COLUMNISTAS

El reloj opositor

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1972. El general Lanusse ablanda la imagen de la dictadura y empuja un Gran Acuerdo Nacional.

“Ya sé, no me digás, tenés razón...”
Me vas a venir con que no son tiempos para quedarse enroscado en la semántica.
Que no todo es lo que parece (salvo el matrimonio gobernante, desde luego, porque esos dos no parecen: son todo lo que ya sabemos y lo que no sabemos ya se va a saber, ya vas a ver).
Que fue una manera de decir. Palabras que se llevará la próxima sudestada y nada más, porque lo que importa son los hechos y bla, bla, bla...
Pero qué querés que le haga...
El viernes, cuando vi a cinco distinguidos diputados opositores anunciando que “se viene un gran acuerdo nacional en 2011” me dije chau, los muchachos kirchneristas se quedaron en el 76 y ahora éstos nos quieren llevar más atrás todavía. Al ’7l o al ’72, por ahí.

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Los encargados del anuncio, por orden alfabético: Aguad, Oscar (UCR); Amadeo, Eduardo (Peronismo Federal); Bullrich, Patricia (Coalición Cívica); Fein, Patricia (PS), y Pinedo, Federico (PRO).
Los textuales del anuncio:
—Estamos frente al fin de un ciclo. El año que viene saldrá desde el Congreso un gran acuerdo nacional –remarcó Aguad.
—El camino hacia el acuerdo será duro, pero hay que transitarlo –abrió el paraguas Bullrich.
—No hay acuerdo sin conflicto, por lo cual es preciso elaborar mucho diálogo –redondeó Amadeo, dejando implícito que, por ahora, manda el desacuerdo y que el único acuerdo, por ahora, consiste en evitar como sea un tercer turno pingüino.
Ninguno del quinteto le puso a la formulación “gran acuerdo nacional” un tono evocativo, mucho menos marcial. Pero ninguno se chupa el dedo, tampoco, y en el mundo de la política (no así en el del público masivo, que anda en otra cosa) todos saben las connotaciones históricas de esas tres palabras enhebradas en una sola misión.

La última vez que en la Argentina se había oído hablar de un Gran Acuerdo Nacional (GAN, así, con institucionalizadas mayúsculas) fue durante el tramo final de una dictadura cada día más dictablanda que quiso pasar a la historia como Revolución Argentina y empezó a tocar retirada de la mano del general Alejandro Agustín Lanusse, quien no sabía cómo frenar el ascenso de Montoneros y otras guerrillas, sin repatriar desde Madrid a Juan Domingo Perón.

La señal más rimbombante de su “buena voluntad” fue designar ministro del Interior al radical balbinista Arturo Mor Roig, llamar al diálogo, desandar la proscripción del peronismo y entablar un contacto cotidiano con los dueños y principales directivos de los diarios porteños.

La Nación fue el principal promotor periodístico del GAN. No sin idas y vueltas, también lo fue La Opinión, de Timerman (ojo: no Hectwitter Twitterman sino su papá, Jacobo, porque entonces el actual canciller era un aprendiz en todos los aspectos de la vida). Lo cierto es que ese ya mitológico matutino financiado por David Graiver empujaba el GAN, mientras el mismo Graiver financiaba a Montoneros, que en el ‘74 (con el peronismo triunfante y Perón repatriado, electo y luego fallecido) asesinaron a Mor Roig en un bar de la localidad de San Justo, antes de pasar a la clandestinidad.
El Gran Acuerdo Nacional original fue, de algún modo, un éxito cívico, militar y pírrico que apenas sirvió para anunciar un tremendo fracaso inundado de sangre, sudor y lágrimas. Queda visto que hoy, sin militares ni guerrillas ni caudillos indiscutidos en el exilio ni en funciones a la vista, la sola evocación de ciertas fórmulas sólo sirve para consolidar fracturas, jugando el mismo juego que presuntamente se condena.

Empujada a un desgastante frenesí mediático por un Gobierno que si algo sabe hacer es editar la agenda cotidiana enganchándonos todo el tiempo en el pasado, la oposición se amontona en torno a palabras vetustas de discutible impacto, sin reformular conceptos profundos ni mecanismos democráticos.

Hasta Elisa Carrió, una agudísima analista política que se supone una de ellos y de kirchnerista no tiene un gramo, por más que en este punto le dé la razón al matrimonio gobernante, les advierte hoy que recrear la lógica que originó la Alianza contra Carlos Menem en 1999 sería desastroso. Porque el problema de la Argentina con 2011 ahí nomás no es ante todo contra quién, sino sobre todo para qué.

Los Kirchner han sabido construir su propio esquema de poder mirando por el espejito. Y dejando atrás al resto, volviéndolo una deformación de sí mismos.