COLUMNISTAS
Gobierno desconcertado

Desgaste oficial

Preocupa la grieta, pero no la que existe con la oposición sino la que divide al Frente de Todos.

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Guardapolvos, Alberto Fernández y Rodríguez Larreta. | Pablo Temes

El gobierno necesita oxígeno. El gabinete necesita oxígeno. No hay que tomarlo a mal, es algo lógico. Cuando asumimos nadie imaginó que estaríamos condicionados por una pandemia a nivel mundial. No estoy diciendo que sin Covid la gestión hubiera sido ejemplar, lo que quiero transmitir es que el nivel de desgaste de algunos sectores y funcionarios ya se empieza a notar y los errores están a la vista”. Quien así se expresa  es un hombre del sector de la coalición más cercano al Presidente con despacho en la Casa Rosada.

Es una confesión de una realidad cruda que todos los días trasciende los muros de la Casa de Gobierno. No hace falta transitar sus pasillos para detectarla. Los que deambulan por esos corredores observan con preocupación los rostros de desconcierto y hastío que dejan ver muchos de los funcionarios más cercanos a Alberto Fernández.

“La grieta que más preocupa no es la que divide aguas con la oposición. Hay una grieta interna dentro del Frente de Todos. A los que no buscamos la confrontación como herramienta para una supuesta revolución política -en el buen sentido- nos llaman tibios o moderados, sin ver que lo que buscamos en la gestión de acuerdos es el bienestar de los que nos votaron y de los que no. Esto no puede seguir pasando dentro del gobierno. Porque el sector más dialoguista no es ajeno a las críticas y se desgasta la capacidad de trabajo. Del otro lado deberían canalizar mejor las posturas extremistas que se escucharon esta semana” -se quejó otra fuente albertista-.

La crítica va dirigida al ex vice gobernador Gabriel Mariotto y a Milagros Sala que en los últimos días arremetieron con virulencia contra el Presidente.  

Muchos funcionarios que responden a Alberto Fernández se preguntan por qué resignó su aspiración de liderazgo y, en cambio, decidió someterse a la voluntad de Cristina Fernández de Kirchner. “Cristina tiene la mayoría de los votos pero con eso no le alcanzaba para ganar. La victoria se la posibilitó Alberto”, completa otra voz de su cercanía con tono de decepción y cierta angustia. Lo que dice es absolutamente cierto. La presencia de AF permitió recomponer una cierta unidad del peronismo con la reincorporación de Sergio Massa y el aporte de algunos gobernadores que aún hoy no quieren tener nada que ver con CFK y sus secuaces. Y eso abarca a La Cámpora.

La “revolución” que, según le reveló el Presidente a Eduardo van der Kooy,  reclaman los sectores K es el reconocimiento de los objetivos diferentes que anidan en el Frente de Todos. El kirchnerismo no volvió para ser mejor. Nada mejor se puede esperar de una estructura de pensamiento arcaico encaramado paradojalmente en gente joven. Ese es uno de los estigmas K: su atraso ideológico y metodológico.

Los atisbos de “revolución” parecen ser el ida y vuelta de las tensiones con el campo, la nueva fórmula aplicada para el cálculo de los haberes con los que se castigó a lo jubilados, el bochornoso fallo que le permite a CFK cobrar jubilaciones y pensiones exorbitantes que ningún otro ciudadano percibe, el intento de expropiación de Vicentín y la reforma de la Justicia buscando no sólo la tan anhelada impunidad de la vicepresidenta  y sus ex funcionarios sino también la suma del poder público.

Uno de los territorios en donde la disputa interna se da con más crudeza es la provincia de Buenos Aires. La resistencia de varios dirigentes a la imposición de Máximo Kirchner como presidente del PJ distrital no es poca. No es sólo la oposición a su figura sino también a la metodología de conducción que aplica La Cámpora.

Ello está teniendo consecuencias en dirigentes peronistas que quedaron a la intemperie luego del fiasco de Roberto Lavagna y Consenso Federal, quienes están dialogando desde hace varios meses con sus pares justicialistas que forman parte de Juntos por el Cambio. Hay que recordar que tanto Horacio Rodríguez Larreta como Diego Santilli provienen de las entrañas del PJ. En esa tarea están muy activos el intendente de Lanús, Néstor Grindetti, su secretario de Seguridad, Diego Kravetz y el ex ministro de Gobierno de María Eugenia Vidal, Joaquín De la Torre, un peronista que fue intendente de San Miguel.

Las clases, otra vez en duda. En medio del rebrote de Covid 19 y los avatares de la vacunación, la educación y el regreso a las aulas fijado -en principio para el 17 de febrero- vuelve a estar en primer plano. El ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, determinó esta semana que cada provincia fijará la fecha y la modalidad de ese retorno. Desde el massismo reiteraron que la presencialidad es fundamental y  recordaron que a fines del año pasado “el ministro Trotta chocó de frente con los gremios y hubo que elaborar una ingeniería política con gobernadores e intendentes para volver a las aulas. Anticipan que la negociación será muy dura”. Lo que no dicen es que, desde el nivel nacional, esta vez no quieren pasar por lo mismo y por eso delegaron las negociaciones en cada provincia o jurisdicción. Todo un síntoma de la falta de conducción que asoma desde casi todas las áreas de gobierno. En las últimas horas se supo la decisión presidencial de avanzar con la presencialidad para no regalarle esa bandera a la oposición. Un absurdo.

La presencialidad escolar está internacionalmente recomendada. Es algo fuera de discusión. Su desafío es la implementación. Lamentablemente la mezquindad de la puja política de la cual forman parte las conducciones gremiales ha alejado la posibilidad de un trabajo conjunto e inteligente entre gobiernos y sindicatos. De haber existido esa actitud se hubiesen encontrado las formas de lograr ese objetivo de forma segura, como merecen alumnos, docentes y personal auxiliar, según las posibilidades de cada escuela. “En ausencia de un gran sueño, la mezquindad prevalece” (Peter Senge).

 

Producción periodística: Santiago Serra.