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Breve hipótesis mundialista

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No quiero ser el aguafiestas que señala lo que nadie quiere ver en el momento menos indicado. Pero acabo de llegar de Río de Janeiro y no me parece que el Mundial vaya a ser posible sin derramamiento de cosas.

He aquí una hipótesis apresurada: el Mundial debería hacerse más frecuente. Hacerse todo el tiempo. Cada mes, de ser posible. Así perdería ese halo mágico de engaño que sirve para ocultar –involuntariamente o no– las otras cosas: la pobreza, la crisis, la injusticia.

Los precios en Río parecen haber aumentado 20% por la ridícula inflación turístico-futbolera. El ejército patrulla las calles. Los helicópteros emulan alguna película berreta de ciencia ficción y de futuro. En San Pablo, el metro está de paro y hay embotellamientos de 270 km en las autopistas. Los brasileños –parece– no les dan la bienvenida a los negocios millonarios de la FIFA, que no consisten sólo en alentar un juego hermoso y ritual, sino más bien en concesiones a empresas de cerveza, agencias de noticias, estados que deben construir canchas nuevas con pistas olímpicas, como si las viejas canchas no sirvieran para el fútbol.

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Si el Mundial ocurriera todo el tiempo, se tornaría invisible. Como la pobreza del riquísimo Brasil, que –como está desde siempre– resulta parte indivisible e invisible del paisaje, tendida como lona sobre la falda escarpada de los morros, infiltrada como mendicidad en las espectaculares playas cariocas, taponada de carteles en las nutridas autopistas para ocultar las favelas milenarias, atiborrada de lujuria en la extravagante explosión del carnaval que no trae nada.