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San Martín de Los Andes
San Martín de los Andes | Turismo Neuquén

De jovencita pasé por uno de los tantos grupos místicos o seudomísticos que, al menos en los primeros años de este siglo, eran bastante comunes en algunos pueblos de la Patagonia. Uno de los ritos que teníamos consistía en peregrinar desde San Martín de los Andes a la zona de Lago Hermoso. Había que encarar mucho ripio, destructor por excelencia de vehículos, enjambres de chaquetas amarillas y ratas obesas por la caña coihue, seguramente portadoras de Hanta virus. Sorteábamos todo eso con alegría porque el paisaje merecía cualquier riesgo, y nuestra vida de “jipis sucios”, como nos decía mi mamá mientras esperaba que maduremos y dejemos esas rutinas atrás, lo hacía propicio.

El nombre Lago Hermoso quedó por mucho tiempo asociado para mí a la aventura, a la naturaleza virgen, al anhelo de éxtasis espiritual. Como Thoreau, había ido “a los bosques porque quería vivir a conciencia, quería vivir a fondo y extraer todo el meollo a la vida. Dejar de lado todo lo que no fuera vida para no descubrir, en el momento de la muerte, que no había vivido”. Por supuesto, no conseguí nada de lo que buscaba, ni pude escribir dos líneas que le rasquen la espalda a Walden, pero quedé conectada al lugar a través de amigos a los que visito cada año y, sobre todo, a esas remembranzas de un pasado idealizado.

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Cuando me invitaron hace poco a la apertura del Lago Hermoso Ski & Resort, en la Ruta de los 7 lagos, el nombre que me evocaba todas esas nociones tan voladas, por la fuerza, pasó de ocupar un lugar mítico de mi cabeza, a un apartado dedicado a temas menores, como el turismo.

San Martín de los Andes, el valle glorioso en el que viví durante un lustro, está tan saturado como para que se evalúe cobrar un impuesto extra sólo por hospedarse allí. Se edificó sobre terreno mallinoso, se hicieron departamentos en cuanto resquicio libre había, y siguen avanzando proyectos inmobiliarios impensables quince años atrás, al igual que en otros lugares del Sur, nuestro gran territorio en disputa, cada vez más exclusivo y excluyente.

Millonarios globales apropiándose de Parques Nacionales, enfrentamientos entre mapuches y gobiernos, bases militares extranjeras, manos de todo el mundo frotándose por las reservas de agua dulce… Problemáticas de distinta índole –y en respuesta a distintos intereses– que crecen junto al turismo de dólares y euros, obturando cualquier intención de “vivir a conciencia” y marcando a la Patagonia como una zona a la que no sería tan estrambótico imaginar, en un futuro cercano, como demandante de una visa para ingresar.

¡Una visa para argentinos!