Las lluvias de febrero, que se anticiparon una semana, vienen a marcar, para mí, el final del tiempo muerto del verano. ¿Qué hice?
Me he pasado las tardes ordenando la documentación para completar el formulario 572 web, discutiendo por correo electrónico con mi contadora, que cree que todos somos Leonardo Fariña, completando las planillas correspondientes a las declaraciones cuatrimestrales de monotributista, haciendo trámites en las obras sociales y compañías de medicina prepaga para que mis depósitos vayan a parar a donde quiero, firmando planillas que el Ministerio de Ciencia y Teconología necesita para poder otorgarme subsidios que luego deberé rendir y que seguramente será difícil volcar en la declaración de Ganancias, en la de Bienes Personales...
Le explico a un amigo mexicano (perseguido por la Justicia en su país por sus contactos con los narcotraficantes, que me advierte: “No hay que pagar impuestos”) que si me entrego a esta pesadilla bouvardpecuchetiana es porque me hacen suponer que de ese modo en 2014 pagaré menos impuestos: deduzco gastos médicos y paramédicos, y sumo el porcentaje que la AFIP me cobró a cuenta por pasajes correspondientes a viajes que me fueron otorgados en el marco de la programación científica de tal o cual institución (pero que, graciosamente, debe pagar el recipiendario del subsidio y, por lo tanto, hacerse cargo del capricho del ente recaudador). He leído un poco y visto alguna que otra serie. Escribí casi nada. Se me dirá: peor están los pobres. Y... sí.