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Dolarizar ¡es viable!, pero es inconveniente

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Quedan 6 ruedas antes de las elecciones y la tensión se apoderó del mercado de cambios. | MECON

Introducción. El potencial triunfo electoral de Javier Milei dispara una serie de interrogantes sobre su programa de gobierno en diversas áreas, pero probablemente el más discutido y trascendental para el futuro del país sea la propuesta de “dolarización” de la economía, o como el propio candidato la plantea, la “competencia de monedas”. En cualquiera de sus variantes, hablamos de “despesificar” la economía argentina, o sea eliminar la moneda nacional.

En este marco, no son pocos los economistas que han alzado la voz contra este proyecto por considerarlo “inviable”, principalmente bajo el argumento de la falta de dólares, que llevaría a un tipo de cambio de conversión de niveles estratosféricos (algunos institutos plantean un dólar a $ 3.700). Desde el Observatorio de Políticas para la Economía Nacional, debemos advertir que ese enfoque es equivocado. La dolarización (despesificación) efectivamente es viable. El problema es que es inconveniente.

La viabilidad. A diferencia de lo que plantea el grueso de los economistas de Unión por la Patria y Juntos por el Cambio, consideramos que la propuesta de La Libertad Avanza en materia monetaria es viable. Esto se debe a que actualmente los precios y salarios en dólares de Argentina (medidos al tipo de cambio paralelo) se encuentran en un nivel históricamente bajo. Convertir los pesos a un tipo de cambio de alrededor de $ 750 implicaría un salario mínimo de US$ 160. Es evidente que en esos niveles la balanza comercial argentina tendría un superávit explosivo, que llevaría a un veloz crecimiento de precios y salarios en dólares. Si el tipo de cambio subiera hasta el nivel de $ 3.700, lo que valía un dólar a fines de 2019 costaría apenas 13 centavos de dólar.

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Dólar. Foto: Télam

Como vemos, este ejercicio escapa totalmente a la lógica. Incluso con un dólar a $ 750 los precios y salarios de Argentina resultan históricamente bajos, lo que nos hace suponer que sería más razonable discutir la dolarización en niveles más cercanos a los $ 500, con precios similares al promedio histórico del país.

Por supuesto, persiste el problema: ¿cómo conseguir el efectivo necesario para realizar la conversión? Consideramos que Milei dispone al menos de tres herramientas para ello. La favorita por el candidato, según las declaraciones de Emilio Ocampo, quien ha sido anunciado para ocupar el Banco Central, es el endeudamiento externo. Hoy las reservas internacionales netas son negativas, por ende deben recomponerse y adicionalmente conseguir el efectivo para canjear la base monetaria, las Leliq y los pases. Esa suma hoy asciende a alrededor de US$ 41 mil millones. Sin embargo, podría ser reducida si el candidato hace uso de alguna de las otras dos herramientas disponibles: un canje parcial de las Leliq por títulos a mayor plazo (es decir, alguna versión moderna del Plan Bonex) o una hiperinflación (que elevaría el tipo de cambio de conversión pero también los precios y los salarios, aunque de forma asimétrica). Una combinación de las tres podría reducir el monto a obtener a niveles cercanos a los US$ 23 mil millones.

En conclusión, a nivel técnico, no resulta “inviable” una despesificación de la Argentina a los niveles actuales del tipo de cambio paralelo, pero el problema es: ¿es esta la mejor solución para el problema del desarrollo nacional?

Dólar y pesos
Dólar y pesos.

La inconveniencia. Un análisis en profundidad de la historia de los países latinoamericanos nos permite afirmar que perder la moneda nacional no es la estrategia más conveniente para el desarrollo del país, ni la única alternativa contra la inflación.

Las razones son fundamentalmente dos: en primer lugar, la dolarización implicaría quedar totalmente expuestos ante cualquier shock internacional, ya sea una devaluación de otro país con el que mantenemos relaciones comerciales, una suba de tasas por parte de la Reserva Federal de Estados Unidos, una caída en el precio de las commodities o una pandemia. Perder la política monetaria, en este sentido, equivale a estar peleando contra leones en el Coliseo romano y quitarse la armadura para sentirse más ligero. Sin la posibilidad de ajustar la política monetaria a shocks externos, el impacto de cualquier distorsión golpeará de lleno en el empleo, el ingreso y la producción del país, con consecuencias sociales profundas. Si uno observa la evolución de las monedas de Brasil, Chile, Colombia, Perú y Uruguay en los últimos veinte años, observará que todas se movieron en paralelo, devaluándose hacia 2003, apreciándose durante el boom de las commodities y con nuevas depreciaciones en la pandemia. Estas economías tienen moneda y todas se ubican en tasas de inflación bajas, entre el 4% y el 11% anual.

En segundo lugar, la dolarización implica sustituir el riesgo cambiario por riesgo bancario. El riesgo cambiario consiste en la posibilidad de perder poder adquisitivo como consecuencia de una devaluación imprevista. El riesgo bancario es aun peor, significa la posibilidad de que una corrida impacte directamente en el quebranto de una entidad financiera, perdiendo los depositantes el 100% de sus ahorros. Bajo una dolarización, si ocurriera un hecho en Argentina como la caída del Silicon Valley Bank (principios de 2023), no habría ningún banco central que pudiera rescatar la entidad o asegurar los depósitos de los ahorristas, convirtiendo cualquier mínimo descalce en una situación de riesgo financiero considerable.

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Finanzas. Foto: Télam

 

Finalmente, es necesario realizar un breve análisis sobre las dichosas “economías dolarizadas”, para conocer los potenciales beneficios de este programa. Al observar el crecimiento del PIB per cápita de varios países que adoptaron el dólar estadounidense como moneda, como son Ecuador, El Salvador, Palau, Micronesia y Zimbabue, podemos ver que ninguno creció por encima del promedio mundial, y solo El Salvador lo hizo apenas por encima de Argentina, con todos los problemas que sufrió nuestro país.

Tampoco parece cierto que dolarizar implique “obligar a la casta” a ajustar la política fiscal. Si observamos los resultados fiscales de estos países, veremos que gran parte de los últimos años de la serie los mismos presentan déficits incluso mayores que los de Argentina.

En conclusión, eliminar la moneda nacional no resulta un problema debido a que se trate de algo inviable o por sus efectos inmediatos, sino que mucho más preocupantes resultan sus posibles consecuencias a mediano y largo plazo, sin ningún beneficio apreciable. Sería mucho más lógico diseñar un plan de estabilización a imagen y semejanza de aquellos aplicados con éxito en la región, acompañado por una estrategia de desarrollo nacional.

 

*Economista del Observatorio de Políticas para la Economía Nacional (OPEN).