Saben que el “futuro” se conforma de “presentes”. Que la política lo atraviesa todo, que lo “público” y lo “privado” están separados por fronteras líquidas. Nacieron en democracia, no reniegan de ella, pero conocen sus límites. Prefieren la acción a la retórica. Son hijos de una generación que descree de los partidos, proponen otros armados y lenguajes y se agrupan por causas o ideas. El feminismo imprime sus relaciones, las cuestiones de género y de diversidad sexual amplía sus miradas. Poseen compromiso social e ideologías. Su defensa del medio ambiente los obliga a cambiar hábitos y pautas. Creen en una democracia participativa en la que sus voces sean escuchadas. Estos jóvenes sub-30, con reclamos transversales y otros específicos, representan el 35% del padrón electoral y definirán el resultado.
Pese a los esfuerzos del oficialismo por desmarcarse de una agenda que impuso con el ajuste al enflaquecer los bolsillos, el 72% de estos jóvenes ven en la inflación y el desempleo la principal causa de todos los males. La segunda preocupación es la pobreza. Elegirán a un presidente con atributos para enfrentarla.
Las referencias a las dificultades económicas envuelven sus vidas. O padecen los índices de desempleo que duplican el promedio, el subempleo creciente o empleos precarios, o lo sufren sus familias, si pertenecen a los estratos pobres o a la clase media.
La izquierda atrae cierto porcentaje, pero la fórmula Fernández-Fernández encabeza, por lejos, las encuestas. Los “centennials” y los “millennials” tardíos crecieron con la ampliación de derechos, con la igualdad de oportunidades como valor inamovible y la reconstrucción de un Estado de bienestar desmantelado por sucesivos gobiernos.
Para el oficialismo no es fácil seducirlos. El aumento de la desigualdad es generacionalmente inaceptable. El discurso macrista del “cambio” caló hondo en los sectores más conservadores, absorbió el hartazgo de una época, pero no convenció a quienes debutan en las urnas. Ni la estética foránea de los globos, ni el “desenfado”, ni la “modernización”, ni la “nueva política” construyeron empatía con una mayoría de jóvenes que, desde el prejuicio, se la juzgó de superficial y apolítica. Tal vez se subestimó la “memoria emotiva” que suele aparecer aunque no se la invoque.
Poco importa que durante años la gobernadora Vidal fogoneara el conflicto docente. O que afirmara que crear universidades para pobres era inútil. Desesperada por números incómodos, paseó por instituciones educativas del Conurbano acompañada por Lousteau, quien ya no es tan joven ni “rebelde”. También envía cartas personalizadas, mensajes de whatsapp, videítos a medida. Al PRO le sobra expertise en plataformas digitales, pero el fracaso en la gestión lo vació de contenidos. La “cruzada” del asfalto no enamora a quienes viven virtualmente conectados.
Hay otra línea, la dura. Ante el deplorable estado edilicio de las escuelas, la falta de vacantes, los recortes de becas, las viandas pauperizadas, las restricciones en la educación para adultos, o la destrucción de empleo y marginalidad creciente, la ministra Bullrich, lejos de tratar de mejorar las instituciones educativas, propone sacar a los jóvenes de ellas. Entre los 15 y 29 años la pobreza alcanza el 38,6% y la indigencia el 8,4%. ¿La solución? Que Gendarmería, a través del Servicio Cívico Voluntario en Valores, se “encargue” de formarlos y “empujarlos hacia la responsabilidad y la libertad”. ¿Le habla la ministra a los jóvenes y sus familias? Seguramente no. Más bien parece dirigirse a aquellos votantes convencidos de que a la pobreza no hay que combatirla sino “disciplinarla”.
Aunque los spots y propuestas los incluyan en sus generalidades y apenas en sus especificidades, la nueva generación inclinará las urnas. Quizás ello explique los obstáculos que enfrentan cientos de miles de jóvenes para estrenarse en las urnas. Es que su voto es predecible y, por eso, “peligroso”.
*Politóloga. Experta en Medios, Contenidos y Comunicación.