César Aira acaba de publicar en las ediciones de la Universidad Diego Portales un libro que se llama Continuación de ideas diversas. Es como una libreta de apuntes que cruza las anotaciones de un diario, las recetas de cocina del escritor, los argumentos para un cuento, esas cosas. Es un libro muy lindo y agradable para leer antes de dormir. Narra ahí un hecho inquietante de Alberto Laiseca. Dice que el escritor vivía en Escobar en una casa con jardín donde podía tener muchos animales. Una tarde regresó del trabajo y vio que los perros habían matado a un gatito al que él le tenía mucho carino. Escribe Aira: “Se entristeció y se enojó con los perros, en realidad se puso furioso, quería castigar a esos asesinos, pegarles, encerrarlos… pero lo que hizo (le salió espontáneamente, sin explicación) fue ponerse a ladrar y aullar como un perro. Sin habérselo propuesto, había dado con el castigo más eficaz; los perros se aterrorizaron”. Esa conducta de Laiseca, que podría ser tranquilamente la de un personaje de Aira, me hizo acordar de un asado estival en la casa de José Luis Mangieri, en el cual estaba Laiseca. Fue hace mucho. Laiseca me dijo ahí que él había tenido problemas con el Brujo López Rega. Imaginé problemas políticos, la Triple A, esas cosas. No, me dijo, luchamos con máquinas esotéricas, el me mandaba unas y yo le cotrarrestaba con otras. Ah, le dije. Tiempo después di con El jardín de las máquinas parlantes, una estupenda novela de Laiseca donde tematiza estos combates. Se las recomiendo a todos.