Como estudiante de Medicina, varias veces mis maestros me repetían: “Cuando estén tratando a una paciente embarazada, recuerden siempre que no están cuidando la vida de una paciente, sino de dos: la madre y el niño”. Esta verdad evidente aún hoy se aplica, dos pacientes, dos personas, dos seres humanos que el médico se comprometió a cuidar y curar, según su buen saber y entender.
Esto no es una moda circunstancial o la influencia del pensamiento religioso, como algunos pretenden señalar a fin de evitar la respuesta que aniquila el argumento en favor del aborto; esa postura surge del ámbito de la medicina, propuesta por los primeros médicos modernos en el s. V antes de Cristo. Hipócrates, el padre de la medicina, al formular su juramento, código fundamental del arte médico, específicamente, señala ese compromiso, “No daré a nadie, aunque me lo pida, ningún fármaco letal, ni haré semejante sugerencia. Igualmente tampoco proporcionaré a mujer alguna un pesario abortivo”.
El juramento hipocrático actualizado en la Convención de Ginebra conserva esa visión: “Mantendré el máximo respeto por la vida humana desde el momento de la concepción; no usaré mis conocimientos médicos en contra de las leyes de humanidad, incluso bajo amenaza”.
Los argumentos en favor del aborto irrestricto hasta la semana 14 solo consideran los deseos de una parte e ignoran los derechos fundamentales de la otra. Cuando “deseo” tiene el mismo rango argumentativo que “derechos fundamentales” todo el edificio de los derechos humanos tiembla.
El falso argumento en favor del llamado “derecho a decidir” nada dice del derecho a decidir de la mujer/varón que está siendo gestado y le niegan la continuidad de su existencia. La ideología favorable al aborto podrá tratar de instalar la idea de que solo existe una persona –la que pide el aborto– pero el dato científico duro, la biología, la embriología, la praxis médica milenaria, la deontología médica, así como las ciencias humanas como el derecho, la filosofía y la antropología, demuestran que esa postura es falsa.
Nadie puede decidir quién vive y quién no tiene derecho a seguir viviendo, este es el derecho humano fundamental a partir del cual todo el resto de la estructura de DD.HH. toma forma.
Estos argumentos nada tienen de religiosos, son hechos que cualquier persona puede corroborar y, por lo tanto, tienen la fuerza de la realidad. En este debate, ignorar la realidad no parece ser un camino propio de la dignidad humana, sobre todo en temas que afectan la vida y la muerte de las personas.
Al comienzo señalé: “Estamos ante dos pacientes”, a esa situación quiero referirme ahora: la madre-paciente. Todos coincidimos en que el índice de muertes perinatales debe descender drásticamente, no puede haber más riesgo de muertes por maternidad.
Pero los números que se argumentan ocultan que la mayor parte de esas lamentables muertes son causadas por la pobreza y la marginación social, la falta de acceso a controles de embarazo, la falta de alimentación, de medicamentos e instrucción adecuada y el abandono de la mujer embarazada a su propia suerte.
Quien aborta tiene que tener otras opciones, porque a quien es abortado se le niega cualquier opción. Exploremos las condiciones favorables a la vida de ambas.
*Sacerdote. Director del Instituto de Bioética, Facultad de Ciencias Médicas de la Universidad Católica Argentina (UCA).