Era un partido más del torneo amateur de fútbol femenino en el que juego, ahí en unas canchitas al lado de Avenida Lugones. Ibamos ganando o perdiendo, no me acuerdo bien y tampoco es relevante para el cuento, y estaba parada en defensa como digna 4 que soy (a veces creo que en fútbol 5 no se le dice tan así a las posiciones, pero a mí me hace sentir más profesional y hasta cuando no me preguntan de qué juego, yo respondo “de 4, con proyección y rústica”, aunque tampoco estoy tan segura de que sea así).
Debería describir bien cómo venía la jugada, pero sinceramente no me la acuerdo y nunca se me dio muy bien eso de mentir. La cosa es que en un momento mi rival patea una pelota y a mí me da directamente en las tetas. La verdad, en la cancha no suelo sentir dolor. De ningún tipo, y menos en esa zona: no sé si es que uso muy buenos tops deportivos, pero la bajo muy bien de pecho. Hay algo en el movimiento que hago que deja a la pelota dormidita al lado de mi pie. Pero esta vez un toque me dolió.
En ese segundo en el que me “acomodaba” o me quejaba, escuché un silbato. A veces los árbitros paran cuando hay un golpe muy fuerte, pensé que “qué atento” el árbitro y casi me doy vuelta a agradecerle por la atención y para aclararle que estaba bien; pero lo vi marcando una falta con el gesto de “mano”. Me callé unos segundos, esos en los que intentás entender qué pasó y para quién es, y sí señores, me la estaba cobrando a mí.
Mientras ubicaba la pelota para el tiro libre (que por cierto, era bastante peligroso), yo le explicaba que no había sido mano. “Me pegó acá, señor. Me re- duelen, de hecho”, le dije señalándome la delantera. El hombre no me escuchaba, por lo que insistí, siempre educadamente, ahora mientras daba los pasos para ubicarme en la barrera: “Te juro que me pegó en las tetas”. Ahí fue que me miró a la cara, frenó la caminata de la carrera y empezó a buscar algo en su bolsillo. Quise pensar que era una crema para dolor de senos, pero parecía muy rebuscado.
Me estaba sacando tarjeta. Por decir tetas. Tetas. Como si fuera una mala palabra, un insulto. “Vos sabés que si llegás a sacar esa tarjeta, estás diciendo demasiadas cosas y marcando una postura muy de mierda, ¿no?”. Ahí sí, ya dije mierda, porque cuando el tipo va a buscar la amarilla, ya está, no hay mucha vuelta que darle al asunto. Que me la sacara, ya fue, pero se lo iba a decir. Por mí y por todas las que jugábamos ese partido, porque tanto las de mi equipo como las rivales notábamos que era algo sumamente machista y retrógrado. Por mí y por todas las futuras dirigidas por este señor nacido para dirigir hombres.
Soy picante, pero no tanto: moría por darle mil lecciones y decirle las seis millones de cosas que se me cruzaban por la cabeza, pero quería seguir jugando a la pelota. El tipo medio que ya me odiaba y no le iba a costar nada sacarme otra amarilla y dejarme sentadita el resto del partido. Así que esperé a que terminara. Apenas pitó (otra vez, no sé ni cómo salió) me le acerqué.
Le dije muchas cosas, medio en modo monólogo, medio caliente (ahora que me acuerdo, creo que perdimos), medio enojada. Básicamente que si no te bancás la palabra tetas, no dirijas mujeres, seguí dirigiendo a los varones que te van a decir “huevos” que seguro te resulta mucho más cómodo. El tipo después se sintió mal, me contó que tenía tres hijas mujeres, que él no era para nada así, que perdón, que no lo hizo por eso, que se iba triste; y de vuelta: soy picante, pero no tanto. Me dio pena. No se lo demostré, porque estaba caliente porque habíamos perdido (sí, definitivamente habíamos perdido), pero lo re-perdoné y me quedé contenta con haberle enseñado algo. Al final soy una tibia. Quizás debería haber fingido el final de la historia como que le revoleé algo o me terminaron expulsando del torneo por insultarlo. Qué boluda, ahora ya está.
Si el VAR se empieza a aplicar en el fútbol argentino como supuestamente va a suceder en la final de la Supercopa, quizás en un montón de años lo tenga en las canchitas de al lado de Avenida Lugones y yo no tenga que decir que me pegó en las tetas porque el árbitro lo va a haber visto en el monitor. ¡O mejor! Capaz que puedo nombrar mi cuerpo y nadie me amonesta.