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Las nieves del tiempo

Tiempo 20231007
El tiempo | pexels.com | Jordan Benton

Voy a escribir acerca de lo que quería contar antes de que me olvide, cosa que no debería ocurrir, pero veo que el tiempo y su paso comienzan a ser una amenaza.

Desde hace años tengo uno de esos sistemas –llamémoslo Sistema 1– que guardan en la inverificable nube los archivos y documentos carpetas. Por cierto, como siempre estuve cerca de la idiocia tecnológica, apenas aprendí a guardar en mi computadora portátil y en la de escritorio; la serie de preguntas pertinentes para que los mismos extraíbles y compartibles pudieran depositarse en el celular excedió siempre mi paciencia y mis conocimientos. Con lo alcanzado me quedaba tranquilo, faltaba más. Pero hace un par de meses ese sistema empezó a alertarme que mi capacidad de almacenamiento estaba excedida.

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Tengo una natural resistencia a pagar lo que primero se me ofrece gratis, aunque algunos casos de actualidad sexo política adviertan lo caro que resulta aquello que parece no tener costo alguno, y por lo tanto me abstuve de ampliar la capacidad requerida doblando la suma demandada. Justo entonces, me apareció un aviso ofreciendo un sistema de alojamiento de material similar, y caí como un chorlito: alcé mi copa de champán francés y, creyendo que duplicaba mis fuentes de reserva, pasé (copié) todo mi material de un sistema a otro –llamémoslo Sistema 2. Era de noche, me fui a dormir tranquilo, con la conciencia en paz y sintiéndome una especie de Maquiavelo de los soportes técnicos.

A la tarde siguiente, cuando fui a buscar en el Sistema 2 el documento sobre el que me disponía a trabajar, advertí que la serie de piruetas técnicas que requería excedían mi comprensión. Decidí entonces regresar a Sistema 1, sólo para encontrarme con que éste había quedado vacío. Ni un documento, ni una carpeta, ni un archivo, ni la sombra del suspiro de un alma en pena en su tránsito por el ciberespacio. Después de una ayuda telefónica externa que insumió dos horas de conversación desesperada (por mi parte), cliqueé por azar un botón y todo apareció. Pero el método para acceder a cada documento exigía enviar una solicitud y que Sistema 2 me enviara un mail al celular (donde tampoco había podido bajar el Sistema), rezar para recibirlo y luego transcribir el código… Me pareció demasiado sufrimiento. En esas horas de incertidumbre, ya había dado por perdido el documento, donde guardaba los apuntes tomados durante dos meses para una novela futura, y las páginas escritas a lo largo de una semana y que prometían posibles desarrollos.

Orden y regreso

Quizá el lector que no practica el arte de las letras ignore las variaciones de goce, angustia e incertidumbre que aquejan a un autor, menos en el momento mismo en que está escribiendo que cuando, separado de su computadora, cuaderno, papel o libreta, considera lo hecho, palpita los movimientos futuros del texto y se pregunta por el valor o demérito de lo ya realizado. En esas horas en que di por perdida mi novela en ciernes, primero no pude menos que preguntarme si, de no hallarla, debía reconstruirla a partir de los fragmentos que guardaba mi memoria (situaciones y escenas, no palabras ni frases), como aquel que levanta de nuevo su habitación consumida por las llamas, y lo hace, no con materiales nuevos, sino con los restos calcinados. Luego, en una nueva excavación en los cimientos de la desesperación, decidí darla por abandonada. Yo no era capaz, como otros que, en ocasiones semejantes, y habiendo extraviado su libro, lo escribían otra vez (y vaya uno a saber cuál de ambas versiones habrían recibido mejor el azote de la eternidad). Y, por último, empecé a imaginarla toda, enteramente, y completamente distinta. Por suerte o por desgracia, el caso se resolvió.

Hoy llamé a uno de los números del gobierno de Larreta, el vengador del futuro, para pedir el retiro de bolsas de escombros y tuve otra vez una insoportable ración de problemas técnicos. Claves, códigos, bots y rebotes varios. Finalmente, me atendió una voz humana y me preguntó si no quería hablar con una línea en particular. Le dije: “¿La de los viejitos?”. “Sí”, me dijo. “Ahora no. Pero pronto, pronto”, le dije.