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Llegando los monos

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Mientras la izquierda duerme la siesta, la derecha se mueve con la insistencia de un actor porno. En Chile el pueblo se despertó. La mayoría de la generación que está en la calle peleando por una vida digna son jóvenes que no fueron disciplinados por el terror de la dictadura de Pinochet. Un hecho notable es que todo empezó por la suba del boleto del subte. Los que vamos seguido a Chile desde épocas predemocráticas sabemos que el subte es un símbolo de la dictadura, de esa eficacia que el pinochetismo mostraba orgulloso. El subte no se toca ni se pinta. Era como las vacas en la India, sagrado. Representaba el statu quo de muchas generaciones que soportaron que Pinochet terminara no en la cárcel sino como senador. Lo decía Spinoza: la gente lucha con todo para ser esclava. La derecha sabe eso, y por lo mismo siempre vende promesas de felicidad futura y te dice que si te quedás en el molde, sí se puede.

¿Qué es lo que se puede? Que no tengas dónde caerte muerto. Se puede fugar dinero y salir impune, eso no está catalogado como violencia. Se puede disparar sin avisar al que resulte sospechoso –la doctrina Bullrich del Patry o muerte– , se puede que no tengas colegios para que vayan tus hijos y mucho menos asistencia social en hospitales. Que no llegues a fin de mes y que pierdas tu dignidad a cada momento. Eso sí se puede. Se puede ver a tus hermanos extranjeros como parias a los que tenés que deportar. Como en Chile, se puede tomar un subte impecable pero que no para nunca en la estación de la alegría y la igualdad sino en la calle de la desolación.

Ahora una invasión alienígena está poniendo a Chile patas arriba. El subte intocable fue destruido. Kurt Cobain decía que a veces hay una potencia creativa en la destrucción. Chile tuvo al único gobierno de izquierda de los últimos tiempos y era tan auténtico en sus errores y virtudes que la CIA lo bombardeó sin problemas. Salvador Allende prefirió morir antes que claudicar. No se fue en helicóptero. Prefirió escribir un poema genial para la posteridad y pegarse un tiro. Lo que vino después fue una aniquilación sistemática de cualquier posibilidad de igualdad entre la gente.

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El exitoso modelo chileno tenía millones de pobres bajo la alfombra. El pueblo en Chile ya no tiene más esperanzas, ya no le podés decir sí, se puede. Por el contrario, tiene aspiraciones. Como escribe Sara Ahmed en su hermoso libro La promesa de la felicidad: “La raíz latina de la palabra aspiración viene de respirar. Creo que la lucha de las personas queers por conquistar una vida soportable es una lucha por tener dónde respirar”. La gente que está peleando en la calle para respirar se pone un pañuelo en la nariz y la boca, tiene limón y antiparras para soportar el gas lacrimógeno del ejército. Al final, piensa la elite que gobierna, no éramos los únicos que vivíamos en este planeta. Acaban de llegar los alienígenas.