Tal vez Buenos Aires sin mapa de Javier Porta Fouz sea el libro más original publicado este año. Incluso, puede ser el más original de los publicados en este siglo, o también puede que no lo sea, porque no leí todos los libros publicados. La oración anterior es un homenaje al estilo del autor, a sus obsesiones con la precisión y a su discurrir entre afirmaciones rotundas y contradicciones flagrantes. En la página 119, Porta Fouz dice que no es un libro de ficción, aunque deja abierta la puerta con un “vaya uno a saber”. Ficción o no, es un libro sobre los barrios de Buenos Aires cercanos al monolito del kilómetro cero, que queda a unos pasos del Congreso: Balvanera, San Cristóbal, Monserrat, San Nicolás, San Telmo con unas pocas incursiones fuera se esa zona en la que el autor vive. Una zona vital y llena de contrastes que conoció tiempos de esplendor cívico, los que el autor prefiere de la historia local, y cuya arquitectura ecléctica y ambiciosa es parte de una modernidad interrumpida aunque vigente. El libro tiene 48 capítulos como son 48 los barrios de la ciudad, pero esa coincidencia no implica una distribución equitativa del texto, al contrario. Se trata más bien de una coincidencia, de una broma o de una de esas curiosidades que al autor le gusta explotar.
Porta Fouz le propone caminatas al lector y le da detalles sobre lo que se puede encontrar a cada paso, en cada esquina, mirando desde una vereda o desde la otra. Dice que camina unos diez kilómetros por día y que camina rápido, aunque supongo que cada tanto se detiene y gracias a eso puede dotar al libro de tantos descubrimientos y admiraciones. Pero no es este el típico libro de caminatas orientado a los turistas o a los que no conocen la ciudad como deberían (aunque pueda servir a ese propósito). Lo verdaderamente original, lo que lo vuelve un libro apasionante es que la prosa se desliza como si fuera el monólogo interior de un caminante porteño (aunque, por alguna de las tantas claves, manías y secretos ocultos en su estructura, me parece que no se usa la palabra “porteño” en todo el libro, como tampoco la palabra flâneur). Es como si JPF escribiera, observara y pensara al mismo tiempo, como si un flujo de conciencia que tiene el ritmo de los pasos tuviera lugar durante la caminata misma, como si el pensamiento y la vista lo fueran conduciendo de señalamientos a digresiones que llevan a otras digresiones y alguna vez vuelven a otro señalamiento.
Pero hay otro truco. “Todo los libros sobre Buenos Aires son libros sobre el pasado, sobre algún pasado”, dice Porta Fouz. Y, después (o antes) se contradice: “No, en realidad no es así, es sobre la convivencia de la ciudad actual con la ciudad del pasado, o de los pasados”. Esa convivencia resulta aquí de un extraño maridaje: el de la arquitectura pasada, la de los viejos cines, las iglesias y los edificios singulares, con la gastronomía presente porque, en otra de sus extravagancias, Porta Fouz es un fanático de la comida al paso y se alegra de que Buenos Aires sea una ciudad de pizzerías, a las que presta una especial atención junto con heladerías y panaderías en detrimento de restaurantes y cafés.
Es que Buenos Aires sin mapa es la obra de un excelente escritor y también un compendio de gustos arbitrarios, el mapa de una mente impredecible.