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De la vergüenza económica

16-4-2023-Logo Perfil
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Los italianos nos han tenido siempre por hermanos, o primos lejanos. Incluso a veces somos efectivamente sus primos, en busca de un pasaporte salvador. Desde estos pagos me doy cuenta de que el discurso de Milei en Davos, con el que me avergüenza de ser argentino, trascendió varias fronteras, en un mundo que globalizó la producción del capital, pero no sus controles fiscales, y aquí en Italia, donde trabajo circunstancialmente, los ecos de la disparatada epopeya de Davos llegan como realismo mágico subtitulado.

Mis colegas me preguntan tantas cosas sobre la motosierra que no sé dónde empezar. Aquí, donde las guerras de Ucrania, Medio Oriente y África son absolutamente omnipresentes, es difícil hacerse a la idea de que el 2024 sea el año más feliz sobre el planeta Tierra. Pero un entramado subcutáneo de argumentos vergonzantes se construye a veces en silencio, a veces a viva voz, en este occidente globalizado, que aprovecha cada despiste para afianzar la supervivencia del más apto.

No reniego de la economía; sería necio no aceptar que sus principios fundamentales (optimizar los recursos para maximizar los beneficios) se derraman imaginariamente sobre otros aspectos de la vida humana, desde la administración familiar hasta la convivencia amorosa, incluso a veces –¡válganme las fuerzas del cielo!– los procedimientos de producción artísticos. En una obra de teatro, por ejemplo, sabemos cómo explotar la mínima cantidad posible de actores (asalariados) para obtener el mejor resultado narrativo posible. Ya lo hacía Shakespeare doblando personajes. Hay cientos de técnicas para lograr este objetivo, del que a veces prescinden otras artes (quizás menos antropomorfas). ¿Cuánto nylon necesita comprar Christo para embalsamar sus acantilados? A nadie importa.

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Pero en la economía, me parece, hay siempre un principio de vergüenza que nos reúne en la fogata cringe: nadie habla a voz en cuello de cuánto se gana, ni de cómo se lo gana, porque ese proceso implica herejías como la plusvalía, la evasión y la injusticia social. Salvo en sociedades muy moldeadas en el protestantismo (donde la ganancia económica es un regalo de Dios) las otras culturas viven el privilegio de la ganancia con algo de pudor, sobre todo sabiendo que la gran mayoría de nuestros hermanos humanos son pobres de toda pobreza.

El discurso lameculos de Davos (donde los dueños del mundo llegan en jet privado carbonizando el aire para discutir los alcances de la sustentabilidad mundial) ya está oponiendo por aquí sus contrapesos. Véase por ejemplo la entrevista de Jorge Fontevecchia a Gabriel Zucman, director del Observatorio Fiscal Europeo, quien muy en las antípodas de todo libertario, demuestra con los mismos principios de la sempiterna e inconfesable economía, cuánto favorece el liberalismo a la evasión fiscal de los superricos, al tiempo que destruye toda noción de identidad, haciéndose cargo fundamentalmente del derrumbe de los pilares culturales de un país.

Giorgia Meloni tiene un Ministro de Cultura que es poco menos que un payaso. No paro de ver las entrevistas en las que lo dejan en orsai. Son un placer. En una confesó sin darse cuenta que no había leído los libros que había premiado como jurado, amparado en la ventaja que le dan las contratapas a un ministro ocupadísimo. En otra afirmó sin matices que Dante Alighieri había sido el primer gran pensador de la derecha italiana y que aquí estaban ahora ellos, la diestra en alto, para reafirmar esa tradición. En otra, al preguntarle si habría estado con los partisanos durante la guerra, da una larga explicación para demostrar que el comunismo es como el nazismo, y que él hubiera estado del lado de las brigadas nacionalistas de Edgardo Sogno (militar de corte monárquico, liberal y antimarxista), dicho lo cual roba el micrófono al que lo entrevista para continúa increpando él mismo a los demás periodistas: “¿Usted es anticomunista?” Un show de Carlitos Balá. 

Mucho me temo que Milei, con este discurso escolar diseñado para una Charla TEDxSan Nicolás, de título “La aplastante superioridad del capitalismo”, escrito en las letras de Coca-Cola, habilita el intercambio global delirante, una fantasía de hadas vestidas con camperas de cuero negro, para sofocar de nuevo la vergüenza primigenia que anida en la palabra economía: cuánto se gana y cómo se lo gana y a quién se le gana y para qué se lo usa.