Les hizo servir Rutini: vino caro, vino bueno. Les hizo preparar unas empanaditas de rechupete. Les hizo abrir el Teatro Colón, para que lo sintiesen suyo. Y para que pudiesen llegar sin demoras a cada sitio, hizo que les cortaran las calles pertinentes, aunque eso atente contra el derecho a la libre circulación de los demás, como nos explicaron una y otra vez ante cada manifestación popular. Hizo que tocaran Piazzolla para ellos: Libertango y Adiós Nonino, para marcarles un poco el compás primero, para tratar de emocionarlos un poco después. Todo eso, ¿para quiénes? Para los empresarios. Y todo eso, ¿para qué? Para convencerlos de que inviertan; es decir, de que hagan más millones con los millones que ya tienen. El blanqueo, los salarios de hambre, la precarización del trabajo mediante suculentos despidos, el Rutini, las empanadas, el Colón, ¿qué más quieren? Porque ni aun con todo eso parece nada seguro que haya logrado convencerlos.
Mauricio Macri comunica muy bien. A las pruebas me remito: con el truco de la dirigencia sindical existente, convenció a los trabajadores de cerrar una paritaria de 30%, frente a un 40% de inflación. Con el truco de la pesada herencia, convenció a los usuarios de servicios de que pagaban demasiado poco, de que admitieran pagar más, de que quisieran pagar más. Con el truco de la esperanza, convenció a los argentinos de que todo eso que iba a llegar en el segundo semestre de este año llegará en algún momento del que viene.
Y a los empresarios, sin embargo, no ha logrado convencerlos todavía. ¿Será por eso de que no hay peor astilla que la del mismo palo? Me temo que no. Porque Mauricio Macri no es el palo: es la astilla. El palo es Franco Macri, el empresario. Y si hay alguien a quien Mauricio nunca logró convencer, ése es Franco. A los socios de Boca sí, a los porteños sí, a los argentinos sí. Pero a Franco Macri no. A Franco Macri no.