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La ignorancia y la desmemoria

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Desmemoria. “Yo no los voté”, frase que se escucha. Curiosamente, siempre fueros otros. | cedoc

Los votantes más jóvenes de Javier Milei, menores de 30 años, no admiten el menor cuestionamiento a su candidato y lo siguen con el mismo fanatismo que usualmente se aplica a ídolos deportivos, a cantantes o a una variada gama de youtubers. No permiten la menor objeción, el menor interrogante ni el menor debate. Muy en el estilo del propio Milei. Entre los mayores de 50, el otro gran reservorio de electores del economista devenido en presidenciable, se acepta que votar al líder de LLA encierra incógnitas, contradicciones y riesgos, pero suelen responder con una frase llamativamente repetida, como si se tratara de una consigna: “A los otros ya los conocemos y así nos fue, de manera que probemos con este, que es nuevo y no pertenece a la casta”. Más que una actitud esperanzada, suena como resignación. O como si se jugara a la ruleta rusa con la esperanza de que el próximo disparo no sea el letal.

Estos dos grupos conforman indudablemente el largo 29% de votantes que, en las PASO, convirtieron a su elegido en el ganador. Son los que sí fueron a votar. No constituyen el 29% (o 30%) de todo el padrón, puesto que la abstención alcanzó el 35, una cifra récord. Pero si en las elecciones generales de octubre se repite la tendencia, serán ellos quienes entronen al próximo presidente. Ellos más ese 8% que las actuales encuestas están sumándole al candidato. Aunque la experiencia autoriza a no creer en las encuestas, dado que es cada vez más evidente que se hacen a gusto de quienes las pagan y funcionan como el espejo de la madrastra de Blancanieves. “Espejito, espejito, quién es la más bonita”, preguntaba ella. “Tú”, era la respuesta para conservarse entero.

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Lo cierto es que con las conductas de los dos grandes grupos de votantes de Milei se puede preparar un cóctel que contiene ingredientes tan peligrosos como son la ignorancia y la desmemoria. La primera es aportada por una mayoría de jóvenes con desinterés por la historia del país y, como consecuencia, con desconocimiento de los pasos, etapas y acontecimientos que se tejieron para llegar a la actualidad. Buena parte de esa ignorancia es debida a la deserción de las generaciones anteriores en su función de transmisoras de memoria, de modelos de ciudadanía, de valores republicanos e incluso de razones para la esperanza. Es decir, de su función de eslabones esenciales en la cadena de la historia colectiva y personal. Sin liderazgo moral ni orientación existencial, los jóvenes mileístas encontraron un mesías oportunista del que solo les interesa la forma, pero no el fondo.

Acaso más peligrosa es la actitud de quienes, por edad, ya atravesaron experiencias amargas y nefastas de la vida nacional, ya compraron buzones y tranvías de diferentes colores y modelos, vendidos por figuras que se presentaban como providenciales y terminaron traicionando todas las promesas que lanzaron al aire con absoluta irresponsabilidad en un principio e impunidad tras el final. Al revés de lo que reza el tango Mi Buenos Aires querido (y también el título de la memorable novela de Osvaldo Soriano), en este caso parece haber un voluntario olvido para las penas. Mucho de lo que Milei promete como novedoso, y despliega con más furia que argumentos sustentables, ya fue vivido (convertibilidad cercana a la dolarización, mano dura, patadas en el trasero, quemazón de instituciones, etcétera), y así nos fue, como repiten los votantes voluntariamente desmemoriados. Esa misma desmemoria suele aplicarse luego a la hora de la decepción, del dolor, del tiempo y de los bienes perdidos para decir: “Yo no lo voté”. Curiosamente siempre fueron otros: pasó con Menem, con De la Rúa, con Macri, con los Kirchner, y no será sorpresa que nadie haya votado a Fernández. Aunque suene duro, este conjunto de hechos, esta suma de actitudes de los votantes, remite a una sentencia de Martín Luther King, el luchador por los derechos civiles asesinado en 1968: “Nada en el mundo es más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez consciente”. Digamos desmemoria en lugar de estupidez, y lo demás sigue en pie.

 

*Escritor y periodista.