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Crianza respetuosa

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Existen muchas ideas fantasiosas acerca de lo que es la crianza respetuosa.

Primero, (...), me parece tremendo tener que aclarar que las relaciones humanas tienen que incluir el respeto. Si hablamos de una crianza respetuosa, tenemos que hablar de que hay crianzas no respetuosas. Y hoy por hoy, las hay. En la Argentina, el 46,4% de los mapadres reconoce utilizar violencia física para criar o disciplinar a sus hijos, aunque admite que no está bien. Existen muchas más formas de violencia en la crianza además de los castigos físicos: agresiones verbales, amenazas de abandono, adjudicación de culpas al niño por problemas de pareja... y un sinfín más.

Se suele confundir el concepto de “crianza respetuosa” con “crianza con apego”. El apego es la tendencia de los humanos (que también existe en diversas especies de animales) a establecer un vínculo de afecto, con al menos, un cuidador primario (figura de apego). Los seres humanos somos tan prematuros, tan dependientes, que no puede no existir una figura de apego. ¿Siempre es la mamá? Tal vez idealmente sí, pero no necesariamente. Hay familias homoparentales de varones, familias con abuelos, tíos o amigos como figuras de apego. El punto es que no existe un ser humano que no desarrolle apego hacia otra persona. Criar sin apego no existe, sí existe criar sin respeto a la otra persona, a los tiempos, al vínculo...

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La crianza respetuosa no se trata de un grupo de reglas que hay que cumplir, ni un itinerario de lo que nos hace “buenos mapadres” si lo cumplimos, y malos si no lo hacemos. Hay tantos modos de crianza como familias. No tiene nada que ver con portear, dar la teta, alimentar al bebé sin papillas o mantener al niño descalzo (todos temas que veremos más adelante en este libro). La crianza respetuosa no es un mandato, no es un “bebé pegoteado 24 horas”, no es realzar el sacrificio y la abnegación, sino escuchar nuestras propias necesidades, validar nuestro deseo y reconocer en nuestro hijo otra persona a respetar.

La crianza respetuosa sitúa al niño como persona. Persona completa, única e irrepetible, a quien acompañar en sus amores, descubrimientos y sinsabores. Persona a la cual no le haremos lo que no nos gustaría que nos hicieran a nosotros. Entre otras cosas, no nos gustaría que nos dejen llorando a la noche, no nos gustaría que nos obliguen a comer sin hambre, y no nos gustaría que nos lleven a un médico, ¡y nos desnuden sin explicarnos nada!

Crianza respetuosa también es situarnos en nuestro rol de adultos falibles. En que nunca, jamás, seremos perfectos. Y que eso es bueno, porque es el mejor ejemplo para nuestros hijos: yo, adulta, puedo equivocarme, puedo reconocerlo, puedo llorar de frustración y puedo pedir disculpas.

Nos han criado en un paradigma de adulto todopoderoso, que en todo tiene razón y todo lo sabe. Enormes, sabios, que toleran cualquier emoción sin desmoronarse. Adulto que tiene que “enseñarle” al niño a ser persona, a ser independiente, a ser duro, a no llorar, a no pensar. Paradigma insostenible. Hay un sistema económico que se nutre de esto: hace poco tiempo, una usuaria de Twitter reflexionaba acerca de cómo es una cultura laboral el encerrarse en el baño a llorar. El tuit tuvo miles de respuestas: la mayoría de las personas hemos sufrido maltrato psicológico en el trabajo y lo hemos naturalizado, (...). ¿Por qué somos violentos? Porque probablemente hayamos sido criados de esa manera y no sepamos relacionarnos de otra forma.

Es momento de mostrar que probablemente nadie tiene la menor idea de cómo criar (¡nadie!. Porque cada niño o niña es único/a, que todos tenemos miedo de equivocarnos, que el camino es a veces, brillante y divertido, y otras veces es oscuro y obtuso. Es momento de reconocer nuestros propios miedos, de ponerlos en palabras, e incluso charlarlos con nuestros hijos, para mostrarles que no somos perfectos, que estamos aprendiendo a su lado, que en este camino no hay nadie que sepa todo, sino muchas personas creciendo y amándose.

Validar lo que nos pasa es fundamental. La crianza respetuosa busca ser respetuosa de todas las personas que forman ese vínculo, tanto bebés como adultos. Por supuesto, los bebés y los niños dependen absolutamente de nosotros, y ese vínculo es asimétrico: un niño no puede mapaternar a sus padres. Lo cual no quiere decir que las necesidades de esos adultos no deben ser reconocidas y atendidas. Es por eso que es fundamental la “matriz de sostén”, es decir, un entorno que sustente a esa familia. ¿Cómo son las matrices de sostén hoy por hoy? Escasas y difíciles, empezando por las licencias de mapaternidad cortas, sin ningún tipo de coherencia con las necesidades de los bebés o de las familias. La matriz de sostén de la infancia somos todos. La responsabilidad es social, no solo de esa familia.

Hablar de crianza respetuosa sin perspectiva de género tampoco tiene sentido. Las madres trabajan a la par de los padres fuera de la casa, con sueldos menores y a cargo de la mayoría de las cuestiones domésticas y de crianza. La mayor parte de las familias monomarentales están a cargo de una mujer. Se les exige a las mujeres trabajar como si no criaran, y criar como si no trabajaran. A nadie se le ocurriría preguntarle a un varón, cuando anuncia que será padre, “¡Uhh!, ¿y qué vas a hacer con el trabajo?”.

Esto es relevante porque cuando hablamos de crianza, hablamos también de tareas de cuidado, que son las tareas y actividades que se llevan a cabo en el hogar y que hacen posible la organización de las familias. Es prometedor ver, cada vez más, a los padres involucrados en las mismas, sobre todo, comprendiendo que no realizan ningún favor ni “ayuda”, sino que la crianza y estas tareas son su responsabilidad como padres.

*Hoy no es siempre, editorial Planeta (Fragmento).