Este es el primer gobierno completamente promercado en más de tres décadas de democracia. Mauricio Macri incorporó a su equipo reconocidos líderes del sector privado con amplia experiencia ejecutiva y reconoció que la inflación es el principal enemigo para volver a crecer. Marcos Peña responsabilizó al Estado por su existencia. En apenas cien días hubo un notable giro en política exterior basado en un alineamiento sin reparos con Occidente, con resultados contundentes, como manifiestan las visitas de Renzi, Hollande y Obama. Las dudas iniciales sobre la gobernabilidad se despejaron esta semana, con la media sanción en Diputados del paquete de leyes necesario para salir del default, con un abrumador triunfo oficialista: el kirchnerismo sólo consiguió un tercio de los votos, lo mismo que sus candidatos en las elecciones de 2013 y 2015, cifra similar a la imagen positiva que aún retiene CFK. Se espera en el Senado un trámite aún más sencillo, pues la enorme mayoría de los gobernadores respalda el acuerdo con los holdouts.
La sociedad y la política argentinas vienen queriendo un gobierno más democrático y moderado desde hace mucho tiempo; Macri expresa y es el resultado de esa pulsión, antes materializada en las cacerolas, en las urnas y en la nacional y popular corrida hacia el dólar (nada más argento que ahorrar en divisas). El Presidente está en condiciones de catalizar un proceso de transformación que puede revertir una decadencia de ocho décadas. Se trata de un proceso de cambio que reconoce una dinámica “de abajo hacia arriba” (bottom up) y que puede terminar de afianzarse con una redefinición de las reglas del juego: nuevos mecanismos institucionales como los que propone el proyecto Justicia 2020, la modernización del Estado y la eventual reforma política (aún en proceso de elaboración). Por mucho menos, hace un par de décadas un conocido relator hubiera afirmado: “¡Que lo parió, Macaya!”
De este modo, si se analiza en perspectiva el nuevo proceso político, uno supondría que entre los principales empresarios y Cambiemos debería existir un sentimiento de mutua satisfacción, con síntomas de identificación y expresiones de apoyo continuo y hasta algo de pasión y compromiso con la causa. Nada más alejado de la realidad. En el Gobierno se escuchan fuertes críticas a los empresarios y se percibe frustración por el aumento de precios, el desempleo y la falta de nuevos proyectos de inversión. “Afuera nos va mejor que adentro”, sentenció un funcionario luego de otra agotadora jornada en la que, como parece ya ser costumbre, las reuniones con inversores extranjeros habían sido más amigables y prometedoras que las mantenidas con locales.
En el sector privado pasa algo parecido. Se guardan las formas (no hubo críticas públicas), pero la recesión aprieta y ni el mundo (sobre todo China) ni la región (en particular Brasil) ayudan para nada. Nuestra mano de obra sigue siendo muy cara para la productividad actual, a pesar de la devaluación y antes que se ajusten los salarios gracias a las paritarias. Los desatinos en materia regulatoria, con la excepción del cepo y las retenciones, siguen sin modificarse (se sabe que “la micro” debe esperar a que se estabilice “la macro”). Lo mismo ocurre con la seguridad jurídica: se descuenta la buena voluntad del Gobierno, pero también en el mercado la única verdad es la realidad. Algunos empresarios esperan un plan antiinflacionario más ambicioso, explícito y consistente con las metas anunciadas por el propio gobierno. Comprenden el gradualismo, pero les gustaría una postura más ortodoxa respecto del déficit fiscal. Finalmente, predomina una suerte de sinsabor resumible en la mirada de un veterano dirigente: “Antes éramos supercríticos de la política económica, pero todos ganábamos mucha plata. Ahora estamos en general de acuerdo, pero entre la inflación, la recesión, el aumento de la tasa de interés y el ajuste tarifario, la cosa se puso complicada. Y eso que
todavía no liberalizaron las importaciones”.
Expectativas. “Son los meses más difíciles”, sentenció esta semana Federico Pinedo. Puede que tenga razón: desactivar las primeras bombas (cepo, subsidios, buitres, etc.) e iniciar el programa de estabilización constituyeron medidas necesarias, aunque no suficientes, para volver a crecer. Hace falta manejar con inteligencia las expectativas y manejar bien los tiempos: evitar que la ansiedad y los cortocircuitos obstaculicen la recuperación. Avanzar a pesar del previsible malhumor que comenzará a evidenciarse sobre todo en los sectores medios urbanos, que fueron un componente esencial en la coalición electoral que llevó a Cambiemos al poder. El interior se beneficiará con el cambio en el régimen de retenciones y el tipo de cambio más competitivo. Los sectores más vulnerables son la gran preocupación de este gobierno que, a pesar de los prejuicios, tiene una genuina sensibilidad social: seguirán los subsidios a los servicios públicos, aumentarán las jubilaciones y las asignaciones familiares, se extenderá la AUH, podrían incluso anunciar medidas para fomentar el primer empleo. La mejor manera de luchar contra la pobreza es no generar nuevos pobres, y es por eso que Macri rechaza un ajuste fiscal más extremo: la idea es gastar mejor, eliminar bolsones de clientelismo y corrupción.
“La mejor política social es el crecimiento económico”, le escuché decir hace años a un miembro de este gabinete. Ese objetivo no parece fácil de lograr en el corto plazo. “En el cuarto trimestre”, prometen (se ilusionan) en el Gobierno. Mientras tanto, el peso más significativo de esta recesión recae en un segmento de ciudadanos que más apoyaron a Macri y tienen mejor imagen de su gobierno. Todo indica que las cosas se pondrán peor antes de mejorar. Y cuando eso ocurra, el eventual salto en la productividad generará nuevos ganadores y perdedores. En el ínterin, habrá que convencer a los empresarios de que vale la pena invertir a pesar de que la confianza de los consumidores, que cayó notablemente en los últimos meses, no vaya a recuperarse.
Las desavenencias entre Macri y el “círculo rojo” fueron uno de los hechos más paradójicos de la última campaña electoral. Esa brecha ha mutado, pero sigue produciendo ruidos. Hay cierta decepción entre las partes. A pesar de ser el primer presidente empresario, el primer ingeniero en ochenta años, el primero con ojos celestes, el primero que habla fluidamente inglés. Resulta crucial construir lazos efectivos de confianza, mejorar la comunicación, coordinar los esfuerzos. No suponer ni “modelar” comportamientos, sino trabajar en conjunto, dialogar, cooperar.
Sería una notable ironía de la historia (y un nuevo dolor de cabeza para los cultores de las explicaciones simplistas) que este gobierno no logre seducir a los principales exponentes de las clases sociales de las que forman parte sus integrantes, mientras trabaja para mejorar las condiciones de vida de quienes no lo votaron.