COLUMNISTAS
Sole Castro Virasoro

“Las malas feministas no podemos dejar de tener un pensamiento crítico”

Es una de esas personas capaces de abordar varios canales para expresar lo suyo. Hizo stand up, escribe textos literarios y periodísticos, y con la nueva serie web Mujeres alfa se metió de lleno en el lenguaje audiovisual, con un elenco que incluye figuras tan disímiles como Diego Topa, Rosa Montero y Sergio “Maravilla” Martínez.

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Sole Castro Virasoro. | cedoc

Con una mirada poco usual sobre las discusiones feministas y la cultura contemporánea, Sole Castro Virasoro asegura que elige el humor porque ayuda a poner una lupa sobre eso que querés mostrar, criticar o denunciar y hacerlo más evidente.

—¿Cuál o cuáles fueron los primeros puntapiés para “Mujeres Alfa” y por qué el epígrafe la serie de las Malas feministas?

—El contenido Mujeres Alfa comenzó hace diez años. La idea era contar una historia a través de diferentes formatos que se iban a complementar entre sí. Me puse a mí misma como personaje porque me parecía divertido jugar a borrar el límite entre la ficción y la realidad y que se puedan encontrar fragmentos de la historia simplemente googleando mi nombre y leyendo columnas de hace cinco  o seis años atrás. Entonces, leyendo el libro o mis columnas se puede acceder a lo que la protagonista dice qué es, dónde tiene las ideas más claras y definidas. La serie en cambio, es la realidad, allí están las incoherencias, el lugar para ser un poco tonta incluso, porque es donde está relajada con sus amigas y pensando en voz alta. Las viñetas, por su lado, son conclusiones a las que llega, el resumen de esa idea o sentimiento. “Malas feministas” surgió después de haber sido insultada y ferozmente criticada por algunas supuestas líderes feministas. Básicamente me decían que no podía llamarme a mí misma feminista. Más tarde me encontré con el discurso de Madonna en los premios Billboard donde, en una situación parecida, aseguró que entonces sería una mala feminista. Las malas feministas somos las que no podemos dejar de tener un pensamiento crítico y, por eso, vamos a interpelar los discursos en nombre del feminismo para preguntarnos qué clase de feministas queremos ser. 

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—No es tan común desplegar una mirada realmente crítica y al mismo tiempo, humorística sobre temas de agenda, pero hay algunos ejemplos, sobre todo en producciones europeas y norteamericanas ¿Vos te apoyaste en alguna referencia?

—Supongo que todo lo que vemos o leemos nos atraviesa, pero la verdad es que es la forma en la cual nos comunicamos con mis amigas. Decodifico el mundo con una mirada crítica y con humor porque es cómo soy y cómo vivo. Si fuera verdulera o doctora, seguramente haría lo mismo, pero no saldría de mi círculo íntimo. Hace casi diez años atrás dediqué mi libro a las amigas con quienes las lágrimas se vuelven carcajadas y eso sigue siendo así. Creo que hablar de lo que nos pasa es sanador, y si además podemos reírnos de nuestras desgracias, es aún más efectivo. 

—¿Por qué recurriste a la parodia?

—El humor te da mucha libertad y el recurso de la parodia, de exagerar al máximo cierto discurso o características de un personaje, nos ayuda a poner una lupa sobre eso que querés mostrar, criticar o denunciar y hacerlo más evidente.  Un ejemplo es que me pasé un montón de años tratando de explicar por qué el acoso callejero es inaceptable. Después las largas explicaciones sobre la ansiedad que nos provoca a las mujeres, la sensación de inseguridad y mil cosas más, me respondían cosas como: “pero si te dijeron algo lindo, deberías ponerte contenta”. Finalmente me encontré con un standapero que lo explicaba diciendo: “no le digas a una mujer por la calle lo que no te gustaría que te dijera un preso dentro de la cárcel”. Ese humorista en el otro lado del mundo, solito en un escenario oscuro, encontró la respuesta perfecta y la única que resultó clara para todos esos hombres que no querían entender. El ejemplo extremo y pasado a su propia piel resultaba mucho más aceptable que nuestro “no”. En un mundo más justo no debería ser así, pero lo es.

—¿Cómo reclutaste al elenco?

—Fue de lo más variado, porque en tantos años hubo montones de cambios por las razones más diversas. En una primera etapa iba por la vida “cazando” a los personajes, entonces cuando veía a alguna actriz que tenía movimientos o miradas que podía asociar a un papel, se lo ofrecía. Adriana Cuerda fue la recomendación de Karina Bazán, una excelente actriz y amiga en común, y a Débora Santllans la vi por Instagram y le escribí. Con Nicolás Biffi compartimos sala de teatro hace muchos años y, cuando buscaba actor para el personaje del psicólogo, enseguida me vino su cara porque podía fácilmente ser muy chanta y muy adorable a la vez. 

Con Diego Topa, Roberto Funes Ugarte, Guillermo Lobo, Rosa Montero y Sergio Maravilla Martínez, nos fue cruzando el trabajo, la vida y el cariño compartido. Fue muy emocionante llamar a cada uno con cierta vergüenza, sabiendo que éste era un proyecto diminuto y casi sin presupuesto, y que me dijeran que sí, así sin más, sin siquiera leer el guión. Eso lo vivo como un premio a la trayectoria y a tantos años de trabajo.

—En tus textos hay una idea que va particularmente a contramano de los discursos hegemónicos, desmontando el ideal de hombre propuesto por los feminismos de la última ola. En cierta manera es como si advirtieras que los “aliades” son más un nuevo problema que una solución… ¡Y lo hacés a través del humor!

—El feminismo es imprescindible para nuestras vidas y para el futuro de la humanidad, pero muchos lo utilizan como una estrategia de marketing, como una imagen vacía de contenido real. Desde un ex que habló con mi psicóloga a mis espaldas y cuando no cedí a sus múltiples intentos de manipulación, me estafó. Hasta la editora de un importante medio quien dijo que “no se metían con el sistema de salud” cuando en un hospital público sufrí un maltrato ginecológico que parecía una película de terror y quise hacer una nota al respecto. Los dos posaban felices con sus pañuelos verdes en los perfiles de sus redes sociales y, si no los conociera, no pensaría que son así de hipócritas. Me parece que, así como el machismo es un discurso hegemónico, hoy muchos movimientos que se presentan como feministas, están formando un nuevo discurso que es igualmente hegemónico y que se dirige a las mujeres con la misma superioridad y prepotencia. La clave está en preguntarse: “¿Eso que me están diciendo habla sobre mi libertad o me está imponiendo nuevas obligaciones sólo por ser mujer?” En ese contexto, las mujeres terminamos bombardeadas por el machismo que convive con este supuesto feminismo que en lugar de hacer nuestras vidas más fáciles nos agrega más tareas y obligaciones. Es agotador. 

—¿Cómo fue tu recorrido sobre los escenarios haciendo stand up?

—Empezó casi por casualidad y un día miré para atrás y tenía un montón de años sobre el escenario. Nunca me había pensado en el rol de actriz, hasta que en una obra de teatro de mi autoría una de las protagonistas decidió abandonar su papel sin aviso previo. Para sobrevivir al seguro de sala, salté al escenario y no me bajé más. Tuve que formarme como actriz, pero siempre me siento más como una escritora que juega a actuar.  Hacer stand up me dio sobre todo un conocimiento muy profundo del público y sus reacciones a lo que escribía. Aprendí que las pausas, los silencios y el ritmo al hablar son tan importantes como las palabras mismas. También es muy buen entrenamiento porque no hay artilugios que te ayuden. Estás sola, casi siempre en un espacio que no conocés, sin luces ni cortes de escena. Para colmo tenés unos pocos minutos para caerle bien al público y si eso no pasa al principio, bueno, va a ser una hora muy larga y tortuosa. Muchas veces fui a hacer un show y terminé haciendo otro, porque lo que había armado no funcionaba en una función en particular. También aprendí a no subestimar al público. Una vez fui a un cumpleaños donde eran todas mujeres mayores. Adorables ellas, muy dignas con su té en la mano. Habían contratado una opción que hablaba de sexo y era bastante subido de tono, pero cuando las vi pensé que me había equivocado. Empecé muy tímidamente y cuando escuché sus carcajadas me di cuenta de que era yo la que se sentía incómoda, porque pensaba en mi abuela y me daba vergüenza decir esas barbaridades delante de ellas. Tuve que hacer un esfuerzo mental para borrar mis preconceptos y dejar de definirlas por su edad y verlas como lo que realmente eran: un grupo de amigas divirtiéndose. 

—Te formaste con grandes autores como Mauricio Kartun. ¿Cómo recordás la experiencia formativa y cómo la ves refleja en tu trabajo?

—Las mejores experiencias formativas que tuve fueron con Mauricio Kartun y Aída Bortnik. Con Kartun aprendí a disfrutar el proceso y sobre todo a jugar. Con Aída aprendí a confiar en mí misma. En la última clase que tuve con ella me dijo: “ya tenés una voz propia, ahora tenés que escribir”. Muchas veces, cuando estoy en alguna etapa en la cual se me hace difícil la escritura, pongo su foto en algún lugar visible con esa frase, que para mí quiere decir que ya no hay excusas y que es momento de hacer. El mayor aprendizaje fue que no hay fórmulas mágicas, sino que cada uno tiene que buscar lo que le funciona. Como en la vida misma.

* Periodista, guionista y escritora.