donde caigan o el aire que atraviesen en su caída. La temperatura, la presión atmosférica, la cantidad de agua, el número de partículas en suspensión y muchas otras variables ambientales hacen de la glaciología una ciencia para expertos avezados.
La "misión blanca" de la NASA, ya en curso, contempla esas variables y diseña instrumentos sensibles para todos los terrenos.
“Las observaciones en vuelo nos permitieron recoger datos de alta resolución sobre un área amplia, permitiendo la simulación de observaciones con los sensores remotos que podríamos tener en un satélite, en un rango de extensiones y resoluciones espaciales”, dijo Carrie Vuyovich, la ingeniera civil de New Hampshire que participa del actual proyecto SnowEx 21 y conduce en Maryland el Programa de Hidrología Terrestre de la Nasa, en Goddard Space Flight Center.
“Las observaciones en suelo no tienen la misma cobertura que las espaciales, pero nos permiten validar la técnica de detección en locaciones múltiples y diversas. Las huellas, además, simplifican la interpretación”, explica Vuyovich.
En este momento y hasta fin de marzo, por ejemplo, una nave no tripulada que transporta un radar (UAVSAR) está recorriendo las ciudades de Idaho, Utah, Colorado y Montana en busca de muestras que se cruzarán con los materiales terrestres que provengan de imágenes láser y el albedo de la superficie nevada (la fracción de radiación que refleja el rayo de luz solar incidente), una variable muy importante para predecir el modelo de derretimiento.
Los datos terrestres que se obtengan serán vitales para encarar el año que comienza, teniendo en cuenta los incendios forestales del 2020
En simultáneo y para cubrir un gran bache informativo están sondeando las praderas, los terrenos planos, que también tienen sus bemoles.
“El sustrato – el suelo subterráneo – afecta las señales y las habilidades para medir la nieve poco profunda. Además, la distribución espacial de la nieve en ese ambiente es diferente de otros y dificulta una medición precisa. El viento juega un papel importante en la redistribución de los copos en un paisaje así, que incluye campos, cultivos, rastrojos, zanjas con parches desnudos o profundos”, se queja la ingeniera, aunque aclare que en materia de dificultad, la forestal se lleva el primer premio de dificultad de medición ya que la nieve queda atrapada en infinidad de superficies, empezando por las ramitas de los árboles.
El proyecto convoca también voluntarios que recojan muestras en diversos terrenos. Durante la pandemia, que aún continúa, el trabajo de campo no se extiende a más de dos horas en terreno. Las muestras son analizadas por estudiantes e investigadores de varias universidades y laboratorios antes de ser remitidas a la NASA.