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Apuntes en viaje

Jamás llegué a conocerlo

Aquel verano en Menorca, luego en Madrid, escribimos página por página (con una tipografía minúscula) una novela vital dispersa, polifónica y soberbia.

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Jamás llegué a conocerlo. | marta toledo

Hagamos un esfuerzo de autocensura para referirnos a Gastón P.R. sin el auxilio del melodrama. A cambio de ese déficit podemos entrar en tema a través de recuerdos que anidan en reservorios neuronales de los aquí presentes. Adopto entonces el esquema para cumplir con mi palabra: dar cuenta de los momentos gruesos que pasamos juntos Gastón y yo; Gastón y nosotros. Sí, lo haré. Aunque no sé bien qué diré, porque jamás llegué a conocerlo. 

Guillermo Z., por su parte, insiste en recordarnos que Gastón citaba como programa personal la frase fabricada por un paisano durante el alud telúrico: no hay mal que por bien no venga. Gastón fue para mí un sujeto impulsado por los accidentes de la ficción biográfica. Todo el conocimiento que teníamos de él se descargaba sobre el registro entre aséptico y cínico, disfrazado de sistema o de máquina burlona. Por eso, lo que hago yo aquí, además de despedir a un amigo, es evitar contar la línea histórica de una biografía, ni descender hasta el último nivel de intimidad del personaje. Pesquisar y reproducir la dinámica vital de Gastón no es mi función, porque como ya dije: he pasado la vida junto a él, clavando bandera en cada lugar donde estacionábamos, y sin embargo jamás llegué a conocerlo. 

Gastón P.R. es un misterio sin revelar, una estructura funcional a su ficción. Lector descontrolado, novelista amateur, actor fracasado, heredero afortunado, viajero introspectivo, figura extraordinaria que se hizo notar mediante la actividad automática del fóbico: la de arrojar la piedra y esconder la mano. No lo hizo por cobardía ni para replegarse en el anonimato, sino para poner adelante de su estampa los ánimos cambiantes de una vida que puede pertenecer, simultáneamente, a los campos del silencio y el escándalo. Un individuo que sufrió la felicidad como una enfermedad. 

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Me piden que escriba algo sobre Gastón P.R. Pero yo jamás llegué a conocerlo.

Gastón adecuaba a los sujetos en su engranaje como jurado de un concurso de talentos. Te salvaba del fuego al mismo tiempo que te encendía por dentro. Sus reflexiones en voz alta podían tanto concentrarse en epigramas de cinco palabras como expandirse en consideraciones sobre los problemas generales del lenguaje y los grandes inventos de la humanidad. Eso sí: de escasa formación académico/institucional, estaba muy bien nutrido el tipo.

El interés de Gastón siempre fue la totalidad. A la que no se llega sino a los saltos, entregándose a cambios bruscos de dirección y de ritmos: todo lo que magnetice aquí y allá. No tener un tema, que ha de corresponderse con no tener prejuicios, es lo que hizo de Gastón un verdadero artista, un artista de no se sabe qué. ¿Del pensamiento? ¿De la vida? Porque lo que estaba siempre por verse en cada uno de sus actos era la forma intencionadamente incompleta, como esperando lo que le falta. Que Gastón haya comparado la curiosidad con el hambre determina el propósito ideológico de sus acciones, que es el de situarse más acá de la experiencia imposible de saciedad. Como verán, jamás llegué a conocerlo. 

Aquel verano en Menorca remontamos altamar en un yate junto a otros siete pasajeros. La actividad pareció asomarse en el horizonte más próximo de la evasión, de la negación, en escenarios que sean o se parezcan a los del fin del mundo. Aquel verano en Menorca, luego en Madrid, escribimos página por página (con una tipografía minúscula) una novela vital dispersa, polifónica y soberbia que solo pudo ser imaginada como una hazaña de potencia narrativa entregada a la gracia de la aventura imposible. Ese mundo inmenso que construimos ese verano, en Menorca, nos hizo pensar el mundo como maqueta de un gesto de confianza ciega en el otro, y de desconfianza del mundo como organizador de sus propios acontecimientos. Y sin embargo, nunca supe nada de él; jamás llegué a conocerlo. 

(Extracto de un extenso texto que escribí, por encargo de mis amigos, para despedir a Gastón P.R. en su entierro, ocurrido en la ciudad de Mendoza, hace exactamente una semana.).