Comenzada la pandemia por covid-19 alrededor del mundo, las vidas diarias tanto como las economías personales se han visto inmersas en una metamorfosis difícil de dimensionar. En paralelo, los gobiernos también se han visto obligados a adaptarse, como refiere el politólogo David Easton, quien propone el cambio (del sistema político) como condición para su subsistencia. Adaptación es la clave. El presidente Alberto Fernández no fue ajeno a este postulado, cuando se desató esta pandemia no solo en Argentina sino en el mundo.
Lo cierto es que, dada la sorpresa por la expansión de este virus, ni Argentina ni los países desarrollados estaban preparados para una solución eficaz ante él. Es menester hacer la salvedad de que Argentina no es una isla en el mundo, y la eterna comparación como vara para medir desempeño, dadas las características geográficas, demográficas y económicas con otros países, también conlleva mensurables errores.
Si miramos internamente, las encuestas valuarán la economía y la salud como las principales preocupaciones argentinas, y se agrega una subcategoría que son las vacunas. Y ahí llegamos al nudo de la cuestión. Acompañando las fases que atravesamos desde la cuarentena hasta una apertura atenta, han disparado sus paralelas narrativas, que son fácilmente encuadrables. Un sector de nuestra población inició su narrativa en la espera de la llegada de la vacuna.
Las vacunas serán un ingrediente importante en el plebiscito electoral que enfrentan el Presidente y el Frente de Todos este año. Pero el peso recae mayormente en Alberto Fernández. En un principio se debatió mucho sobre la aplicación de la vacuna, muchos sectores la miraban con desconfianza, se formó un imaginario titulado “los antivacunas” y los “provacunas”. Este intangible de los antivacunas se fue transformando en un consenso mayoritario sobre la aplicación de vacunas, porque a pesar de todos los espacios político-sociales hay algo que se llama “supervivencia”, común a todas las personas.
Pero esto nos lleva de vuelta a los actores externos, dinámicos siempre. La demanda de vacunas nos atraviesa, pero nunca nos olvidemos de que el contexto externo siempre genera impactos en el interno; es más fácil decir globalización. Rosenau desarrolló la teoría del Linkage, que centra su estudio en cómo el comportamiento de un sistema político produce una reacción en otro. Este marco nos sirve para analizar la realidad; en pocas palabras, lo que se estipuló que iba a suceder (llegada de muchas más vacunas de las que llegaron) se corresponde con la menor producción de las mismas que efectivamente se pudo concretar, a pesar de los varios acuerdos del Gobierno con sus fabricantes. Lo que fue un impacto no esperado. Entendemos que la llegada de más vacunas tendrá un lugar en la elección, así como la cantidad de vacunados, porque también incide en el desarrollo de la pandemia, de las aperturas y de la economía. Por el lado de la oposición también utilizarán esta evaluación como parte del manejo de la crisis, aunque por el momento a nivel discursivo no hay grandes novedades; a excepción de los libros, que intentan copiar Sinceramente, aunque ya no exista factor sorpresa. No hay gran creatividad, y lo que le funcionó a uno puede no funcionarle a otro.
La vacuna tiene varias denotaciones, primero legitima las acciones de gobierno; tiene una dimensión colectiva; también genera empatía; la misma en sí es siempre comunicación; tiene sus propias narrativas e identificación, este cúmulo de creencias lo transforma en un símbolo. Por el momento, se vivencia incertidumbre; aunque dentro de unos años también sea parte de la historia argentina, y mundial.
*Politóloga y magíster en Relaciones Internacionales. Especialista en Comunicación y Análisis Político. (@barbaritelp).
Producción: Silvina Márquez.