A cinco años del septiembre fatal de Manhattan, el balance sobre esos terribles episodios divide al mundo en dos grandes familias ideológicas, el tercermundismo victimista y el chauvinismo del bienestar primermundista, insuficientes tesis y antítesis de un mundo en cambio caótico y acelerado. Del lado sureño y tercermundista de las imaginarias barricadas, sólo pueden verse los pueblos afgano e iraquí y las tragedias que siguieron al 11 de septiembre. Del lado norteño y primermundista, solamente se observan los muertos en las torres de Nueva York, los trenes de Madrid y el subte de Londres.
He aquí el balance que ni el tercermundismo ni el primermundismo zombies parecen capaces de percibir: todos hemos perdido, como inevitablemente sucede en una humanidad transformada por la globalización en comunidad de destino. Algunos han perdido sus vidas. Otros, sus libertades civiles. Todos, las ilusorias pretensiones de seguridad y estabilidad que ofrece el zombie sistema político nacional/inter-nacional que gobierna un mundo tecnoeconómicamente globalizado.
Después de que las fuerzas armadas más poderosas del planeta demostraran su incapacidad de proteger los dos puntos más delicados del territorio estadounidense, todo salvoconducto nacional ha caducado. El nacionalismo, que presume de realista cuando es sólo un espejismo derivado de aplicar principios nacional/industriales al naciente contexto postindustrial y globalizado, se ha transformado en una forma suicida del provincialismo. En un universo marcado por la desaparición del espacio, la caída de las barreras y la aceleración del tiempo, las ilusiones de seguridad que ofrecen sus fronteras territoriales son un espejismo aún para quienes viven a pocos pasos de Wall Street o trabajan en el Pentágono.
La caída de las Torres fue uno de los primeros impactos de los muchos icebergs globales a la deriva sobre el casco aparentemente insumergible de nuestro Planeta-Titanic. Desde luego, los habitantes del Primer Mundo gozan en él de condiciones de travesía mucho mejores. Sin embargo, si nos hundimos en un nuevo conflicto similar a los de la primera mitad del siglo XX pero en el que ambos contendientes batallen con armas de destrucción masiva, nadie podrá considerarse a salvo a priori. En un mundo global, “nosotros” no somos ya el pueblo de una nación sino la humanidad entera; un pueblo planetario amenazado por la crisis ecológica, el recalentamiento global, el terrorismo fanático, el descontrol de los medios tecnológicos, la proliferación nuclear, la explosión demográfica, las pestes globales, las armas de destrucción masiva. Un pueblo-humanidad pasajero de un Planeta-Titanic. Un pueblo-humanidad a merced de nuestra propia violencia gracias a la obsolescencia de nuestras instituciones nacionalistas y zombies y la cobardía y ceguera de nuestros gobernantes, contracara inevitable de nuestra propia ceguera y cobardía.
(*) Autor de “Globalizar la Democracia”.