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Detrás del vértigo del balotaje

Milei y Massa
Martín Cipres: “Hay un dato que a la industria la entusiasma y es que los 2 candidatos que llegan al balotaje tienen una idea pro mercado" | Télam

No hubo respiro. Todavía estaban recontando votos y asignando bancas en disputa cuando el vértigo se adueñó nuevamente de la escena, como la semana anterior en los mercados. El viernes, el dólar contado con liquidación llegó a los $1.100 en un contexto de intervención a toda máquina para evitar un desborde mayor que implicó el cierre virtual de las operaciones en el segmento blue.

Toda esa energía pareció diluirse cuando se produjo, el mismo lunes, una virtual segmentación del mercado cambiario que de esa manera convergía al valor que el ex futuro ministro Carlos Malcomían había pronosticado: $500. Una prueba que el cuestionado atraso cambiario no era un caballito de batalla electoral en contra de la carrera presidencial del ministro-candidato sino una realidad: cuando las reservas se vacían, faltan insumos y se acumulan los pedidos de importación, no hay relato que valga. La descompresión también asumió un riesgo: que pasara como en agosto, cuando una devaluación de “sólo” el 22% se fue trasladando a precios durante las cuatro semanas siguientes. En sólo 40 días, la “ventaja” competitiva del salto cambiario volvió a fojas cero con el rebrote inflacionario. Ya con un IPC viajando como piso al 10% mensual, cualquier movimiento que alimentara expectativas devaluatorias podría encender la mecha de la hiperinflación.

Economía con pies de barro

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La baja posterior de los dólares financieros quitó una preocupación momentánea, también ayudada por la caldera política que a toda velocidad aspira todas las energías de la discusión pública. Un pequeño favor para el Gobierno que puede disimular los desequilibrios que así encuentran un tiempo extra para empezar a transitar alguna resolución. Además de la amenaza de corrida cambiaria, el ranking de fantasmas que sobrevuelan la precaria tranquilidad son la renovación de deuda interna (cada mes el Banco Central debe revalidar su condición de deudor solvente), el establecimiento de precios acordados para una especie de tregua hasta fin de año y el normal abastecimiento de algunos bienes cuyos precios, están lejos de ser catalogados de “justos”. Lo que fue ocurriendo en la semana con los combustibles, claramente en precios muy desacoplados del promedio histórico (entre US$0,90 y US$1 para el litro de nafta súper) pareció que el acuerdo de sostenibilidad venció el mismo 22 de octubre. Ahora habrá que renovarlo al menos por cuatro semanas más porque dejar los motores apagados en un país como Argentina es una mala noticias para el candidato que aspira a plebiscitar su política económica. Podría ser un avance de los desequilibrios que si no se corrigen el mercado podría hacerlo de la manera más brutal posible.

Dólar peso
Mercado cambiario. Foto: Agencia Shutterstock

 

El reseteo general de la economía es un secreto a voces. Por parte de la coalición que proclama el cambio y la que brega por no saltar al vacío, el consenso que existe es que el modelo se agotó. Algunos le podrán arrogar culpas a la administración anterior, al azar climático, a la convulsión del escenario internacional, a la falta de consenso o la maldad intrínseca de los astros. Pero una presidencia que se inicia con un índice de pobreza de cerca del 42%, una inflación del 180% anual, una deuda acumulada con importadores que podría equivaler al 50% del total anual de compras y un déficit fiscal arriba del 5% del PBI no puede aspirar a otra cosa que estabilizar la economía. Sin embargo, por debajo de estas malas notas, hay otras que son visibles sólo cuando un bien directamente sin existencia indica que ese mercado dejó de funcionar armónicamente: la gran distorsión de precios relativos. Cuanto más alta es la inflación, es más probable que haya ganadores y perdedores entre los diferentes sectores productivos y trabajadores. Prácticamente nadie empata el índice general y el poder de negociación o factores exógenos colocan las variables en números rojos o azules. Esto potencia la salida de un salto inflacionario como forma de poder corregir estos desvíos acumulados en casi cinco años de devaluaciones, controles y segmentaciones discrecionales. Una amenaza que, por ahora, sólo se sublima por la enorme puja política… por agarrar la verdadera papa caliente en que se convirtió la economía argentina. Una paradoja, pero como sostenía Blas Pascal, “razones tiene el corazón que la razón no entiende”.