Mi experiencia judicial es casi nula. Me divorcié sin abogado y una sola vez en mi vida declaré como testigo en un juicio laboral que habían entablado dos amigas mías, luego enfrentadas por la justicia laboral.
Eso sí, soy ducho en causas de la seguridad social, porque desde hace años he tenido que lidiar con los abogados de mi madre, que enjuició al Anses en el marco de los fallos Badaro y Eliff.
Confirmados por la Corte, esos fallos serían de aplicación obligatoria para todos quienes estén en las mismas condiciones. Sin embargo, no es así: el Anses no cumple las sentencias de la Corte y obliga a ls jubilads y pensionads a litigar eternamente hasta llegar, en el mejor de los casos, a un embargo primero de las cuentas de Anses que, sin embargo, no resuelve el asunto sino que sencillamente abre la puerta a un segundo litigio, y así sucesivamente.
Ls abogads, por supuesto, disfrutan del mecanismo mucho más que el guardián de la parábola kafkiana “Ante la ley”: gozan como el director de la prisión de “En la colonia penitenciaria”.
Habría, pues, que ser muy tarado para no darse cuenta de que el sistema judicial argentino es perverso y sólo alimenta la máquina abstracta legal, más allá de toda noción de justicia.
Como se sabe, nuevos juicios aparecerán en el horizonte de ls jubilads y la máquina seguira ronroneando mientras ls jubilads mueren sin justicia y cada vez más pobres. ¿Estará contemplado eso en la reforma judicial? La vida de mi madre es tan importante como la de cualquier funcionaria.