Es una impresión, pero creo que la muerte de Héctor Leis está pasando demasiado desapercibida. Leis es el sociólogo y profesor universitario que en sus últimos libros y artículos pidió perdón por su pertenencia a Montoneros en los 70 y describió con agudeza y sentido del humor muchos de los mitos que sostenían a las guerrillas y que explican cómo tantos jóvenes tomaron las armas. Además, protagonizó junto con Graciela Fernández Meijide un documental, El diálogo, que debate todas esas cuestiones.
Es decir que para el kirchnerismo y sus intelectuales Leis se había convertido en un personaje incómodo. Eso explica el silencio de este sector frente a su muerte; aplican la táctica del “ninguneo”: ¿para qué van a criticar, para que van a “darle prensa”, a un personaje que ya no podrá incomodarlos? El papel que cumplen no es, precisamente, debatir, sino construir relatos maniqueos sobre la historia reciente y proyectarlos a las lucha políticas del presente.
Se explica menos el silencio entre los intelectuales no kirchneristas, salvo excepciones. Creo que los 70 son un tema incómodo; la mayoría de estos intelectuales no quiere abordarlo y solo lo hace cuando se ven obligados. En todos estos años, no han sabido salir de la trampa que les ha tendido el kirchnerismo. Es una trampa rudimentaria pero efectiva: ante cualquier atisbo de crítica, los vincula con “la teoría de los dos demonios”, “la derecha”, “el golpe cívico militar”, el mal, los buitres de la historia y del presente.
Para unas u otras razones, los intelectuales, en general, mantienen clausurado el debate sobre los 70 como si todo ya estuviera dicho, como si nada puede aprenderse de una época que concentra muchas de las virtudes pero también de los vicios de nuestra cultura política (entre los vicios, anoto el autoritarismo, el espíritu de facción, la intolerancia, el mesianismo y el redentorismo).
Leis vivía en Brasil, donde se había radicado durante la dictadura argentina. Al menos en el último tramo de su vida, estaba disgustado con los intelectuales argentinos, en general. Me lo comentó en un email el 21 de julio, es decir un mes y medio de su muerte. La enfermedad que lo iba consumiendo no lograba apagar su entusiasmo por dar a conocer sus ideas y generar debate; estaba preocupado por la escasa repercusión pública de su último libro, Memorias en fuga, al contrario de lo que había pasado con Un testamento y el documental El diálogo.
“Mis otros textos no ofrecen tantos elementos como éste; sin embargo, Memorias… fue blindado por un silencio de los medios y de mis colegas intelectuales que me frustra y no consigo entender. Este silencio sería menos ominoso si no recibiera en privado los elogios que mis colegas me niegan en público”, me dijo.
Yo le di un par de ideas para impulsar el libro, y agregué: “Es importante no desanimarse a causa del medio ambiente: los intelectuales en esta parte del mundo no son muy generosos”.
Leis me respondió al día siguiente, el 22 de julio. Sobre una de las ideas que le propuse, me dijo: “Lamentablemente, ya no consigo hablar bien como para hacer algo por videoconferencia, pero quizás se pueda organizar algún debate sobre el libro”. Y añadió: “Estoy convencido que al elitismo intelectual-académico-progresista que existe en Argentina debemos atacarlo de frente, es parte importante de la obturación del debate sobre la cultura política dominante en el país. ¡En mis Memorias… los maltraté todo lo que pude!”.
*Editor ejecutivo de la revista Fortuna, su último libro es ¡Viva la sangre!