Mucho se ha dicho acerca del impacto de la pandemia y la suspensión de las clases presenciales por el cierre de las escuelas, tanto en los distintos países como en Argentina, y sobre su evolución diferente en distintas provincias y áreas del país. Parece que no fuera necesario reiterar mucho más, pero es necesario seguir considerando el problema y ver cómo impacta el género en esto. Lo que nos dejó la pandemia es una tragedia, porque quedaron fuera del sistema escolar más de un millón de chicas y chicos especialmente del nivel secundario. En su mayoría eran de los sectores más carenciados y postergados económica, social y geográficamente, que nacieron en hogares pobres y/o empobrecidos previo a la pandemia y que esta volvió aún más pobres, o que viven en áreas remotas sin conectividad. Esos fueron los motivos inmediatos del abandono escolar.
Sin embargo, los verdaderos motivos son las desigualdades estructurales que viven estos chicos y chicas, que no ven una perspectiva que les aliente a estudiar ya que no esperan lograr un trabajo que les permita desarrollarse. Entonces, ¿para qué seguir en una escuela que no los contiene, que les enseña temas que no consideran útiles para la vida cotidiana? Muchas veces la única motivación para ir a la escuela es el plato diario de comida. Este panorama desolador expresa a la mayoría de los adolescentes varones y mujeres que integran el casi 60% de la niñez pobre.
¿Hay diferencias según el género? Ser mujeres las pone más en riesgo y entre los NI Ni son el 70%. Muchas buscan canalizar su necesidad de afecto en la maternidad precoz, que es efímera como satisfacción pero es un compromiso permanente. Son niñas madres que no eligen, son madres porque es la única posibilidad y así canalizan el caudal afectivo que les es negado a nivel familiar y social. Frecuentemente sus familias son violentas y quieren huir. A veces arman parejas o se casan. Esa primera maternidad al principio las satisface, pero se esfuma rápido y la realidad es una criatura que requiere atención y que las obliga a salir a trabajar a empleos miserables, que aceptan para sobrevivir ellas y sus hijos. Otra salida es lograr un nuevo compañero que las cobije y mantenga a ellas y su hijo, cambian de parejas y suman hijos. La vida de estas niñas y jóvenes es un continuo de insatisfacción, sobrecarga y carencias a los que se suma la violencia de género.
¿Y los varones? Se inician en el consumo de drogas y se incorporan a distintas formas de delincuencia. Son víctimas de redes delictivas que los captan por la necesidad que tienen de contar con dinero en general para comprar droga. Se aíslan y van perdiendo los contactos familiares y de amistades. Suelen ser padres, pero no asumen la paternidad por su incapacidad económica, pero también emocional y social. Se insertan en trabajos precarios con bajos salarios, y no persisten durante mucho tiempo. Esto es el diagnostico, pero el gran desafío es qué hacer. Necesitamos actuar antes de llegar al abandono escolar. La escuela debe ser contenedora y protectora, algo que hoy no tiene. Es imprescindible adecuar los currículos tanto en contenidos como en metodología para que sea interesante y los vinculen con su vida cotidiana.
La prevención secundaria del abandono escolar es importante, la escuela debe estar atenta y ante la ausencia intervenir rápidamente antes que se convierta en abandono. La visita del personal docente a la casa de quien está faltando permite verificar la situación y la mera demostración de interés es importante para la chica o el chico que quiere abandonar y le ayuda a mantener el vínculo y es el camino para fortalecerlo. Esta es una parte de lo que debemos hacer para cortar el circulo actual de desinterés, inasistencia y abandono. Mas difícil es enfrentar los aspectos estructurales de la desigualdad pero eso no debe ser excusa para no hacerlo.