En la campaña presidencial norteamericana de 1960, se organizó por primera vez un debate presidencial para la televisión. Joseph Napolitan y Tony Schwartz hicieron encuestas entre quienes lo habían visto y entre quienes lo habían escuchado. Los primeros dieron un amplio triunfo a la imagen de Kennedy, mientras quienes lo habían escuchado se decantaron por el discurso coherente de Nixon.
Empezó la polémica acerca de para qué sirven los debates y cuáles son sus efectos. Los teóricos argumentaron que eran útiles para que los candidatos expusieran sus programas y discutieran tesis, para que los electores eligieran con conocimiento de causa. En cuanto a sus efectos, sostuvieron que el debate servía para que los indecisos resuelvan qué hacer de una manera racional. Quienes tienen experiencia práctica trabajando en la planificación de debates dijeron que en los debates los candidatos no exponen sus programas de gobierno. Quieren ganar las elecciones y no explicar conceptos. Quienes caen en la trampa de hacerlo aburren a los televidentes. En Brasil, un país en donde se ponen muchas limitaciones a la publicidad, se organiza tradicionalmente una serie de debates que culminan con el de la cadena O Globo, que termina a la 0 hora del día en que empieza la veda electoral. Pretenden así que los electores, alimentados intelectualmente por lo que escuchan, puedan reflexionar serenamente, comparar tesis y votar de una manera racional. La verdad es que nunca se ve un ambiente de recogimiento en los días de veda.
En el año 2010 tuvimos el privilegio de presenciar el debate de O Globo mientras veíamos en ocho pantallas los focus groups que se organizaron simultáneamente en ocho estados del país.Podíamos presenciar las reacciones de los ciudadanos y escuchar el análisis de los psicólogos para hacer sugerencias a nuestro candidato. Aprendimos mucho a partir de esa experiencia. Lo curioso fue que, después de tanto esfuerzo por impulsar el voto racional, el candidato más votado ese año para diputado federal fue el payaso Tiririca, cuyo programa de gobierno no era precisamente el más profundo. No existe ninguna evidencia empírica de que algún debate haya determinado el resultado de una elección en ningún sitio. Lo máximo que puede pasar es que si un candidato tiene una campaña profesional, use el escenario para consolidar una imagen de acuerdo a lo que marque su estrategia.
El martes pasado, millones de personas vimos en todo el mundo el debate entre Hillary Clinton y Donald Trump. Ocurrió lo que predecían los técnicos y no lo que esperaban los teóricos. Vimos a dos candidatos chatos, hablando de temas aburridos que no comunicaban energía ni para apagar el televisor. Ninguno fue al debate a exponer programas de gobierno ni a debatir ideas para que los electores tomaran una decisión racional. Son candidatos y no maestros; su objetivo es ganar, no explicar nada. Como era predecible, ambos pronunciaron textos estudiados cuidadosamente con la pretensión de atraer a los indecisos, sin asustar a nadie. Estaban equivocados de herramienta, ya que los debates no sirven para eso.
Trump no tiene una estrategia definida y desperdició una oportunidad de consolidar su imagen alternativa. Quienes lo apoyan no buscan un estadista, sino un showman que cuestione las costumbres tradicionales. El intento de presentarse como líder convencional fue desmentido por su imagen y sobrepasado por su naturaleza. Un candidato nunca debe aparecer como no es. Trump tiene votos por ser marginal, y debía comportarse como tal.
¿Cuál será el efecto electoral de este debate en las próximas elecciones? El mismo de casi todos los debates del mundo: ninguno. En realidad, los debates son un rito que entusiasma a quienes participan de una campaña y a los periodistas, pero tiene pocos efectos prácticos. No cambian las cosas, así como la fastuosidad de una boda no asegura el éxito de un matrimonio, pero hay quienes se emocionan mucho con esas cosas, y algunas señoras llegan hasta las lágrimas. Son algunos ritos que hacen que la vida sea más divertida.
*Profesor de la GWU, miembro del Club Político Argentino.