Trilce está cansada, llora, tiene hambre, pero yo insisto. Voy con ella, encaro la puerta y toco timbre. Me atiende una señora de unos 60 años, muy arreglada, parece lista para salir.
—Buen día, señora –le digo, muy amablemente–. Yo soy periodista y vengo a contarle algunos aspectos de la realidad nacional que seguramente le interesen para…
—¡No me interesa nada de lo que diga usted! –me interrumpe la mujer–. ¡Váyase de acá, mentiroso!
—Pero, señora, al menos deme una oportunidad de entablar un diálogo que…
—¡Yo no dialogo con mentirosos! –insiste la mujer.
—Señora, por favor, no me diga esas cosas delante de mi hija chiquita –trato de buscar algo de piedad.
—¡Encima la trae a la pobre nena! –dice la mujer, cada vez más enojada–. Usted no tiene vergüenza.
Trilce llora y me abraza, con los mocos que le cuelgan. La señora da un portazo y yo decido que mi gesta ha llegado a su fin. La dejo a Trilce en el jardín de infantes y vuelvo a la productora. Entro a mi oficina y está Carla mirando fotos de vestidos en su iPad. Puso en Google “kolla chic” y está mirando modelos.
—¿Cómo te fue? –pregunta casi por rutina, sin el más mínimo entusiasmo.
—¡Horrible! –respondo furioso, todo lo furioso que puedo ponerme con Carla, porque tampoco es cuestión de que después me rete–. Tu idea del timbrazo fue un fracaso total.
–¡Eh!, pará un cachito –dice Carla levantando la vista por un momento–. Ahora me vas a echar la culpa a mí de que vos no tengas carisma.
—La gente me echaba, nadie me dejó hablar.
—Sí, pero no podés decir que el timbrazo no funciona. ¡Mirá a Macri! Cada vez que putea Carrió, cada vez que se viene un tarifazo, cada vez que hay que dejar gente en la calle, mete un timbrazo y acomoda todo. Eso si no hay montañas de guita de la corrupción kirchnerista en algún lugar insólito.
—Y si no, prueba con el viaje en colectivo.
—Mmm… me parece que con eso no le fue tan bien –comenta Carla–. Se notó demasiado que estaba armado. Porque una cosa es hacernos creer que Macedo y Urtubey están enamorados. Y otra muy distinta es convencernos de que Macri sabe usar la SUBE. Todo tiene un límite.
—¿Vos estás segura de que a Macri le va bien con los timbrazos? –pregunto.
—Segurísima –contesta Carla–. ¿Y sabés cuál es la clave?
—¿Cuál? –pregunto.
—Antonia.
—¿Por eso me pediste que la lleve a Trilce?
—Obviamente –responde Carla–. Espero que la hayas aprovechado bien.
—No pude. Se la pasó llorando, protestando, llena de mocos, un desastre. No entiendo cómo es que hace Macri con Antonia.
—Bueno, tal vez deberíamos coachear a Trilce –opina Carla.
—¿Vos me estás jodiendo? –reacciono–. ¡Tiene dos años!
—Antonia arrancó a los seis meses, con Duran Barba.
—¿Qué? ¿Vos estás segura de lo que estás diciendo?
—No, pero me imagino –opina Carla–. No creo que alguien tan importante para la comunicación del Gobierno no tenga un coach. Hoy Antonia es fundamental. Fijate que hasta murió Balcarce y a nadie le importó.
—¿Murió Balcarce, el perro presidencial? –pregunto, al borde de la angustia.
—Bueno, eso dijeron. Aunque después lo desmintieron. No sé qué pasó al final, pero a nadie le importa. Balcarce está como Julio López. Porque lo que importa es Antonia.
—¿Y Antonia no llora nunca?
—No, porque está entrenada –responde Carla–. Además, si hay que llorar, el Gobierno tiene otra estrategia. ¿O por qué te creés que Peña y Avelluto se sacaron una foto con Andrea del Boca?
—¿Pero Andrea del Boca no era kirchnerista?
—Era –responde Carla–. Ahora hizo un arreglo con el macrismo. Acordó que, en caso de morir Macri, va a llorar el doble de lo que lloró con la muerte de Kirchner. Que a su vez fue el doble de lo que lloró en toda la novela Los cien días de Ana. Aunque en ese caso hay que reconocer que Sylvestre no se moría.
—No entiendo cómo es
que Andrea del Boca se hizo macrista.
—No se hizo macrista, se sacó una foto –explica Carla–. Además, no estaba sola.
—¿No? ¿Y quién más estaba? ¿Florencia Peña, Pablo Echarri, Orlando Barone?
—No, nada que ver: estuvo Perón.
—¿Quién?
—Perón.
—¿Isabel?
—No, el General –dice Carla–. Bueno, no exactamente Perón, porque murió, como Balcarce. O no.
—¿Entonces quién?
—Víctor Laplace, el actor que hizo de Perón en la película Evita.
—Y además, siempre fue peronista.
—Viendo esa foto, me pregunto si no será esa la verdadera renovación peronista –dice Carla.
—¿Qué renovación peronista? –pregunto–. ¿Andrea del Boca y Víctor Laplace?
—Al menos hay que reconocer que es más seria que la otra, donde están Insfrán y Gioja.
—Arde la interna peronista, ¿no?
—Más o menos –contesta Carla–. Creo que hoy el peronismo es un reducto de convivencia armoniosa y gestos desinteresados si se lo compara con cómo está la interna dentro del gabinete económico del Gobierno.
—¿Vos decís que es para tanto?
—Por supuesto. Pero esto no es nuevo: pasa siempre cuando se juegan dos proyectos ideológicos antagónicos: Patria o colonia, liberación o dependencia, y ahora, Prat-Gay o Melconian.
—Me parece un poco exagerado lo que decís –opino.
—Para nada –explica Carla–. Fijate lo que está pasando en Estados Unidos: por un lado tenés un proyecto progresista, emancipador, que apuesta a fortalecer la Patria Grande, encabezado por Hillary Clinton; y por el otro tenés a un representante de la oligarquía, las corporaciones y el imperio, como Donald Trump. Desde Braden o Perón que las opciones en el mundo no son tan claras.
—¿O sea que la Argentina vuelve a importarle al mundo?
—¡Claro! ¿O por qué te creés que condenaron en España a un argentino por pertenecer, supuestamente, a una célula de Al Qaeda?
—¿Un argentino? –pregunto.
—¡Claro! ¿No te enteraste? Un santiagueño.
—¿Un santiagueño en Al Qaeda? Sería una célula dormida…
—De a poco nos estamos insertando en el mundo y nos estamos transformando en un país serio –dice Carla–. Y ni te cuento ahora que Jacobo Winograd declara en la causa Nisman.
—¿Winograd? –pregunto–. ¿Y cuándo declara Guido Süller?
—No jodas, que en cualquier momento lo llaman. Es una lástima que, en este contexto, no venga el Papa en 2017.
—¿Cómo que no viene? Ya vinieron los Rolling Stones y Paul McCartney, ahora vienen también Black Sabbath y Guns n’ Roses… ¡sólo faltaba Francisco!
—Sí, una lástima que no pueda venir el Papa –concluye Carla–. Pero en este país estamos acostumbrados a que las cosas sean siempre a medias. Y sin el Papa, la renovación peronista nunca va a estar completa.