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nuevo escenario

El estilo de Milei

Así nos va en política: Milei ha surgido como caricatura y proyecto grotesco de líder que habla como un carrero y, además, leyó economía política. Esa mezcla impacta a su público. Pero no quiere mejorar a sus dirigidos, a las masas conviene no educarlas, porque pueden despertar.

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Milei. “El estilo barrial me parece de teatro de revistas de las décadas pasadas”, dice Sarlo. | Pablo Cuarterolo

“Las masas se encuentran en un estado que todavía no alcanza al pánico declarado, que puede ser llamado como de prepánico, pero donde todos los elementos del pánico, como minimizar el juicio racional, la completa indiferencia respecto de los valores de la vida, la complacencia frente a las órdenes de un führer, ya se distinguen claramente. Es un estado que conviene a toda revolución, la que triunfa y la que es derrotada”. Así escribía Hermann Broch, a quien, como a cientos de miles, le tocó una época amenazadora y desordenada. Una diferencia que no debe pasarse por alto: Broch fue un grande, un pensador complejo y sutil frente a las situaciones más difíciles.

Fue un intelectual centroeuropeo, que adivinó lo que vendría cuando vio las marchas que atravesaron Italia y Alemania con reclamos a veces justos, y dirigentes extraviados por las ideas totalitarias. La suma de reclamos justos y dirigentes improvisados que ya habían caído en las trampas del totalistarismo dio la peor suma de la historia europea del siglo XX. No vamos a compararnos. Solo copio la cita de Hermann Broch para pensar un poco. Tuvimos dictaduras militares y miles de muertos que dieron su lección a los dirigentes más ignorantes y pretenciosos. Como sea, la ignorancia es peligrosa para quienes se colocan en el puesto de mando. Sobre todo, en momentos en que las expresiones del sentido común no son capaces de reconocer entre caminos equivocados y caminos repudiables, porque quienes repiten fórmulas no tienen la cultura de sus dirigentes.

Ha surgido como caricatura y proyecto grotesco de líder que habla como un carrero

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Perdonalismo de reemplazo. Todo el tiempo escucho frases que piden cárcel para quienes cortan una calle. Piden que se los encierre para trabajos forzados. Frente a un cartel en el espacio público que molesta a quienes transitan, este sentido común popular de ultraderecha es implacable. No recuerdo otra época tan superficial en sus reclamos de venganza sobre quienes incomodan o detienen un cruce de avenidas o dos automóviles mal estacionados. El sentido de la proporcionalidad entre el delito y la pena ha entrado en crisis, porque prevalece la ofensa que cada uno considera tan punible como un crimen mayor. Se podría contrastar esta inclinación hacia la pena con la ausencia de reglas en las instituciones que debieran regirse por ellas.

La escuela, por ejemplo, donde el punitivismo ha sido desplazado por el perdonalismo. Es posible no estudiar, contestar mal a los profesores y levantarse del aula sin permiso, porque a nadie se le reconoce la capacidad de penalizar esos actos que, en escuelas de países europeos, serían considerados con la seriedad que merecen, porque el aprendizaje se somete a reglas y las necesita. En la escuela francesa, para poner un ejemplo, se aprende que a las maestras, maestros y profesores no se los interpela con el nombre de pila. Hace un tiempo asistí a una escena que me pareció divertida. La adolescente de la casa donde yo estaba almorzando llegó indignada porque, durante el recreo, un alumno la llamó por su nombre de pila sin tomar el cuidado de precederlo por el vocativo mademoiselle. Yo me doblé de risa, sin darme cuenta de que allí había algo que quizás aquí necesitáramos. Los argentinos nos tomamos muy en serio la igualdad, no cuando concierne a los derechos ciudadanos, sino cuando son igualdades que se piensan baratas e intrascendentes.

Así nos va en política. Milei ha surgido como caricatura y proyecto grotesco de líder que habla como un carrero y, además, leyó economía política. Esa mezcla impacta a su público. Todos pueden entenderlo, aunque no entiendan ni la importancia ni las consecuencias de sus discursos. Pero su imán es que todos pueden entenderlo y confundir su estilo con los estilos populares, aunque use otro vocabulario. En este sentido, Milei es un eficaz y portentoso autocreador que sabe usar y combinar recursos de origen diferente, porque habla como un muchacho de barrio intoxicado de economía política. No puedo juzgar cuánto sabe de lo que exhibe como formación académica. El estilo barrial, en cambio, me parece de teatro de revistas de las décadas pasadas.

Por eso comencé esta nota con la cita de Hermann Broch. Se refiere a multitudes que padecían todas las necesidades y que no habían encontrado dirigentes que ordenaran una secuencia política que pudieran presentar los reclamos con el vocabulario de quienes reclamaban. Milei, en cambio, es populista sin esfuerzo. Cuando, cambiando de escenario, sigo las marchas en Buenos Aires, encuentro un panorama que evoca esa misma mezcla de ignorancia y movilización, que proviene de necesidades desprovistas y ausencia de dirigentes que puedan pensar más allá de lo que están acostumbrados a organizar por algunas horas. A la salida del barrio o de la fábrica, los autobuses a la espera ofertan el recorrido hasta las plazas centrales de la ciudad, ida y vuelta, manifestación y regreso. Por el camino nadie aprendió nada.

Milei no quiere mejorar a sus dirigidos. A las masas no hay que educarlas, porque pueden despertar.

Hubo épocas en que dirigentes como Salamanca, el cordobés, o Ubaldini, el porteño, pensaron que la formación de cuadros iba un poco más lejos que meter a la gente en un ómnibus, darles un sándwich y traerlos hasta las plazas. En este sentido, la decadencia de la burocracia sindical en términos culturales da miedo. No voy a evocar a Ongaro o a Tosco, porque sus nombres pertenecen a otra época. Pero puedo asegurar que mantuve algún diálogo con hijos de los dirigentes que entraban a su ocaso y se mostraron interesados en hablar con personas como yo, que pertenecía a otro mundo. Me consta que esto me sucedió con uno de los hijos de Moyano. Doy fe que ellos aprendieron más de lo que yo aprendí.

Pero qué se puede pedir si hoy el camino es inverso. Milei ha hecho un curso en rusticidad mal hablada, atribuyendo a sus posibles votantes ese rasgo y pensando que es el arma que necesita su política. Milei no quiere mejorar a sus dirigidos, porque todo progreso ideológico o político representa, para él, un peligro. A las masas no hay que educarlas, porque pueden despertar. A las masas hay que mantenerlas en la escasez de razonamiento.

Y para dar verosimilitud a ese plan, hay que imitar su discurso, y mantenerlas en el pozo del lugar común, del cual solo pueden salir los dirigentes.