La lógica de un país dividido en dos espacios políticos antagónicos se reproduce en los diversos aspectos de la gestión estatal (involucrando a los tres poderes, ejecutivo, legislativo y por supuesto el judicial, pero también afecta a la vida cotidiana de las personas comunes, aunque no se sientan envueltas en la disputa perciben sus efectos.
En este sentido con se puede acordar que el Poder Judicial es parte de la lucha política, más allá de la división de poderes dibujada en el tablero.
Durmiendo con el enemigo. En el corazón de la polarización todos quieren ver presos a sus oponentes o al menos verlos recorriendo tribunales, es decir eliminado de la escena. El opositor ya no sólo un adversario, sino un delincuente. En esta construcción simbólica se enmarca la causa judicial sobre el dólar futuro que colocó a Cristina Kirchner nuevamente en la escena con su alegato del jueves último, pero también la declaración realizada por el presidente Alberto Fernández sobre el inicio de una querella criminal contra la administración del expresidente Mauricio Macri por haber protagonizado “la mayor malversación de caudales que nuestra historia recuerda”. Ambos casos tienen en común el referirse a políticas económicas y en todo caso se tendría que probar si existió algún tipo de enriquecimiento por estas decisiones.
Pero si se juzgan sistemáticamente las decisiones políticas de los gobiernos antecedentes ¿qué funcionario se atrevería a poner su firma en cualquier expediente, mucho más si se trata de cuestiones pecuniarias? Cualquiera puede cuestionar la existencia de políticas como los contratos de compra de dólar a futuro por parte del Banco Central, o el endeudamiento estrafalario con el FMI que nos enteramos una mañana de mayo de 2018 con un corto video del expresidente, pero eso no es lo mismo que constituyan como delitos en sí mismo.
El desacuerdo. Este desarrollo lleva a cancelar el debate (o la expresión de deseos) sobre las famosas políticas de Estado, así también como los acuerdos o pactos al estilo de la Moncloa. La idea de un proyecto de país consensuado, donde las diferencias sean de matices como el nivel de integración económica o tonalidades sobre el tipo de regulación que se debe tener debe ser archivado. Antiguamente se pensaba que la construcción de un “proyecto de país” se debía delegar a una elite intelectual respaldada por sectores empresariales o una “burguesía” corresponsable, sin embargo, esta idea cayó en desuso desde el 1975 con el Rodrigazo cuando la esfera política (y el sonar de los tambores militares) comienza a autonomizarse.
El cambio de signo político siempre apuntará a derrumbar las políticas del gobierno anterior, y generar una suerte de Juicio de Residencia sobre los funcionarios salientes. Se terminaron los espacios en común dónde se podrían acordar proyectos que superen uno o varios mandatos de gobierno. Proyectos auspiciosos como el Consejo Económico y Social nacen heridos de muerte en este contexto porque requieren una mirada que vaya más allá del corto plazo.
En esta nueva etapa que se abre de hiperpolarización, la moderación queda como ingenua. Un poco ya pasa en el periodismo donde la expresión de “coreanocentrista” es sinónimo de tibio, alguien que no se la juega, o peor aún quiere quedar bien con todos.
En este marco se observa la rápida emergencia de Patricia Bullrich en el centro de la escena política opositora. Su presencia en la movilización disparada por el Vacunatorio VIP del sábado último (rodeada por Waldo Wolff, Florencia Arietto y Cristian Ritondo) marcó un carácter que no se había visto en este tipo de marchas desde sus inicios en 2012. Es claro que la relación con Bullrich ya preocupaba a Horario Rodríguez Larreta, pero ahora la pregunta es más que si se podrá acordar la conformación de las listas de diputados, sino si pertenecen al mismo partido, lo que permite ver algunas rajaduras que podrían devenir en ruptura, y que hasta ahora no había pasado en Cambiemos.
La angosta avenida del medio. Se puede observar que la dinámica de la hiperpolarización es fuerte y vacía los centros políticos y la moderación discursiva que traen en la mochila. Sin embargo, buena parte del electorado no se siente convocado por la exacerbación de las emociones que supone levantar la apuesta cada vez más y que pone en juego la elasticidad de las instituciones de la democracia. Pero las experiencias de la tercera vía o la avenida del medio fracasaron y la política siempre juega a ganador. ¿Tiene futuro un proyecto como el comentado por el reaparecido Florencia Randazzo cuyas críticas al presidente se enmarcaron en su deseo de construir una “tercera vía que rompa la polarización kirchnerismo-macrismo”?
El problema del electorado no convocado por las intensidades, es que lejos de involucrarse se desconecta de la política, cada vez ve más que los políticos son los otros. Sus vínculos formales de representación se han roto. A estos espacios apolitizados es cada día más difícil llegar, y casi imposible conmover. Una estrategia posible para romper la hiperpolitización es apuntar a rasgos sensibles de los electorados segmentados, abandonando a macro política, para introducirse en la meso o micropolítica, apuntando a soluciones específicas. Pero para que estas modalidades tengan posibilidad de éxito es necesario conocer muy en detalle el territorio y ensayar formas de comunicación adecuadas para las necesidades de su electorado, en marco de una cercanía. Naturalmente estas posibilidades también luchan contra las estructuras políticas ya consolidadas.
Trincheras. El siguiente problema de la conformación de trincheras como construcción política va en correspondencia con la posibilidad de obtener espacio en los medios de comunicación masivos. El lenguaje moderado no genera titulares. Era un lugar común al comentar a las entrevistas a Roberto Lavagna eran tan interesantes como tediosas. Como contracara el lenguaje de la polarización es simple y concluyente, no hay hermenéutica posible, y ese camino parece ser hoy por hoy de mano única.
*Sociólogo (@cfdeangelis).