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La farsa de dialogar sin el otro

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Buber. Filósofo existencialista israelí nacido en Viena, en Yo y Tú, | cedoc

Toda relación es recíproca o no es, dice Martín Buber (1878-1965), filósofo existencialista israelí nacido en Viena, en Yo y Tú, libro fundacional de lo que llamó la filosofía del diálogo. No hay vínculo posible, del tipo que fuere, si no existe el otro. Uno puede negarle o quitarle atributos, puede odiarlo incluso, pero nunca despojarlo de todos sus atributos ni odiarlo por entero, porque eso significaría negarlo, eliminar ese Tú necesario y esencial para cualquier relación. Dos que se niegan, dos Yo que se pretenden posibles sin un Tú, jamás podrán dialogar. Dos monólogos paralelos no son un diálogo, explica Buber. Y, por otra parte, Yo sin Tú nada significa. Para que tenga existencia y sentido esa noción necesita de su opuesto. Cuando digo “yo” inexorablemente creo un “tú”. Y, simultánea e inexorablemente, me convierto en el “tú” del otro.

Esta dinámica ineludible y esencial llevó a Buber a declarar que Yo-Tú no son dos palabras sino una, indivisible. La llamó “palabra primordial” y afirmaba que solo puede ser dicha con todo el ser, no solo desde la boca o desde la mente. “Al volverme Yo, digo Tú”, escribe. Y remata: “Toda vida verdadera es encuentro”.

Al explorar la filosofía del diálogo se puede comenzar a entender por qué la vida en la sociedad argentina transcurre en un continuo y creciente desencuentro. Se mire desde donde se mire existe una persistente y empeñosa negación del otro, una absurda y consecuente intención de erigirse (sea quien fuere, se trate del ámbito que se trate) en un Yo carente de Tú. En cada orilla de las múltiples grietas de esta sociedad fragmentada hasta la médula se verifica ese intento patético, pueril y, por qué no, trágico. “Vos no existís” es una frase muy argentina. Está en las conversaciones, en los cánticos políticos o deportivos e incluso, créase o no, se oyó hacia 2004 en la boca de Estela de Carlotto cuando, consultada por un reportero televisivo acerca de las movilizaciones que convocaba Juan Carlos Blumberg tras el asesinato de su hijo, dijo: “Blumberg no existe”. La negación del otro, del que es, piensa o actúa diferente, parece estar fijada en el inconsciente colectivo, ser parte del ADN nacional, y es independiente de las causas que se enarbolen, por muy dignas que sean o parezcan.

La cuestión viene al caso cuando, como ocurre en el comienzo de todo nuevo gobierno, o en situaciones de crisis extremas (cosa común en el país), se reflotan palabras como “diálogo” o “consenso”. Pareciera que se trata de talismanes capaces de pacificar los espíritus y de generar una atmósfera de armonía y entendimiento. Pero no funcionan, y eso se debe a que,

irónicamente, no hay acuerdo acerca de qué se habla cuando se dice diálogo o consenso. En la introducción de Crónicas de los tiempos consensuales, una antología de breves ensayos propios escritos a lo largo de las últimas tres décadas, el filósofo y politólogo francés Jacques Rancière puntualiza que “el consenso no es la pacificación de los cuerpos y los espíritus”, y que el significado de la palabra no remite al acuerdo entre las personas, sino al acuerdo de sentidos y, fundamentalmente, del modo de entender e interpretar el sentido.

En la vida de las personas y de las sociedades el sentido es un hilo conductor, una columna vertebral, un generador de propósito y un dador de razón de ser a la propia existencia. Esto es el sentido entendido como logos. La voluntad de sentido, como la llamaba Viktor Frankl (quien basó la logoterapia, su “pastoral médica”, en el valor de esa actitud de búsqueda), es decir la voluntad de encontrar el para qué y la trascendencia del propio existir, es lo que sana la angustia y llena el vacío existencial de tantas personas sufrientes. Vale, en cierto modo, también para las sociedades. Podrán, por lo tanto, cambiar los gobiernos, renovarse las consignas y eslóganes, reproducirse los presuntos culpables de todos los males, avivarse el pensamiento mágico colectivo y la creencia en seres providenciales, pero mientras no haya voluntad de sentido y reconocimiento del otro, ningún diálogo será posible y reinará el desencuentro.

 

*Escritor y periodista.