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La tasa de impaciencia social que elevó a Milei

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Milei. | AFP

Mucho se ha conjeturado sobre la estrecha relación entre la creciente hegemonía de las redes sociales y las condiciones de posibilidad para una fulminante emergencia de Javier Milei. Pero si bien las redes sociales cuentan con contenidos producidos únicamente para ellas, la gran mayoría de lo que ellas difunden son reelaboraciones de contenidos originados en los medios tradicionales. Toda modificación técnica produce modificaciones en el género de los productos pero la revolución de las redes sociales es en mayor proporción una revolución del sistema de distribución que del de producción. Es la velocidad del sistema de distribución lo que modifica la relación de los consumidores con el tiempo, y el tiempo es, nada más y nada menos, que la matriz de la realidad.

El papa Francisco recomienda el libro Síndrome 1933 olfateando un déjà vu para este 2023

La edad en la que el voto a Milei es mayoritario modifica el tiempo subjetivo, que se compone de  tres dimensiones: espera, memoria y atención; el futuro es lo que se espera (“negro”), el pasado es lo que se recuerda (“casi nada”), el presente es aquello a lo que se está atento (“cambio”).

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El tiempo es la dimensión creadora, sorprendente y cambiante de la realidad. Toda la tecnología, no solo las redes sociales, termina siendo un acelerador del tiempo. Tanto del tiempo físico, como del tiempo biológico, como del tiempo psicológico. El tiempo se relaciona con la velocidad, disminuye con ella pero aumenta la impaciencia.

El cambio al que tanto se referencia se halla en el tiempo de la misma manera que los cuerpos se hallan en el espacio. Los cambios de las cosas son en relación con el tiempo.

Heidegger es considerado el filósofo del tiempo por la estrecha relación que le asigna al tiempo con el ser.  El temporalismo es una corriente filosófica para la cual el tiempo es sustancia, realidad en sí, independiente de las cosas en la mera relación entre ellas, siendo la duración una propiedad. “El tiempo es la inquietud de ser” y el tiempo es la noción central de la filosofía. “Lo que hay existe en tanto se desarrolla temporalmente” porque todo está mediado por el tiempo.

La percepción de que tiempo y movimiento van juntos asocia la exaltación kinética de Milei con la de un cambio también más veloz.

Este primado del tiempo como manifestación del espíritu se encuentra en Hegel y en lo trascendente, en Kant: la temporalidad es la manifestación de la idea.

El aceleracionismo de la tecnología modificó la vivencia interna del tiempo fusionando muchas veces futuro con presente, modificando la categoría de lo sensible más que de lo inteligible. Newton decía que la noción del tiempo absoluto (como la del espacio) era un sensorium Dei, solo al alcance de los órganos sensitivos de Dios. Y Hussert decía que el tiempo es “algo perteneciente en general a cada vivencia en particular”. Ese tiempo subjetivo y no cósmico es el que cambia en cada época con el cambio de la tecnología.

 

Aceleracionismo. El Manifiesto por una política aceleracionista, que tiene entre sus autores a Nick Srnicek, entrevistado recientemente en PERFIL, comienza diciendo: “En la segunda década del siglo XXI la civilización global se enfrenta a un nuevo tipo de cataclismo; las apocalipsis que se avecinan dejan en ridículo las normas y las estructuras de organización política que forjaron el nacimiento de los Estados-nación”.

También olfateando cataclismos, el papa Francisco recomendó al jefe de Gobierno de España, Pedro Sánchez, la lectura del libro Síndrome 1933, de Siegmund Ginzberg, un intelectual italiano del Partido Comunista que narra el ascenso del nazismo en Alemania como una especie de déjà vu de lo que puede estar sucediendo hoy con el surgimiento de derechas extremas.

“En contraste con estas catástrofes en aceleración continua –continúa el Manifiesto por una política aceleracionista–, la política actual se caracteriza por un inmovilismo incapaz de generar nuevas ideas (...) mientras la crisis social se acelera y refuerza, la política se ralentiza y debilita, en esa parálisis del imaginario político el futuro queda anulado”. Nuevamente la idea de futuro presentizado, sin futuro o negro.

El Manifiesto explica que, ante el fracaso de la políticas neoliberales que llevaron a las crisis mundial de 2007/8, se ahondó en su dogma proponiendo políticas libertarias, creencias que aunque miopes resultan hipnóticas. Califica las respuestas libertarias como “sublimación de la crisis en lugar de su derrota”. Critica la fosilización de la izquierda que, ante la aceleración tecnosocial, responde con “localismo neoprimitivista” y se conforma con “establecer pequeños espacios temporales de relaciones sociales no mercantilizadas, rehuyendo de los problemas reales que conlleva el hecho de tener que luchar contra enemigos intrínsecamente no locales, abstractos y profundamente arraigados en nuestra tecnología cotidiana”.

Define la política como un sistema dinámico de conflictos, adaptaciones y contraadaptaciones permanentes, y nuevamente emerge la esencia del tiempo como dinámicamente creador: “Cualquier forma de política individual pierde su eficacia con el tiempo porque la otra parte se adapta. No hay ninguna forma de acción política históricamente inviolable; con el tiempo se hace cada vez más necesario abandonar algunas tácticas de lucha tradicionales porque las fuerzas y las entidades que se pretende derrotar con ellas aprenden a defenderse y a contrarrestarlas muy eficazmente”.

Concluye sosteniendo que la democracia no puede ser reducida solo a los medios que emplea (votación, alternancia, división de poderes) sin la progresiva mejora de las condiciones de vida. El malestar global fruto de esa incompletud democrática explica el surgimiento de derechas extremas en Occidente. 

Milei es un epifenómeno dentro de un fenómeno mundial multicausal que combina ralentización económica, regresión distributiva y aceleramiento tecnológico. Un choque temporal de fuerzas retrógradas y acelerantes. Un terremoto social donde los jóvenes son un radar anticipatorio del incremento de la tasa de impaciencia social.

 

Milei y el caos. La complejidad trascendente del tiempo se expresa en la pregunta: ¿por qué Dios no fabricó al mundo un año antes, o por qué el Big Bang no ocurrió un año después? Tratando de asociar la flecha del tiempo con la inestabilidad dinámica, Ilya Prigogine ganó el Premio Nobel de Química en 1967: explicó cómo las estructuras disipativas (fuentes de desorden) constituyen la aparición de estructuras coherentes, autoorganizadas en sistemas alejados del equilibrio. Que el orden macroscópico (las estructuras coherentes) es solo el resultado de un caos dinámico a nivel del microscópico. Simplificadamente, que el orden macro surge del caos micro. Colocando como ejemplo la actividad eléctrica del cerebro, que es básicamente caótica, y que las enfermedades cerebrales son debidas, precisamente, a demasiada regularidad. Las ideas fijas, repetitivas e inmodificables de ciertos discursos dogmáticos son manifestaciones del exceso de regularidad patológico.

El epifenómeno libertario combina economía ralentizada, regresión distributiva y      
 aceleración tecnológica 

Ojalá Javier Milei sea un síntoma de ese caos microscópico que termina provocando “la aparición de estructuras coherentes, autoorganizadas en sistemas alejados del equilibrio” a nivel del orden macroscopico. Y su irrupción esté atravesada por una teleología cuya misión sea sacudir el sistema político para que mejore y se actualice. La idea de Carlos Melconian de que cumplía el papel de un rompehielos de aquello critalizado para que luego fluyeran otras ideas mejores, o la ironía de Andrés Malamud sobre que Milei es bueno en la medida en que no gane.

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