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El fin del fin

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En una primera lectura ingenua, a Milei (autoelegido por él mismo jefe de una banda mafiosa llamada Estado) se le podría reconocer, al menos, un desacartonamiento de los usos lingüísticos desde –y antes– el ejercicio del poder. Aunque, por decirlo con una expresión tan gráfica como elegante, desparrame mierda a troche y moche y se queje cuando en movimiento reflejo reciba su parte en pala, su verba produce efectos, sobre todo si se la compara con la que ejercitaron gobernantes anteriores.

El habla de Alberto, que presumía de un saber leguleyo y doctrinario, se destiñó hasta la irrelevancia a partir de la penosa fiestita de cumpleaños de la patrona durante la pandemia. En el orden de las citas citables, el habla de Mauricio fue trabajada básicamente en dos direcciones: extracción de la papa en la boca e inyección de un simulacro de pensamiento propio, y puede reducirse al resignado aforismo “pasaron cosas”, que en el recuerdo oblitera su “si me levanto cruzado, puedo hacerles mucho daño”, que revela cuánto esfuerzo le costaba simular bonhomía. Cristina, ¡en cambio! ¡Ah, Ella! Comparativamente, una fiesta de actuación, vestuario y maquillaje para su propia Anunciación, sostenida en convicción en su saber decir y en su saber hacer, apoteosis de la maestra secundaria. Cristina presumía de una buena lengua, que se gozaba en salpicar cada tanto con algún jocoso vulgarismo.

La lengua de Milei y sus adláteres es muy otra cosa. Tiene un destinatario colectivo nacional y universal al que presume dormido y trata de despertar mística, teórica y políticamente, pero al que no le admite poder de interlocución y mucho menos de réplica. Curiosamente, quien mejor ejemplifica ese estilo es su vocero. Sintácticamente impecable, Adorni recurre a cualquier sofisma para celebrar los dislates de su gobierno en las tediosas rondas de no preguntas de los periodistas, un stand up diario que luego se cierra en X (ex- Twitter) con un “fin” irrevocable. ¿En qué dibujito animado se saldaba una discusión con un “Cierra la boca, idiota”? El mileísmo en pleno, brotado del inconsciente del cómic, lo ejercita, por lo que de seguro conoce la respuesta. Por supuesto, todo esto era la introducción a su apotegma “dato mata relato”. Me quedé corto.

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