Muchas veces las malas políticas son como las compras a crédito. Primero se disfruta de sus supuestas ventajas, mientras que los costos se pagan largo tiempo después. La historia mundial y la local está llena de ejemplos de este tipo de situaciones.
Muchos gobiernos “populares” son añorados y valorados por los beneficios de la “compra”, mientras son denostados y odiados aquellos que no tienen más remedio que hacerle pagar a la sociedad los costos de esas medidas instrumentadas muchos años antes. Pocas veces, por lo tanto, el mismo gobierno que “metió la pata” se ve forzado a sufrir directamente las consecuencias de sus errores.
Sin embargo, el año que termina ha presentado una excepción importante a la regla arriba comentada.
Por las razones ya discutidas muchas veces, desde principios de este siglo se observa un mundo muy favorable hacia los productores de commodities en general y hacia los productores de commodities agrícolas en particular. Ello implicó un cambio de precios relativos a favor de las materias primas energéticas, los minerales, los insumos industriales, los granos, la carne.
La mayoría de los países de la región se beneficiaron de este nuevo escenario. Esa mayor riqueza se tradujo en más demanda interna, crecimiento y progreso.
Y la mayoría de los gobiernos de la región permitieron que este proceso se diera plenamente, aplicando políticas tendientes a maximizar este panorama favorable, participando y redistribuyendo la bonanza a través de un sistema de impuestos “normal” y de un gasto público orientado a mejorar infraestructura y a ayudar a los sectores más vulnerables de la población a incorporarse a esta dinámica con mejoras en la educación y el gasto social. Cada país ha sido más o menos exitoso en esto último, pero todos han empezado a reducir paulatinamente las situaciones de extrema pobreza.
El Gobierno argentino, en cambio, decidió “intervenir” en este fenómeno. Tanto en el caso de la energía como en el de los alimentos, impidió que el cambio de precios relativos se diera plenamente a favor de los productores mediante diversos instrumentos: impuestos a la exportación, prohibiciones, restricciones cuantitativas, subsidios a los precios, etc.
El argumento central era que los argentinos que teníamos petróleo y gas, que teníamos trigo y que teníamos carne, no podíamos pagar los precios que se pagaban en el resto de la región, o en el resto del mundo. Había que proteger el bolsillo y la mesa de los argentinos.
El resultado de corto plazo fue maravilloso. Mientras los uruguayos, los chilenos, los brasileños, pagaban caro la energía y los alimentos, víctimas de gobiernos inhumanos y poco predispuestos a comprender a las necesidades del pueblo y preocupados solamente por favorecer a los productores, nosotros disfrutábamos de la protección de funcionarios sensibles que nos permitían consumir barato lo que los demás pagaban caro.
Pero, para desgracia del Gobierno y nuestro lamento, el largo plazo llegó antes de lo esperado y les está haciendo pagar los costos a los propios funcionarios que instrumentaron las medidas.
El resultado está ahora a la vista. En la energía se nota todavía parcialmente, porque se importa el faltante, los precios han estado subiendo lentamente y porque se mantiene una maraña de subsidios crecientes que han hecho expandir fuertemente el gasto público, financiado con emisión monetaria e inflación. Aunque si esto no se revierte, los costos empezarán a notarse cada día más.
Pero donde el fracaso del populismo se ha hecho más evidente es en el caso de la carne.
Después de años de “carne para todos”, los bajos precios y las restricciones para exportar terminaron destruyendo la oferta y expulsando productores hacia otras actividades más rentables. Este año el precio de la carne subió 100%, empujando a los sectores de más bajos recursos, intensivos en alimentos, a recortar el consumo y a una brutal caída del valor real de sus ingresos. En la mesa de muchos argentinos la carne ya no está, o está menos. El precio interno supera el internacional y llevará años recuperar un stock ganadero razonable.
Finalmente, un gobierno populista hereda sus propios errores. Para una Argentina adicta a las soluciones mágicas, es una lección que no debería olvidarse.