Durante los últimos años del siglo XX, se discutió acerca de los outsiders, personajes que venían de fuera de la política, la criticaban, no conocían sus ritos, y ganaban las elecciones. Participamos en varios seminarios y publicaciones sobre el tema, y experimentamos, en la práctica, la crisis del viejo paradigma, a veces sufriendo sus consecuencias, como en la elección de Abdalá Bucaram en 1996, o usándola, como en las elecciones ecuatorianas de 1998.
A propósito de las elecciones de México en 2003, mantuvimos discusiones con políticos y académicos, para analizar el tema con más profundidad, lo que nos llevó a publicar el libro Mujer, sexualidad, internet y política. Los nuevos electores latinoamericanos, con el Fondo de Cultura Económico de México.
En todos lados se registraban las mismas tendencias: rechazo a los partidos políticos, a las instituciones, exigencia de cambio, creciente presencia de la mujer. Aplastadas las ideologías por la caída del muro de Berlín, estaban rotas las antiguas brújulas, se habían implantado la sociedad líquida y la posverdad.
En la primavera de 2004, cuando participábamos del seminario de primavera de la GSPM de la George Washington University, unos participantes argentinos nos invitaron a conocer a un candidato que había sido derrotado en las elecciones para jefe de Gobierno, pero estaba empeñado en una nueva batalla.
En diciembre conocimos a Mauricio Macri y al grupo que lo acompañaba. Pretendían fundar una alternativa frente al kirchnerismo, el PRO. La improvisación no genera alternativas durables. El nuevo movimiento no podía formarse convocando a una asamblea de políticos derrotados y firmando un acta.
Electores de la Sociedad Líquida
Fue necesario el trabajo tesonero de Macri y de decenas de personas, por más de diez años, para desarrollar una fuerza que se consolidó primero en la Ciudad de Buenos Aires, después en la Provincia y finalmente a nivel nacional.
Desde el inicio se contó con un plan estratégico escrito, que proponía objetivos inmediatos, en el mediano y largo plazo, para llegar a la meta. Miles de páginas de mi archivo documentan todo ese esfuerzo. Bajo el liderazgo de Macri se organizó una maquinaria que, con su trabajo y sus ilusiones, hizo posible el triunfo del proyecto.
Como lo decía hace poco un político peronista, las elecciones se pueden comparar con una carrera profesional de coches. Lo central para ganar la competencia es contar con un buen piloto, el elemento definitorio del éxito. Pero, aunque sea genial, no basta su persona. Si asoma corriendo a pie en la pista, hace el ridículo.
Necesita disponer de un buen coche, mejor que el de los competidores. La capacidad de armarlo, formar un equipo, es central para el éxito. Macri supo construir el vehículo, sumando a decenas de personas. Tuvo con ellos el trato horizontal que aconsejan los métodos gerenciales contemporáneos. La gente que participaba en la campaña disfrutaba de su tarea.
Macri tuvo una gran ventaja: los políticos tradicionales y el círculo rojo no creían en su proyecto y no querían participar de él. Gracias a eso pudo rodearse de las personas ideales desde nuestros estudios: personas nuevas, jóvenes, mujeres, que no estuviesen contaminadas políticamente, ni en su imagen, ni en su percepción de la realidad.
Además del buen vehículo, el éxito de la carrera depende de algunos personajes que no aparecen en la pista, pero son importantes: los técnicos que trabajan en los pits, que usando las técnicas más sofisticadas miden hasta los últimos detalles de todo lo que acontece, deciden qué gomas deben usarse en cada momento, se encargan de lo técnico. Son los que manejan lo que en la guerra se llama inteligencia y estrategia. Nuestra experiencia ratifica lo que dijo Napolitan: lo más importante para ganar las elecciones, después del candidato, es la estrategia. Macri contó con un equipo técnico que ayudó al éxito del proyecto con sus diseños y análisis.
Formó una mesa chica de reflexión estratégica que funcionó durante más de diez años, el corazón de una estructura más amplia, que colaboró para que se logre, desde 2005 hasta 2019, una catarata ininterrumpida de triunfos en la Ciudad, la Provincia y en el país. Fueron tantas las victorias, que cuando se produjo la primera derrota en las PASO de 2019, nadie del PRO pudo comprender que eso es posible en la política.
Tengo apuntes de 178 reuniones de la mesa chica, preciosos para comprender el fenómeno. La dinámica no se parecía en nada a lo que suponían los políticos de otras tiendas. La mesa estaba dedicada a discutir investigaciones y papeles estratégicos, que ayudaban a tomar resoluciones, comprendiendo los procesos desde los ojos de la gente. Nunca hubo una reunión para discutir cómo combatir a Cristina, menos para perseguirla. Tampoco para repartir cargos y candidaturas. La mesa estaba para pensar desapasionadamente sobre lo que se hacía, y ese era su aporte porque pensar se ha vuelto una actividad rara en los grupos políticos.
Casi todos los que fundaron el PRO empezaron a hacer política en el siglo XXI. No tenían la experiencia de quienes quedamos marcados por la guerra de Vietnam y la lucha entre las guerrillas y las dictaduras militares en América Latina en la última etapa de la Guerra Fría.
En ese entonces, eran nuevos para la gente, no habían sido ministros, candidatos presidenciales ni nada de eso. Todos eran veinte años más jóvenes: Mauricio Macri, María Eugenia Vidal, Horacio Rodríguez Larreta, Marcos Peña, y los principales de los que trabajaron junto a Macri con independencia y lealtad. Tenían un idealismo que, en algunos casos, se pasma con la edad. Nunca fueron escuderos incondicionales, de los que festejan las equivocaciones de sus jefes y los empujan al abismo.
Macri fundó esta alternativa política cuando en 2005 encabezó la lista de candidatos a diputados por la Ciudad de Buenos Aires del naciente PRO. Al iniciarse la competencia, Elisa Carrió presidía las encuestas con más de 16 puntos, seguida por Rafael Bielsa, ocho puntos más abajo. Las elecciones terminaron con un triunfo contundente de Macri, que sorprendió al círculo rojo.
En 2007 Cristina Fernández fue candidata de una amplia coalición que incluyó al Partido Radical. Creímos que era el momento para disputar la Jefatura de Gobierno de la Ciudad, a pesar de que ni siquiera la mayoría de los dirigentes del PRO creía que existía alguna chance de ganar. Todas las simulaciones de segunda vuelta vaticinaron hasta el final el triunfo de Filmus. Los técnicos no nos preocupamos por eso. Hay que saber interpretar los datos de las encuestas desde la experiencia.
En esos días mantuve reuniones con dueños y conductores de medios de comunicación, y con dirigentes políticos que querían que Macri sea candidato testimonial para que baje el porcentaje abrumador que iba a obtener Cristina. Cuando les explicaba que eso era contrario a nuestro plan de llegar, algunos años después a la presidencia del país, casi todos se rieron. Un expresidente me dijo: dile a este pibe que si ahora es candidato testimonial, después puede afiliarse a mi partido y ser candidato a diputado.
La candidata a la vicejefatura de gobierno fue la que necesitaría Cambiemos en este momento, para asegurarse un puesto en la segunda vuelta: una mujer joven, valiosa, que proyecte una imagen de novedad y honestidad, que no sea un personaje conocido de la política, ni de los medios de comunicación. Esa fue Gabriela Michetti. Los miembros del círculo rojo la cuestionaron diciendo que no tenía votos ni estructura. El binomio actual de la oposición puede ganar si consigue otro personaje como ella.
El mismo esquema de análisis se repitió cuando María Eugenia Vidal fue elegida binomio para la reelección en la Ciudad y cuando Gabriela fue candidata a la vicepresidencia en 2015. Si en su lugar hubiesen corrido, especialmente en la elección nacional, políticos famosos de partidos conocidos, seguramente Macri habría perdido las elecciones. Cuando la gente común quiere cambios, tiene prejuicios en contra de los “políticos de siempre”, escoger como binomio a uno de ellos, aunque tenga muchos méritos, es suicida. Contrariando los análisis del círculo rojo, el binomio presidencial ganador de 2015 estuvo formado por un exjefe de Gobierno de la Capital y su exvicejefa. Dos autoridades porteñas del mismo partido.
En la sociedad contemporánea pocos “tienen votos”. Los electores no son de nadie. Tampoco existe la antigua estructura que tenía algún contenido ideológico. Murió con la Guerra Fría. Lo único que se parece a eso, y existe, es el clientelismo populista, que tiene a sueldo a cientos de miles de argentinos para que hagan proselitismo por su fe. Mientras las ventajas económicas existan, las creencias se mantendrán. Cuando la devaluación las hace magras, los mitos vacilan.
El segundo período de Macri en la Ciudad fue brillante, puso las bases del triunfo presidencial. Nunca hubo tanta relación de Buenos Aires con la ciudad de México, como durante esos años, en los que Marcelo Ebrard, declarado por la ONU el mejor alcalde del mundo, presidía la capital azteca. Macri estuvo en México, Ebrard en Buenos Aires, los dos gobiernos tuvieron enormes similitudes, promovieron las bicisendas, el metrobús, la ecología, la vida, tuvieron posiciones liberales frente al matrimonio igualitario.
El PRO participaba de las ideas progresistas que se habían instalado en el mundo. Algunos criticaron que, durante el gobierno de Macri, aparecieran en los billetes dibujos de animales, sin darse cuenta de que la instalación de nuestro país en el mundo también tiene que ver con que nos identifiquemos con tesis contemporáneas. Sería un error reemplazar a los animalitos con el retrato de alguien con una carabina, que propone exterminar a los animales en peligro de extinción. Más allá de que algunos puedan creer que esa es una buena idea, pareceríamos un país de salvajes y tendríamos pocas oportunidades de movernos en el ámbito internacional con la solvencia con la que lo hizo Macri.
*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.