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Orden y regreso

Libros 20230923
Biblioteca | Libros | Unsplash | Cristina Gottardi

La semana pasada comenté el accidente que me dejó con casa y biblioteca desbaratadas y la evidencia de que en toda crisis se esconde una oportunidad. En mi caso, la de revisar libro a libro, a medida que voy sacándolos de sus cajas y quitándoles el polvo, repasar lo que leí, lo que recuerdo, lo que olvidé.

Mi primera elección fue la de ubicar en los anaqueles secundarios, separados de la biblioteca principal, todo lo que no corresponde a obras de ficción. Ensayo, investigación, teoría, filosofía, divulgación, interpretación. Como no me siento seguro en ninguna de esas  materias (como en ninguna otra), y en general no conozco de antemano los nombres de los autores ni su nacionalidad, decidí amontonarlos en malón, a medida que fueran saliendo, y librarme del orden alfabético. B, C, Z, A, M, X… (¿Habrá algún libro de Xenakis?) y temático.

La selección de libros vendibles, donables o regalables es tan liberadora como angustiosa

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Desde luego, esa desprolijidad, nacida del apuro por despejar de cajas los caminos del living, será reparada luego con el doble trabajo de sacarlos de los estantes para incluirlos en algún orden futuro. Y desde luego también, ya estoy pensando, o mi cintura piensa por mí, en contratar a alguien para que haga el trabajo duro. Pero esa contratación supondría –además del pago por los servicios (El salario es un costo, Swami Gautama Macri)– la realización de una tarea ulterior, solitaria: descartar, de lo ordenado, los libros que ya no me interesan o aquellos que estoy seguro de no volver a leer durante el resto de mi vida.

La selección de los libros descartables, vendibles, donables o regalables es tan liberadora como angustiosa. Marcan nuestra relación con el tiempo futuro –tan especulativa como improbable– y señalan también, a veces reprobadoramente, cómo hemos utilizado las horas pasadas. Pero además prueban lo mudable de nuestros gustos: hay libros que exigen segundas oportunidades, porque los leímos cuando no era el momento indicado; libros que han sido objeto de nuestra devoción y ahora sus títulos ya no significan nada, como el amor a una mujer por la que antes desesperamos y en el presente elegimos no saludar cuando la cruzamos por la calle (exagero, claro, pero se trata de un subrayado).

Desprenderse de un libro es, entonces, testimonio de la fugacidad de las cosas y signo de nuestro desgarro.