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Del rosa al verde

Ecología 20230826
Medioambiente | Unsplash | Miriam Espacio

“De repente, bancos centrales e internacionales están más preocupados por los impuestos sobre el carbono y el calentamiento global que por la estanflación y el colapso económico”, leo en un artículo del periodista estadounidense Brandon Smith. Con la esperanza de que nieguen la filiación entre causas sociales, finanzas y poder, consulto a colegas que saben de ecología. Uno responde con una pregunta: “¿No viste que a la hora de lavar la imagen, la banca, los oligopolios, los gobiernos e instituciones fueron opacando al Pink de las reivindicaciones de género, con el Green del ambientalismo?”. Y otro añade que la Cumbre para un Nuevo Pacto Mundial por las Finanzas, celebrada hace un par de meses en París, contó con la presencia del secretario general de la ONU, Antonio Guterres; la secretaria del Tesoro estadounidense, Janet Yellen; la directora gerente del FMI, Kristalina Georgieva; y el presidente del Banco Mundial, Ajay Banga. Admito que, con semejante nómina, fue muy ingenuo de mi parte querer creer que es el bien del planeta y no una trama bastante más vampírica la que está atrás de esta súbita preocupación de los poderosos por el bien común.

Sin embargo, hago un último intento de optimismo y arremeto con que el objetivo declamado de la cumbre es “encontrar soluciones financieras para combatir la pobreza, minimizando emisiones del calentamiento global”.

Victoria y Juan Domingo

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Me responden que, bajo el piadoso manto verde con el que apagar un mundo en llamas, se está formando “un consorcio mundial” destinado a resolver aquello que, en boca de los voceros del FMI y el Banco Mundial “las naciones soberanas no pueden o no quieren”. Termino por aceptar la evidencia al leer una entrevista al desprestigiado Emmanuel Macron (siempre dispuesto a meter baza en la agenda internacional) en la que dice “el mundo necesita un shock financiero público para hacer frente al calentamiento global”, reafirmando la alianza entre negocios, sustentabilidad y organismos transnacionales de control.

Para aportar algo, hago mención de la propaganda destinada a concientizar a las personas para que sean cada vez más ambientalistas a costa de reducir el consumo individual a su mínima expresión, mucho más palanqueada que los datos sobre el accionar contaminante de las multinacionales. Un poco como si se multara a los transeúntes por arrojar basura al Riachuelo, haciendo caso omiso de los desperdicios a gran escala que, ahí mismo, arrojan grandes empresas. Complacidos de haber doblegado mi frágil confianza en los discursos “del bien”, mis colegas que saben de ecología me pasan, para cerrar el tema, artículos de carácter científico, que explican cómo la medición de temperatura en Europa, que antes se hacía a dos metros del suelo, comenzó a hacerse en el asfalto, arrojando por default números más altos. “¿Ustedes dicen que el calentamiento es chamuyo?”, los increpo. “¡No! –se apuran a responder–, el chamuyo es que va a resolverlo el capital concentrado junto a individuos que, por amor a la sustentabilidad ¡acepten perder el sustento!”.