“¿Qué hacemos aquí?, es lo que tenemos que preguntarnos. Tenemos la suerte de saberlo. Sí, en medio de esa inmensa confusión, una cosa está clara: esperamosa que venga Godot” Samuel Beckett (1906-1989); de ‘Esperando a Godot’ (1952), Acto II: Vladimiro le habla a Estragón.
En el periodismo hay una regla de oro que, con razón, provoca cierto desconcierto en aquellos que se dedican a ciencias más rigurosas: privilegiar, siempre que sea posible, lo interesante sobre lo importante. Lo importante, se sabe, es el hambre en el mundo, la mortalidad infantil, la guerra, el cambio climático. Pero todo esto, sin algo que dispare el interés, un texto de estilo original o provocativo, una estética que informe y además sepa entretener, se perdería fatalmente entre tanta sábana de plomo inexplorada.
Creo que nuestro modesto oficio con buena prensa, puede ser ejercido por cualquier persona con curiosidad por el saber, y claridad para contar por qué pasan las cosas, más allá del azar. No me parece mal que ex jugadores comenten fútbol por televisión, si pueden hacerlo bien. No hablo de ex cracks, hablo de gente que sepa la técnica del juego y la explique con precisión, cosa que profesionales con años de trayectoria no siempre han logrado, haciendo un arte de la repetición de lo ya visto.
El reglamento, la táctica, el offside, saber si una mano es mano o no, son cuestiones más amables de incorporar, digamos, que la compleja jerga de Ser y tiempo, de Heidegger. El fútbol se deja aprender. El problema viene después. Porque en ciertos oficios –insisto en llamar así y no profesión a lo que hago, la diferencia la hace el talento.
El talento sobre el esfuerzo o la erudición; ese toque mágico, intransferible, imposible de enseñar o resumir en modo teórico. Como decía mi querido Abelardo Castillo, “una sabiduría que no nos pertenece”.
Lo bueno del periodismo es que permite que cada uno piense lo que quiera y lo diga, siempre que no lesione a los avisadores, ay, o que tenga la suerte de escribir en un medio, como éste, capaz de publicar esta heterodoxa columna; o aquélla de Pepe Eliaschev en el PERFIL de 1998, donde afirmaba que quienes hacíamos el diario habíamos utilizado los “métodos de la dictadura”, al publicar el caso de los exámenes universitarios truchos de los hijos de Fernando de la Rúa, a partir de una grabación anónima que nos llegó, seguramente desde algún sector de los Servicios.
No somos la Justicia, somos periodistas. Si es verdad, lo contamos. Esa es nuestra ley, o debería serlo. Lo era, antes de que una enorme parte del periodismo quedara en estado comatoso cuando la grieta arrasó con todo, desde 2008. Muchos fracturados, pero facturando; a dos manos y sin falsos pudores.
Se investigó, se probó que lo que se decía en esa charla era la verdad, se omitieron cuestiones privadas, y se publicó. Fin de la cuestión. Trampear en uno o dos exámenes no parece tan importante. Lo es si lo hacen, con impunidad, los hijos del poder.
¿Alguien extraña al fútbol? Toda esta primera etapa de la Súper Liga local se pareció mucho a George Reeves, el Superman gordito de los años 50: mucha panza, poco vuelo. Defensores de Macri, fuerza hegemónica a tiro de chequera y dos años sin oposición, se prepara para la Libertadores, el objetivo principalísimo del presidente Angel Easy, multiprocesador oficial y aniquilador de eses. Qué no abandona su sueño de imponer, por afuera, una Champions League de acá abajo, con los equipos más populares de la región. Pura renta.
Tal vez suceda. Como la idea que Julio Grondona le bajó por 39 cachetazos a 1 al Macri presidente de Boca, y que éste año tomará vuelo propio: el proyecto SAD. La privatización de las Asociaciones Civiles sin Fines de Lucro. Dirán que es lo único que podrá salvar a instituciones centenarias de la desaparición, destino ineludible de quienes resistan. Quien quiera creer, que crea. Esto ya parece un dogma de fe.
River insiste en la eternidad de su Napoleón Gallardo, descuidando los datos que aporta la historia. Ojo: Bonaparte, luego de conquistarlo todo, sufrió su Waterloo frente a los aliados del duque de Wellington y los prusianos del mariscal Von Blücher. ¡Que el hoy emperador no termine en la isla Martín García mañana, fundamentalistas del éxito!
Racing, después de armar el mal equipo más caro de la historia gracias al ojo clínico de Cocca, intentará no pifiarla más con Milito. Independiente mantiene a Holan, su técnico místico que se va, vuelve y lo echa a Erviti, que sonó como posible reemplazante suyo durante la fugaz renuncia. Feo. San Lorenzo encontró en Biaggio, su Mouri-nho de Reserva, y lo celebra con pragmatismo meritocrático de crisis: “Ganó, es barato, lo quieren, que se quede”.
En términos de posverdad, el aporte del periodismo deportivo es de los menos dañinos. Es candorosa la manera en la que cuenta por qué un jugador elige dejar Europa y su contrato en divisa fuerte para regresar a éste manicomio con fronteras. “Quiero más minutos, necesito continuidad”, explican. Traducción: no jugó nunca. Detalle que, parece, a nadie le importa. La lluvia de importaciones posibles se enfoca en jugadores como Tevez, en su segunda huida consecutiva en puntillas de pie, bolsa en mano; o Armani, ídolo en la Medellín de las novelas.
Siempre me gustaron los rumores del mercado de pases, un cuento lleno de fantasía donde todo es posible. Y si nada sucede, antes que la magia se esfume, arranca el torneo y los medios, con optimismo panglosiano, deliran ante el primer amago de virtud intacta del repatriado, o algún debutante que se mata para ser visto y abducido. Un mundo feliz.
Siempre atentos al mercado, compatriotas. Y con el paraguas abierto; como para no empaparse con el derrame, o cuando lluevan las inversiones del Godot Investment Group, uno que, parece, viene seguro, dicen.