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Hamlet en banda

Los Macocos 20230908
Los Macocos | Instagram/losmacocos

Supe de la existencia de Los Macocos durante la secundaria. La definición “banda de teatro” me fascinaba porque en esa época la palabra “banda” estaba imantada por la música que consumía. Para mí, como para tantos adolescentes de ayer y hoy, la música delineaba un grupo de pertenencia, una identidad, era algo que se derramaba sobre el aspecto o las costumbres y alcanzaba el paroxismo en una idolatría que, de grande, es medio vergonzante. Pasó tanto tiempo de todo eso que ya no recuerdo cuál fue la primera obra de Los Macocos que vi, pero si recuerdo haber visto varias a lo largo de los años con amigos, novios, y hasta con mi madre. También recuerdo haber rogado por entrevistarlos en el diario en el que empecé a trabajar como periodista, y haber arrastrado más de una vez a ver ese clásico que son Los Marrapodi a gente que decía detestar el teatro, con la certeza de hacerla cambiar de opinión.

El punto de vista es el de cuatro bufones hambrientos cuyo dominio del escenario es magistral

Después de un tiempo de seguir algunos de los trabajos que hacen o hicieron por separado, el fin de semana pasado, con Maten a Hamlet, casi me parto las manos aplaudiendo a los cuatro juntos. A contracorriente de la solemnidad autoimpuesta por muchos adaptadores de Shakespeare, la propuesta de Gabriel Wolf, Daniel Casablanca, Marcelo Xicarts y Martín Salazar es al mismo tiempo compleja y sencilla, elaborada, densa, pero fácilmente digerible; es cómica, pero para nada frívola. Una pieza centenaria transmutada mediante formas insolentes, coyunturales, bastardas, que enaltecen su universalidad. El punto de vista es el de cuatro hambrientos bufones europeos (también muy argentinos), cuyo dominio del escenario es tan magistral como el de los tiempos internos del relato y el ritmo con el que sus cuerpos se mueven para contarlo. Quisiera poder señalar algo flojo para marcar un contraste, pero no puedo. Vi todo como una incitación a acercarse a los clásicos sin reverenciarlos ni destruirlos, todo me encantó.

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A diferencia de los nostálgicos que se aferran a la música de su juventud, fui cambiando el repertorio de canciones que me acompañan y los músicos que seguí variaron al punto de no poder tolerar algunas cosas que creí que siempre iba a disfrutar. Es que ¡ahora me doy cuenta! la única banda a la que permanezco fiel no es de música sino ¡de teatro!