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Reaparición. Después del intento de magnicidio, CFK volvió el viernes a un acto, en Pilar. | Sergio Piemonte

Próxima cumbre del zoom en la cúpula del PRO y algún socio cercano para bajar la temperatura de la interna. Marcha con papas fritas el servicio y bajo la inspiración del mítico DT Carlos Salvador Bilardo, quien le exigía a sus jugadores: “Por favor, muchachos, pásenle la pelota a los amarillos, que son los nuestros. No a los otros. Miren que si se la pasan a los otros, vamos a perder”. Máxima obvia frente a los feroces cruces entre la dama de hierro del subdesarrollo, Patricia Bullrich, y su rival por la candidatura presidencial Horacio Rodríguez Larreta, por no incluir en las escaramuzas de feria a otros postulantes y figurones.

Atrás de este encuentro amistoso aparece Mauricio Macri, quien propicia las rencillas pero luego se incomoda cuando se multiplican: quiere una tregua antes de viajar a Qatar a mediados de mes, del Mundial no se va a privar. Tampoco de las vacaciones futuras en el Sur, no le vayan con el cuento de que este año no hay verano ni veraneo. Para otros, tal vez.

Se comprende: todavía no se recuperó de las derivaciones de su última operación, molesto por las reiteradas exigencias urinarias y, quizás, por eventuales trastornos en la expulsión del líquido seminal. Ha mejorado pero persiste otra complicación: un problema en una pierna que lo obligó a dejar los zapatos y usar zapatillas (europeas, claro), aun con traje. Casi una moda ya impuesta por el desprolijo Daniel Scioli o el próspero Claudio Tapia, presidente de la AFA, quien supo conservar su cargo más que el ingeniero de Boca.

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Apoyó a Massa, fue condescendiente con Alberto F y rectificó a su hijo, Máximo

El tema de la moda en el vestuario también afectó al jefe de Gobierno porteño: dejó en el placard, junto al divorcio de Bárbara Diez, una vasta colección de remeras negras que utilizaba hasta para dormir, en la cancha de Racing o en el Teatro Colón, con saco o con campera, en invierno o verano, mudando ese muestrario a camisas más clásicas y acordes a su edad y aspiraciones. Sugerencia de la nueva pareja, se supone. Su competidora de arrabal, la Bullrich, también esta semana se embrolla con la salud en la familia: su marido, Guillermo Yanco, debe afrontar una complejidad médica. Ninguno gana para sustos.

Macri insistió con economistas hace pocas horas (Laspina, Guidotti, entre otros) en la necesidad de proceder en forma disruptiva apenas se instale el nuevo gobierno, si es que la oposición triunfa. No lo convocó a Carlos Melconian esta vez a esa reunión, dicen que el “armenio” racinguista siempre se coloca un escalón más arriba de sus colegas y esa actitud individual distrae la gimnasia de cualquier equipo. Menudencias de un bloque profesional que suele tener referencias en Domingo Cavallo.

Ni tiempo tuvo el ingeniero de digerir el último discurso de Cristina, quien desde el atril lo provocó para dirimir el protagonismo en las urnas, al mejor estilo Bolsonaro-Lula. Si bien ella pretende en 2023 conseguir más diputados, también se tienta con la idea de polarizar con Macri: sería una ganancia aún perdiendo. Esa alternativa le serviría para conservar la primera y última palabra en su fracción, un deseo ya manifestado en la pelea por la suspensión de las PASO. Aunque Cristina no está convencida de otra consecuencia imaginada en la medida: una grieta inevitable en la oposición, un corte en dos partes por lo menos en su unidad, al revés de lo que piensan su hijo, Massa y otros apóstoles, persuadidos de que esa supresión electoral les permitirá ganar o competir cómodos en el 23.

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Por falta de fe en esa propuesta, evitó discurrir sobre ese tema, la interpretó en su declaración un alineado ex radical, Leopoldo Moreau, impíamente flanqueado para su historia por Boudou y el intendente Espinoza. Dijo: “No es momento para hablar de las PASO”. Fue un olvido planificado en el folletín de Cristina de hace 48 horas frente al sindicalismo que siempre detestó, en particular a los “meta” y a toda la herencia de Vandor, Rucci y Lorenzo Miguel.

Como sus embajadores pueden retomar la idea de la suspensión, hasta Alberto se previene junto al ahora rebelde Scioli, quienes además de haberla hecho retroceder a la dama coordinan un documento que verá la luz esta semana reclamando lo contrario: mantener la ley de las internas, propiciar una suerte de segunda renovación, de mayor democracia en el peronismo y, sobre todo, libre albedrío y limpieza ambiental.

Casi hijos de Milei en esa herencia, como la moda por el cambio que llega al oficialismo contra la tutela autocrática de los Kirchner y los acomodados camporistas, graduados en cinismo para olvidarse –por ejemplo– del acuerdo que esta semana el ministro de Economía celebrará con el Club de París. A propósito, esta nueva firma con el organismo corrige parte del lamentable entendimiento que suscribió en su momento Axel Kicillof, cuando al estilo matonesco de Patricia Bullrich saldó la deuda a un costo innecesario.

Massa no se permite denunciar este hecho, está abrumado por un doble cepo: debido a su transitoria devoción por Cristina, no puede cuestionar aquel costoso pacto amateur de Kicillof y, al mismo tiempo, debe soportar los controles docentes del gobernador bonaerense a sus planes cuando se los explica a la Vice. Es que, para  ella, Axel es garantía de calidad ISO 9000 y no acepta que nadie se queje por su gestión anterior, vive en su propio mundo mágico. Como se sabe, tampoco ve mucha gente, se encierra en que todo su tiempo pasado fue mejor.

Macri piensa en 2023 desde afuera y se apresta a repetir el peligroso rol de Cristina

A dos meses del intento de homicidio contra ella, en su reflexión pública resumió: 1) apoyo al “esfuerzo” de Massa y sus medidas. Para el estudio psicológico: se irritaba por el ajuste de Guzmán y ahora bendice un ajuste más duro del actual ministro; 2) estuvo condescendiente con el mandatario Fernández, crítica que se aguardaba con cierto solaz. Para otro estudio: el freno violento que el Presidente le puso a la suspensión de las PASO parece que le desajustó el vestido, le corrió el rímel y la obliga ir al baño para recomponerse; 3) rectificó a su vástago Máximo, quien en una entrevista se había permitido decir que su madre no sería candidata. Para nuevo estudio: el hijo no entiende los dictados de la madre, es un pésimo traductor o se atribuye conclusiones que no le corresponden ni por llevar el apellido Kirchner.

Cristina vuelve entonces, tiene en la agenda otro acto a mediados de mes, asombra con un  discurso cargado de contradicciones –soy el Gobierno pero el Gobierno no me representa– y jurando que le dio alegría al pueblo, bienestar y fortuna. Y que le devolverá esa gracia si triunfa.

A pesar del optimismo, no puede salir a la calle, ni tomarse un té en el café para señoras mayores a la vuelta de su departamento, cenar en un restaurante (cuenta los días, como un preso, en que no ha salido a comer afuera desde los tiempos de Néstor), pasear a sus nietos en una plaza concurrida o asistir por su cuenta a un teatro. Entre otras inhibiciones. Y no por razones de seguridad: ya ocurría antes del frustrado atentado. Tampoco es miedo a que se le acerquen las multitudes para vitorearla.