Hay un misterio sin resolver como el mítico del cuarto amarillo: la relación entre los Kirchner y Daniel Scioli. Esa imprecisa iluminación se advierte a pesar de los discursos y halagos que se prodigan, sus cercanías en los actos, las fotografías y filmaciones que comparten –impresiona esta devoción por trascender con las imágenes que impone el oficialismo y no sólo por la obra de Pepe Albistur que ha regresado al entorno de Néstor para adornar la pálida campaña– y la apariencia de vivir un idilio perpetuo para los medios de comunicación. Igual se huele el fastidio entre las partes. Aunque se presten servicios, como los que brinda Scioli, incorporando a su gestión funcionarios de distinto pelaje a pedido de Olivos. Igual se percibe la tensión, una tradición histórica en esta complicada sociedad desde que se iniciaron uno como presidente y el otro como vice. Ahora tambien se incluye ella en la rencilla habitual, como mandataria nacional, mientras él, como gobernador del primer estado nacional, estoico, ofrece una piel curtida en castigos, desaires y sanciones del matrimonio.
Hoy más que nunca. Nadie sabe la razón por la cual Néstor no le habla a Scioli aunque finge para la tribuna. Se comunica, claro, a través de mediadores –el ahora influyente Juan José Alvarez, por ejemplo– para reclamar favores o deberes (cargos, fundamentalmente). Del otro lado, silencio, la espera mustia –como la de tantos– a que pase la lluvia (hay empresarios del circuito Kirchner que alguna vez pasaron más de un año sin que Néstor les atendiera el teléfono y, luego, sin explicaciones, éste los volviera a llamar). Aun así, este trío por el momento parece inescindible, a pesar de que algunos duhaldistas –y Eduardo Duhalde mismo, quien siempre habla mejor de Scioli que de Francisco de Narváez o de Sergio Massa– creen que hacia diciembre el gobernador cambiará de jaca y franquicia, montará otra más fresca y novedosa, despertará el “otro yo” que nadie conoce y eligirá su propio destino sin la presión e influencia del matrimonio oficial. Pero, quienes merodean e interpretan a las partes del titilante vínculo, sospechan que la ruptura jamás se producirá: los une la necesidad. Uno, para sobrevivir en su cargo y no atravesar un nuevo sanedrín; los otros, debido a que no ignoran el favoritismo contumaz de las encuestas con Scioli –dato capital para los intereses kirchneristas en la provincia de Buenos Aires– más un relevante adicional: el hombre recoge adhesiones de un arco diferente al núcleo duro del oficialismo; hay quienes lo distinguen porque no es Kirchner a pesar de proclamarse Kirchner y, por lo tanto, se vuelve gravitante ese reconocimiento en una franja del mercado siempre esquiva para el dúo. Sin embargo, la desavenencia existe, se corta filosamente en el aire como describiría García Lorca.
Múltiples causas. Cristina, al costado del conflicto tradicional entre su marido y el gobernador, ahora tercia: se ofendió porque Scioli le brindó refugio y contención a Diego Maradona, justo cuando el astro del fútbol se negó a fotografiarse con ella en la Casa Rosada. Tanto la Presidenta como su marido califican el gesto como una hostilidad, poco agradecido a la conveniencia que los reúne –nadie imagine que en todos estos años los Scioli han festejado familiarmente con los Kirchner–; no comprenden la solidaridad deportiva con el “Diez” ni que el gobernador apele a su aura para alimentar más su propia figura popular como ha sido siempre su tendencia, sea con los Pimpinela, Mirtha Legrand o el Chaqueño Palavecino. Les cuesta aceptar esa comunión diaria y, mucho más, los proyectos de promover a Maradona en las campañas políticas, como auxiliar, como efigie de monedas o estampillas, una forma de multiplicar a Scioli en los medios populares. Aunque ellos, de rebote, puedan favorecerse con esos movimientos. De ahí que ella determinó una mínima venganza y montó un acto, la semana pasada, de airada respuesta: se apareció por el Tigre, se hizo televisar junto a “Massita” –al que solía despreciar luego de la derrota– y deslizó conceptos laudatorios que inflaron al joven intendente. Ya habían alentado a otros, Aníbal Fernández o Pablo Bruera, también a la propia parienta, la ministra Alicia, quien invirtió vanamente en una poco feliz e irrepetible presentación como candidata.
Parece ingenuo remitir este desencuentro del trío a Maradona: en verdad, se suma a otros episodios. Puede incrementarse la temperatura de la caldera, pero lo cierto es que al mismo tiempo Scioli acepta integrar a su equipo a Dámaso Larraburu y a Santiago Montoya, enviados de Kirchner para su armado bonaerense, y negocia con el mismo fin la introducción de Emilio Monzó en un cargo relevante a definirse quizá en las próximas horas. Buena letra entonces del gobernador, apremiado por quienes lo amenazan con llevarlo de vuelta en la fórmula presidencial, los mismos que a la vez temen que cambie de franquicia para renovarse en el cargo, definitivamente los traicione. Por no aludir a las esotéricas candidaturas presidenciales, ya que son pocos en ese ranking los postulantes con público cautivo.
No cesa de asombrar Kirchner, entre gigante y energúmeno: guarda estas reticencias con su diamante electoral en la provincia donde requiere de mayor ventaja para aspirar a la Casa Rosada en el 2011, una pieza por otra parte codiciada por distintas facciones políticas y, simultáneamente, persiste en su combate con el Grupo Clarín a pesar de sus últimos fracasos, intimida a la Iglesia con remover la prohibición del aborto, se eriza contra los empresarios que no le responden y, por si fuera poco, hasta aumentó la presión sobre la Corte Suprema de Justicia (la que, según mentas, consensuó por seis a uno pero sin atreverse a difundir el fallo que habilita instrumentar la Ley de Medios, pero conservando –lo que es un mazazo para el Gobierno– la cautelar que no obliga al desapoderamiento de empresas en menos de un año). Ya respondió quejoso su titular, Ricardo Lorenzetti, de que le quieren imponer decisiones, casi al instante le replicó con descalificaciones el ministro Amado Boudou, primer voluntario para el asalto de cualquier trinchera. No pasarán muchos días antes de que otro lenguaraz recuerde la cercanía de Lorenzetti con la Fundación Noble, y quizá el propio Boudou, quien no está preso porque se subió al kirchnerismo –según él mismo dijo– sea el encargado de esa misión.