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La política está muy sola

Todas las interpelaciones, como la de Milei, desnudan malestares y obligan al sistema a replantear sus prácticas.

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Fauna política. | Pablo Temes

La Argentina parece estar, una vez más, frente a la gran oportunidad de reconocer sus problemas y afrontarlos en serio. Pero lo que sobresale en la agenda política son solo las puntas de los icebergs que traban el desarrollo y la calidad de la representación política.

Esta semana la oposición obtuvo la mayoría para un dictamen de comisión (en realidad, de varias comisiones en plenario) para tratar en Diputados un proyecto para la boleta única de papel. Hay varios y buenos argumentos para sostener ese cambio, pero los problemas que soluciona no son tan grandes, y el nuevo instrumento difícilmente mejore la cuestionada representatividad de los ocupantes de cargos públicos electivos. Es la punta de un iceberg: el problema profundo de la opacidad del financiamiento de los partidos políticos.

Sabemos que sin partidos la democracia no puede funcionar, pero hablamos del tema solo muy superficialmente. El problema estructural es que gran parte de la actividad de los partidos está cada vez más profesionalizada (campañas, encuestas, informes técnicos, etc.) y por lo tanto es cada vez más cara. El trabajo voluntario de los militantes (y la austeridad ejemplar de los dirigentes) ya es casi una pieza de museo. Los partidos necesitan mucho dinero, que obtienen de manera creciente de fuentes estatales (a través de subsidios directos, o quedándose con el vuelto de la impresión de boletas partidarias, o con ñoquis, o con algún otro truco) o, en el peor de los casos, con dinero del circuito ilegal. Quizás ahorremos algo en la impresión de las boletas, pero el problema de fondo seguirá estando allí.

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Todo el sistema político argentino da bastantes incentivos para que haya muchos partidos (de hecho, hay cientos de sellos de goma a los que la boleta única beneficiará) que habrá que sostener de una u otra forma. Si finalmente la boleta única se aprueba y se reglamenta, el cambio puede ser interesante, pero nadie debería esperar que con ello se vaya a solucionar la mala relación de la política con la ciudadanía.

Algo similar ocurrió hace unos días con la discusión sobre la cantidad de empleados públicos que tenemos en los tres niveles (nacional, provincial y municipal). Es cierto que el gasto público en exceso es una de las causas de la inflación, y que hay áreas del Estado claramente ineficientes y sobredimensionadas. Pero una discusión seria no puede circunscribirse al número de empleados, debería enmarcarse en una conversación pública (y política) sobre qué modelo de desarrollo capitalista necesitamos promover, con qué tipo de Estado, para qué sociedad, y financiado con qué estructura impositiva. Hoy también hay áreas del Estado que están subalimentadas, son débiles para cumplir su función, y deberían ser fortalecidas con recursos y personal, como las que requieren capacidades técnicas específicas, por ejemplo. En el mejor de los casos, de esa discusión podría resultar un consenso sobre las bases de un crecimiento sostenido. Pero aun cuando eso no pueda lograrse, si esa discusión no se encara de manera responsable, es decir, si la política no aborda el tema de una manera distinta que hasta ahora, el país seguirá decayendo cada vez más velozmente (que es lo que viene haciendo desde hace cien años) y la indignación cobrará cada día más fuerza.

El último ejemplo de la semana en cuanto a la falta de visión estratégica de la política es el impulso para ampliar la Corte Suprema de Justicia, sin considerar las serias deficiencias del sistema judicial, como  el crecimiento ya incontrolable de la judicialización de la política y su contraparte, la politización de la Justicia. Es decir, la política se concentra en hacer denuncias judiciales a los adversarios, y a la política le resulta necesario politizar a los jueces para no perder ese terreno de disputa. Pero el problema profundo es la pobre o nula efectividad de los mecanismos de control y de rendición de cuentas de gran parte del poder. En otras palabras, si las instituciones no ponen límites preventivos al poder, entonces crecen las denuncias, lo que da continuidad a ese círculo vicioso que sigue sin atenderse. O peor, se lo agrava tratando de politizar totalmente a la Corte, desvirtuando su función de contrapeso del poder político. Si en nuestro país, como también en otros de la región, un problema democrático serio es que los presidentes son demasiado poderosos cuando son mayoritarios y demasiado débiles cuando son minoritarios, estos atajos cortoplacistas no hacen más que seguir abatiendo a una democracia a la que vemos debilitarse día a día.

En la Argentina, la política está muy sola frente a los desafíos que enfrenta. Tiene poca interacción orgánica con el mundo del pensamiento académico y/o intelectual, que la podría nutrir de ideas, miradas más altas y diagnósticos más sólidos para los complejos problemas del mundo actual.

En este contexto de insuficiente anclaje reflexivo, se empieza a delinear el escenario electoral de 2023, que en función de todo lo dicho hasta aquí, podría ser una nueva chance para el país, o bien un nuevo turno para más de lo mismo.

El Gobierno vuelve a promocionar la figura de Macri, que es contra quien preferiría competir el año que viene. Es una táctica que se utiliza en todo el mundo desde siempre, pero que a veces puede salir mal cuando los gobiernos tienen finales desafortunados, y entonces el rival más deseado termina fortaleciéndose, como le pasó a Alfonsín con Menem, a Cristina con Macri y a Macri con Cristina. Aunque con una imagen negativa apabullante, Macri parece avanzar decididamente con un perfil más nítido que antes, tratando de retener entendiblemente los votos desencantados que se van con Javier Milei, pero acentuando todo tipo de maniqueísmos en un PRO cuyas internas se recalientan peligrosamente. Lo que parecía firme y asentado se tambalea cuando el ex presidente da señales de querer recuperar su sillón.

Sorprendentemente, el partido de las eternas internas, la UCR, realizó una convención ejemplar. Recuperando su historia y sus tradiciones, empieza a mostrar a la vez un partido renovado, con figuras nuevas, con internas controladas y con un documento claro que cohesiona y transmite un recuperado vigor para pelear por el poder. Habrá que ver si logra sostener este equilibrio de institucionalidad y competitividad.

En definitiva, la política argentina carece de anclajes intelectuales, conceptuales e institucionales que puedan aportar un horizonte distinto a los tomadores de decisión. Sin eso, se deja arrebatar por la necesidad de exagerar la exhibición de resultados inmediatos, que sin embargo, por improvisados y mal diseñados, son efímeros y no hacen más que reproducir los fracasos recurrentes e incrementar la desconfianza de la ciudadanía, que ya ha empezado a mirar seriamente hacia la antipolítica.

*Politólogo, vicepresidente de la International Political Science Association (IPSA).