COLUMNISTAS
Inteligencia espiritual

Convivencia en la era de las máquinas

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Inteligencia artificial. Puede mejorar a la humanidad. | shutterstock

Es paradójico, y necesario poner en agenda la inteligencia espiritual en diálogo con la inteligencia artificial. Una convivencia ejemplificadora y pacífica en la era de las máquinas.

Las neurociencias pusieron en valor la importancia del entendimiento y la gestión de las emociones en todos los ámbitos de la vida. Para una vida feliz, es necesario conocernos y gestionar adecuadamente nuestras emociones. Pareciera ser una fórmula sencilla en el camino de la felicidad. Poner en práctica hábitos y entrenar pensamientos positivos para cambiar una realidad percibida como inhóspita. A través de un método, en este siglo, suena posible.

Lo que también resulta posible es entrenarnos para ser personas espiritualmente inteligentes, permitiéndonos el ejercicio de la libertad para crear un mundo interior que permita alejarnos un poco de la vida instintiva y acercarnos a una más contemplativa. En lo artificialmente inteligente no hay reflexión ni empatía que valga. La espiritualidad es propia de las personas, establece las conexiones emocionales y relaciones profundas que encierra una mirada holística del universo. Muchas veces, no basta saber, sino que es necesario, sentir, creer, y crear porque en ello, confluye el entendimiento espiritual.

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La inteligencia artificial es externa a la humanidad, puede convivir con ella y mejorarla, pero no será nunca capaz de cultivar el sentido común, la compasión y la empatía, claves en una educación espiritual que necesita ejercitar el mundo. La inteligencia artificial tiene la capacidad de crear una realidad, pero no de vivirla y discernir sobre su veracidad y tenacidad de su creación.

Podrán definitivamente coexistir personas y máquinas, pero aquello artificialmente inteligente no podrá ser capaz de descubrir el propósito de su propia existencia, las consecuencias de sus actos, la conciencia de trascendencia, o de la autorrealización, encontrar un propósito en su vida.

Lo artificial es servicial a las personas, es medio y no fin en sí mismo. La atrofia espiritual, que no es lo mismo que la anomia religiosa, ha llevado a la decadencia de las civilizaciones. Esa pérdida del “sentido y la gratuidad del vivir” dio la bienvenida al sinsentido del fanatismo, la banalidad, la servidumbre, el dogmatismo, el servilismo en extremo y el individualismo propio de la sociedad moderna. Hay una fobia a la espiritualidad, al descubrimiento del ser,  hay un endiosamiento al hacer desordenadamente y sin propósito. La modernidad ha elegido crear un adversario invisible: el espíritu, pero todavía no hemos tomado consciencia que esa elección nos llevará en masa a un sólo destino: el suicidio de nuestra existencia.

*Directora del Centro de Management Humanista Empresarial, Escuela de Negocios de la UCA.