Producto del convencimiento, la necesidad, el pragmatismo o la conveniencia, pareciera que para una porción importante e influyente del círculo rojo ahora Alberto Fernández es una suerte de Brad Pitt de las pampas políticas.
Pese a que son habituales y universales este tipo de reacomodamientos, convendría tener los pies en la tierra. Al menos para intentar una aproximación lógica hacia situaciones y personajes con más complejidades y matices que no se resuelven desde una mirada binaria.
Hasta ahora, el summum de Alberto F en este capítulo de “seduciendo al capital” y al electorado crítico con el kirchnerismo fue su exposición del jueves 22 en el Malba, en una jornada de preguntas y respuestas organizada nada menos que por el Grupo Clarín.
Experto en exponer más ante este tipo de auditorios exigentes que frente a multitudes fervorosas, el candidato casi convertido en presidente electo les dijo lo que querían escuchar. Por falta de espacio no entraremos aquí en los detalles, pero dejó el mensaje de que hay que dar vuelta la página y no repetir viejos errores. Por lo dicho, todos los errores K fueron cuando él ya no era jefe de Gabinete de Néstor y Cristina.
Puede ser cierto que lo que vino después de su salida del gobierno, tras la crisis con el campo y el anuncio del matrimonio de que irían con la Ley de Medios a por Clarín, haya sido peor. Cierto que en el poder tenía una durísima interna con los hoy detenidos De Vido y Boudou. Cierto que era un interlocutor válido de varias empresas, tanto o más importantes que Clarín. Y también que tenía buen diálogo con varios periodistas, en especial los que influían desde sus panoramas dominicales.
Todo ello es tan cierto como que su religiosa pasión nestorista omite qué papel le cupo en el armado de la matriz de una red amplia y voluminosa de recaudación ilegal desde el Estado, como se pudo comprobar en no pocos expedientes judiciales. Alberto F ya ha dicho que él no sabía nada, incluso cuando surgió el Cuadernogate.
Tampoco sabía nada cuando aparecieron bolsas de dólares en el baño del despacho de su ministra de Economía, Felisa Miceli, a la que decidieron darle salida por ello. Sí supo de las irregularidades de su secretaria de Medio Ambiente, Romina Picolotti, a la que defendió hasta donde pudo, con ataque público a un colega incluido.
No fue, claro, el único ejemplo de su aversión al periodismo crítico. Los casos de PERFIL (a quien discriminó periodística y publicitariamente), Pepe Eliaschev (desplazado de Radio Nacional) y Julio Nudler (censurando una nota que lo involucraba en Página/12 y que motivó el estallido de la organización Periodistas) fueron otras muestras.
Acaso tengan razón quienes aseguran que tanto Alberto F como el kirchnerismo vuelven para ser mejores. De confirmarse su amplia ventaja de las PASO, será él y no Cristina el que tenga la lapicera presidencial. Convengamos que será una experiencia inédita de deconstrucción política, donde la vice aporta más votos que su designado cabeza de fórmula.
Por ahora, en el cristinismo duro toman como parte de la campaña electoral estos gestos albertistas hacia sectores anti K. Cerca del candidato, lo defienden no como parte del proselitismo sino como un convencimiento de que hay que ampliar la base de sustentación para los tiempos difíciles que atravesamos. Y que atravesaremos. Habrá que ver.